La noche se había vuelto aún más calurosa y correr a casa fue como nadar a toda velocidad en sopa hirviendo. En la esquina de su bloque, Erick se vio atrapado por una semáforo en rojo. Se removió nerviosamente arriba y abajo sobre las puntas de los pies, mientras el tráfico pasaba zumbando en una masa borrosa de faros. Intentó volver a llamar a su casa, pero Joel no le había mentido: su teléfono no era un teléfono. Al menos no se parecía a ningún teléfono que Erick hubiese visto antes. Los botones del sensor no tenían números, sólo más de aquellos símbolos extravagantes, y no había pantalla.
Mientras trotaba calle arriba en dirección a su casa, vio que las ventanas del segundo piso estaban iluminadas, la acostumbrada señal de que su madre estaba en casa. «Estupendo —se dijo—. Todo está bien.»Pero sintió un nudo en el estómago en cuanto pisó la entrada. La luz del techo se había fundido, y el vestíbulo estaba a oscuras. Las sombras parecían llenas de movimientos clandestinos.
Con un estremecimiento, empezó a subir la escalera.
—¿Y a dónde crees que vas? —dijo una voz.
Erick se volvió.
—¿Qué...?
Se interrumpió. Sus ojos se estaban ajustando a la penumbra, y podía distinguir la forma de un sillón enorme, colocado frente a la puerta cerrada de madame Dorothea. La anciana estaba encajada en su interior como un cojín demasiado relleno. En la penumbra, Erick sólo distinguió la forma redonda del rostro empolvado, el abanico de encaje blanco en la mano y la abertura de la boca cuando habló.
—Tu madre —dijo Dorothea—, ha estado haciendo un buen barullo ahí arriba. ¿Qué está haciendo? ¿Moviendo muebles?
—No creo...
—Y la luz de la escalera se ha fundido, ¿te has dado cuenta? —Dorothea golpeteó el brazo del asiento con el abanico—. ¿No puede hacer tu madre que su novio la cambie?
—Luke no es...
—La claraboya también necesita que la laven. Está asquerosa. No me sorprende que esto esté casi tan oscuro como la boca del lobo. «Luke NO es el casero», quiso decirle Erick, pero no lo hizo. Aquello era típico de su anciana vecina. Una vez que consiguiera que Luke pasara por allí y cambiara la bombilla, le pediría que hiciera un centenar de otras cosas: ir a recogerle la compra, limpiar la ducha. En una ocasión le había hecho hacer pedazos un viejo sofá con una hacha para poderlo sacar del apartamento sin tener que desmontar la puerta de sus goznes.
—Lo preguntaré —dijo Erick, suspirando.
—Será mejor que lo hagas. —Dorothea cerró el abanico de golpe con un movimiento de muñeca.La sensación de Erick de que algo no iba bien no hizo más que acrecentarse cuando llegó a la puerta del apartamento. Estaba sin cerrar con llave, algo entreabierta, derramando un haz de luz en forma de cuña sobre el rellano. Con una sensación de creciente pánico, empujó la puerta para abrirla del todo. Dentro del apartamento, las luces estaban prendidas: todas las lámparas refulgían encendidas en toda su luminosidad. El resplandor le hirió los ojos.
Las llaves y el bolso rosa de su madre estaban sobre el pequeño estante de hierro forjado situado junto a la puerta, donde siempre los dejaba.
—¿Mamá? —llamó—. Mamá, estoy en casa.
No hubo respuesta. Entró en la sala. Las dos ventanas estaban abiertas, con metros de diáfanas cortinas blancas ondulando en la brisa, igual que fantasmas inquietos. Únicamente cuando el viento amainó y las cortinas se quedaron quietas, Erick advirtió que habían arrancado los almohadones del sofá y los habían desperdigado por la habitación. Algunos estaban desgarrados longitudinalmente, con las entrañas de algodón derramándose sobre el suelo. Habían volcado las estanterías y esparcido su contenido. La banqueta del piano estaba caída de costado, abierta como una herida, con los queridos libros de música de Jocelyn desparramados por el suelo. Lo más aterrador eran los cuadros. Cada uno de ellos había sido cortado del marco y rasgado a tiras, que estaban esparcidas por el suelo. Sin duda lo habían hecho con un cuchillo; resultaba casi imposible romper una tela con las manos. Los marcos vacíos parecían huesos pelados. Erick sintió que un grito se alzaba en el interior de su pecho.
—¡Mamá! —Chilló— ¿Dónde estás? ¡Mami!
No había llamado "Mami" a Jocelyn desde que cumplió los ocho.
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Shadowhunters [CNCO]
FanfictionEl día de su cumpleaños, Erick Fray decide visitar un club nocturno junto a su mejor amigo, Simon; en este, es testigo de cómo un grupo de jóvenes asesinan a alguien. Ella descubre que ellos son cazadores de sombras, seres mitad ángeles y mitad huma...