Menos de dieciocho

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/Conocido como medianoche/

Su majestad sabe que es encantador.

Sabe que su cabello castaño es codiciado para las siguientes generaciones de las familias nobles de Madeira, sabe que su majestad la emperatriz —quien precede a la difunta emperatriz — está dispuesta a llenarlo de riquezas con tal que llene la casa real con criaturas tan encantadoras como él. Yo como tantas otras jóvenes, no he probado bocado desde que la carta llego a las manos de mi madre, desde que me vi obligada a usar corsés dos tallas más pequeñas. No le guardo rencor a su majestad, porque sé muy bien de su fama de picaflor, pero tengo el anhelo de hundir los pies en arena dejar que mis mejillas se vuelvan rojizas durante días, dejar que mi cabello vuelve con el viene y volver a probar bocado, solo quiero que todo termine, que su majestad elija y que me otorgue mi libertad. Libertad para viajar con mi padre, libertad para enamorarme o casarme con mi madre elija, solo deseo eso antes de volverme lo suficientemente vieja he insufrible. Mientras mi cuerpo aún mantiene belleza y suavidad.

—¿Cree que su majestad elija a Lady Demerite?

Alzo mi cuello un poco y observo a la esplendorosa dama de cabellos dorados y figura tan fina que da miedo saludar. Observo mi tarjeta de baile antes de coger ánimos para poder contestar las incesantes preguntas de Portia. Bien podría finalizar la charla fingiendo que el salón está demasiado lleno o que me encuentro indispuesta, pero mi tarjeta de baile está llena.

—Es probable, es una criatura encantadora —le doy una suave sonrisa y agrego —su majestad seria suertudo si encontrase a una jovencita como Lady Demerite.

—O moriría de aburrimiento —los labios de mi prima se fruncen mientras observa a la dama despampanante brillar lejos de nosotras—como sea, cualquiera es mejor que tú y yo.

Disimulo el temblor en mi ojo y sonrió como estoy acostumbrada a hacer.

—Usted es preciosa prima, su majestad tendría suerte si se topa con usted.

—Oh cállate, Marie. Pareces una cacatúa repitiendo el mismo cumplido estúpido, tus modales nunca han sido mejores que los míos —deja salir su abanico dando un golpe y se da la vuelta para alejarse de mi en el salón.

Y honestamente lo agradezco porque le habría incrustado mis zapatos nuevos en la espalda de haber podido hacerlo. Puede que Portia y yo tengamos un lazo sanguíneo, pero es una perra insufrible y me lo he callado durante diez años. Me deslizo por el salón hacia la mesa de innumerables postres y respiro repetidas veces porque no sería propio que me lance a ellos como una posesa que no se ha alimentado bien —es lo que soy desde hace meses—deslizo mi guante fuera de mis dedos y tomo un pequeño panque de chocolate. Mi boca chispea y tengo que mirar alrededor para asegurarme que Portia no va a delatarme con mi madre al volver a casa.

''La vi atragantarse frente a la mesa de postres, no es de extrañar que su majestad no se haya acercado a mí porque estoy emparentada con un cerdo''

Me tomo mi tiempo, pero consigo comer cinco pastelitos sin soltar algún sonido comprometedor una vez que veo a Portia sonreírle a su alteza. Su alteza es precioso, parece la clase de posible esposo para el que nos educan, pero parece más interesado en el escote de Portia que buscar una posible esposa. Me relamo los labios he intento deslizar la fina tela del guante entre mis dedos, pero me es arrebatada por un caballero vestido con un traje negro y cientos de insignias cubriéndole el costado, me tambaleo unos segundos cuando observo su tez tostada y el cabello blanco perfectamente ordenado. Si su alteza es precioso, el caballero frente a mi es salido de otro continente. Es alto y huele bien y francamente comienzo a preguntarme si no estoy babeando, porque parezco demasiado ocupada mirando sus pestañas almidonadas y su perfecta nariz.