El sonido de un piano tocado con gracia inundaba el pasillo fuera del salón de música, era ya la tercera vez que oía la misma canción la cual mejoraba cada día aún más aumentando su hermosura y gracia, le parecía extraño oírla cada día a la misma hora, que era luego de almuerzo, momento en el que ella disfrutaba del clima invernal en la terraza o de la soledad de aquel lugar de emergencia cuando estaba invadido su territorio por amantes menores de edad, la había pasado sola como solía hacerlo puesto que a pesar de ir en el mismo monótono colegio con aquel apuesto oven, no se lo había vuelto a encontrar ni arriba, ni mucho menos abajo, quizás se cansó de verla, era comprensible, todos lo hacían al ser tan introvertida.
Pero ese día algo era distinto, se había levantado de un humor extrañamente excelente, se había mirado al espejo y sus rizos no se veían tan desordenados, sus ojeras casi no se notaban y el suave maquillaje que usaba se lucía a la perfección como era un día tan diferente se decidió a entrar.
La puerta se abrió, una tenue luz iluminaba a la silueta que, a pesar de su interrupción, no había dejado de tocar aquella bellísima canción "La valse di Amelie" era perfecto, sin errores por el momento y el sentimiento infundado en cada tecla era el correcto, sentía como el tiempo se detenía, como sus pensamientos se iban volando lejos en un mar de notas musicales, no se interesó en acercarse al piano a interrumpir, tomó asiento en el medio del salón de música, cerrando sus ojos hasta que la tonada había finalizado.
Un leve suspiro de gozo abandonó sus labios , pero sólo al momento de escuchar una voz un tanto perezosa abrió sus ojos, no era quien esperaba, la falsa esperanza de que fuese el joven de los ojos azules como la noche fueron derrumbadas, y "que tonta ilusión", pensó, más salió de su ensimismamiento al oír la pregunta por segunda vez, de forma más clara. –¿Qué te pareció? La canción...-
Elevo su mirada, más se vio en la obligación de ponerse de pie debido a la diferencia de altura, frente a ella se encontraba un joven sólo unos centímetros más alto que ella, de cabello corto, de un castaño claro como el dulce de leche, su piel era bastante pálida y sus ojos, podrían decirse que eran normales a simple vista pero si se observaban de cerca, tan de cerca cómo se encontraban ellos en ese momento, se apreciaban las diferentes tonalidades que rondaban del café al verde claro, unos ojos sin duda intrigantes.
- Si, es una melodía muy hermosa- Le respondió de forma usual, sólo lo justo y necesario, aquello también causó una reacción ínfima en el adverso, una leve sonrisa nada más, era algo extraño para ella, las palabras eran innecesarias en ese momento puesto que no se conocían, ni había intención de conocerse en ese momento, sólo siguió a este joven tal cual le había indicado con un pequeño gesto de su cabeza, se sentó junto a él en el momento justo cuando comenzaba a tocar nuevamente, siendo eso todo lo que necesitaba para volver a cerrar sus ojos , dejando que una suave curvatura se mostrara en sus labios rosáceos, una pequeña sonrisa que enternecía el ambiente.
Se sorprendió un poco al sentir una mano sobre la suya en cuanto la melodía cesó, abrió sus ojos encontrándose con una amable, aunque algo tímida sonrisa, luego observó el piano sobre el cual se movían con lentitud los dedos del muchacho, incitándola a imitar sus acciones, lo hizo y a pesar de no tener mucha confianza en sí misma, sonaba bastante bien. –Muy bien, ahora no te detengas hasta que deje de tocar.- No respondió, no hacía falta, continuó tocando un poco más rápido al recordar la velocidad correcta de la melodía y en cuanto los dedos ajenos comenzaban a danzar sobre las teclas, la música volvió a inundar el lugar de manera alegre y a la vez de una forma muy calmada.
El cielo ya enrojecía, eso significaba que era ya hora de retirarse, se levantó con lentitud y fue por su mochila, luego volteó a verle, él también tomó sus cosas y así ambos salieron del salón de música, caminaron juntos hasta la estación sin hablar demasiado, excepto por un momento en el cual el más alto le alcanzaba su celular. -¿Me das tu numero? podría enseñarte a tocar piano en los fines de semana si gustas...- Mientras decía aquello no la miraba, al parecer un árbol se había vuelto sumamente interesante, sólo sonrió al tomar el teléfono, dejándole su número en él, junto con su nombre.
Luego de eso se separaron al llegar a la estación de metro, una mirada fue la cómplice de la promesa muda que dictaba que se volverían a ver en aquel salón, un movimiento de manos su despedida y una sonrisa fue lo último que vieron el uno del otro aquella tarde.
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Él
WerewolfUna relación de eventos plasmados sobre un lienzo completamente monótono, conformado por una escala de grises urbanos hasta que una mancha de color cae de forma súbita, tratando de mimetizarse con los grises a pesar de poseer un tono azul profundo...