CAPÍTULO 3

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Para cuando llegaron a Java Jones, Sam ya estaba en el escenario, balanceándose de un lado a otro frente al micrófono, con los ojos bizqueando. Se había teñido las puntas de los cabellos de rosa para la ocasión. Detrás de él, Matt, con aspecto de estar como una cuba, golpeaba irregularmente un djembé.
—Esto va a ser una auténtica porquería —pronosticó Erick, y agarró a Simon de la manga, tirando de él hacia la puerta—. Si salimos huyendo, todavía podemos escapar.
Él movió negativamente la cabeza con determinación.
—Soy un hombre de palabra. —Cuadró los hombros—. Traeré el café si tú nos consigues un asiento. ¿Qué quieres?
—Café solo. Negro... como mi alma.
Simon se dirigió al mostrador, mascullando por lo bajo algo respecto a que era muchísimo mejor lo que hacía él ahora que lo que había hecho nunca antes. Erick fue en busca de asientos para ambos. La cafetería estaba atestada para ser un lunes; la mayoría de los desgastados sofás y sillones estaban ocupados por adolescentes que disfrutaban de una noche libre entre semana. El olor a café y a cigarrillos de clavo era abrumador. Por fin, Erick encontró un sofá desocupado en un rincón oscuro del fondo. La única otra persona en las proximidades era una muchacha rubia con una camiseta naranja sin mangas, jugando absorta con su iPod.
«Estupendo —pensó Erick—. Sam no podrá localizarnos aquí atrás después de la actuación para preguntar qué tal nos pareció su poesía.»
La chica rubia se inclinó por encima del lateral de su silla y le dio un golpecito a Erick en el hombro.
—Perdona —Erick alzó la mirada sorprendido—, ¿es ése tu novio? —preguntó la muchacha.
Erick siguió la dirección de la mirada de la chica, preparado ya para decir: «No, no le conozco», cuando reparó en que la chica se refería a Simon, que se dirigía hacia ellos, con el rostro contraído en una expresión concentrada, mientras intentaba no dejar caer ninguno de los vasos de poliestireno.
—Uh, no —respondió Erick—, es un amigo, y creo que es hetero.
La chica sonrió ampliamente.
—Es mono. ¿Tiene novia?
Erick vaciló ligeramente antes de responder.
—No.

El regreso de Simon ahorró a Clary tener que seguir con aquella conversación. La chica rubia se volvió a sentar apresuradamente mientras él depositaba los vasos en la mesa y se dejaba caer junto a Erick.
—No lo soporto cuando se quedan sin tazas. Esas cosas están ardiendo.
Se sopló los dedos y puso cara de pocos amigos. Erick intentó ocultar una sonrisa mientras le observaba. Por lo general, no pensaba en si Simon era guapo o no. Tenía unos bonitos ojos oscuros, supuso, y el cuerpo se le había rellenado bien en el transcurso del año anterior y parte del otro. Con el corte de pelo adecuado...
—Me estás mirando fijamente —dijo Simon—. ¿Por qué me estás mirando fijamente? ¿Tengo algo en la cara?
«Debería decírselo —pensó Erick, aunque una parte de él se mostraba extrañamente reacio a hacerlo—. Sería un mal amigo si no lo hiciera.»
—No mires ahora, pero esa chica rubia de ahí cree que eres mono —susurró.
Los ojos de Simon se movieron lateralmente para contemplar con atención a la muchacha, que estudiaba con aplicación un ejemplar de Shonen Jump.
—¿La chica del top naranja?
Erick asintió.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Simon, desconfiado.
«Díselo. Va, díselo.»
Erick abrió la boca para responder, y fue interrumpida por un fuerte pitido de los bafles. Hizo una mueca de dolor y se tapó los oídos, mientras Sam, en el escenario, forcejeaba con el micrófono.
—¡Lo siento, chicos! —chilló éste—. Muy bien. Soy Sam, y éste es mi colega Matt a la batería. Mi primer poema se llama «Sin título». —Crispó la cara como si sintiera dolor, y gimió al micrófono—: ¡Ven mi falso gigante, mi nefando bajo vientre! ¡Unta toda protuberancia con árido celo!
Simon se deslizó hacia abajo en su asiento.
—Por favor no digas a nadie que le conozco.
Erick lanzó una risita.
—¿Quién usa la palabra «bajo vientre»?
—Sam —respondió Simon, sombrío—. Todos sus poemas tienen bajos vientres en ellos.
—¡Turgente es mi tormento! —gimió Sam—. ¡La zozobra crece en el interior!
—Puedes apostar a que sí —repuso Erick, y se deslizó hacia abajo en el asiento junto a Simon—. De todos modos, sobre la chica que piensa que eres mono...
—No te preocupes por eso ni un segundo —le cortó él, y Erick le miró con un pestañeo sorprendido—. Hay algo de lo que quería hablarte.
—Topo Furioso no es un buen nombre para un grupo —dijo inmediatamente Erick.
—No es eso —repuso Simon—. Es sobre lo que estábamos hablando antes. Sobre lo de que no tengo novia.
—Ah. —Erick alzó un hombro en un gesto de indiferencia—. Vaya, no sé. Pide a Jaida Jones que salga contigo —sugirió, nombrando a una de las pocas chicas de San Javier que de verdad le caían bien—. Es agradable, y le gustas.
—No quiero pedirle a Jaida Jones que salga conmigo.
—¿Por qué no? —Erick se encontró atenazado por un repentino e indeterminado rencor—. ¿No te gustan las chicas listas? ¿Todavía buscas un cuerpo rocanroleante?
—Ninguna de las dos cosas —respondió él, que parecía agitado—. No quiero pedirle para salir porque en realidad no sería justo para ella que lo hiciera...
Sus palabras se apagaron. Erick se inclinó al frente. Por el rabillo del ojo pudo ver cómo la chica rubia se inclinaba también al frente, escuchando, sin lugar a dudas.
—¿Por qué no?
—Porque me gusta otra persona —contestó Simon.
—De acuerdo.
Simon estaba ligeramente verdoso, igual que lo había estado en una ocasión cuando se rompió el tobillo jugando a fútbol en el parque y tuvo que regresar a casa cojeando sobre él. Erick se preguntó qué demonios había en el hecho de que le gustara alguien para colocarle en tal insoportable estado de ansiedad.
—No eres gay, ¿verdad? El color verdoso de Simon se intensificó.
—Yo...

Shadowhunters [CNCO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora