11. Fuego

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Cuando tenía veinte años, recordaba, amaba pasar el tiempo en la plantación de café de Nina. En ese entonces no era de ella, claro, sino de su abuela; pero era muy divertido "desperdiciar" el día así. Los tres se escondían entre las plantas a hablar de sus familias y las expectativas, a comer los bocadillos que preparaba él o a contar historias graciosas. A veces, incluso, era un buen lugar para llorar lejos de quienes los criaban. Tenía muchos recuerdos, buenos y malos, de aquellos tiempos que fueron un poco más sencillos y relajados hasta cierto punto.

Aziraphale no podía dejar de pensar en que su yo de hace nueve años se sentiría muy asustado de saber que, en el futuro, todavía estaría escondiéndose junto a Nina y Maggie, pero por razones muy distintas. Que ya no lo hacía sólo por diversión o por juego, sino para salvar su vida y la de ellas, para escapar de los asesinos que los estaban buscando sin piedad. Por si acaso fuera poco, la oscuridad había llegado de golpe como si un lobo hubiera cerrado su hocico, engullendo todo a su paso. Eso lo ponía más nervioso, porque la oscuridad siempre traía problemas y le bastaba con recordar el maltrato que recibió a manos de sus primos durante su niñez, para estar seguro de que era así.

En ese momento, sin embargo, luz de luna y nada más era lo que impedía que estuvieran a ciegas. Aziraphale y Crowley estaban resguardados en ambos extremos de la parte frontal de la cabaña, con la espalda pegada a la madera de aquellas paredes. Nina y Maggie, desde hacía apenas unos segundos, habían entrado a la vivienda para buscar sus armas y municiones mientras ellos las cubrían y esperaban.

Atrás de la casa, por entre las plantas de café, los Diablos se acercaban a paso rápido. Su estrategia consistía en avanzar mientras disparaban hacia la cabaña. Aziraphale se preguntó qué sentido tenía desperdiciar balas así, pero luego comprendió que no era algo deliberado, sino que pretendían mantenerlos ahí para capturarlos o matarlos frente a frente. De más estaba decir que el miedo crecía en la boca de su estómago, que tenía el rifle en las manos sudorosas, pero no podía moverse más que para mirar a Crowley. Él todavía estaba intentando averiguar contra cuántos hombres se enfrentaban, pero era complicado conseguir una cuenta exacta mientras se movían entre el plantío y todavía más en esa oscuridad.

—Mierda —murmuró entre dientes y luego su mirada se encontró con la azul— Creo que son ocho o algo así. No estoy seguro.

Aziraphale suspiró. Según Maggie, habían sido menos los que fueron en ocasiones anteriores, pero no le sorprendía tampoco saber que esa vez eran más. Se lo esperaba, a decir verdad, porque era claro que no se irían sin obtener un resultado de nuevo.

—Crowley —llamó y el tono de su voz dejó en claro que quería decir algo más.

Cuando el otro giró el rostro para verlo, Aziraphale no pudo esconder su expresión llena de nerviosismo y preocupación, por lo que su voz salió casi en el mismo tono.

—Escucha, si las cosas se ponen feas, yo-

—No —cortó el otro enseguida— No te despidas. Vamos a salir de esta, ángel, ¿entiendes?

—¿Qué? ¡No! No es eso —entonces, tomó en su mano el revólver que Crowley le había dejado antes de marcharse al pueblo y se lo tendió— Lo necesitas —dijo mirándole— No puedes andar sólo con tu arco.

—Claro que puedo —respondió él casi enseguida.

—¡Claro que no! —insistió— Está muy oscuro y será más difícil apuntar, además-

Interrumpió sus palabras cuando, sin aviso alguno, vio a Crowley salir de su escondite. Apenas un momento, en el que apuntó y disparó, antes de que escuchara demasiado cerca el sonido de un cuerpo cayendo al suelo. Entonces, los ojos dorados se encontraron con los suyos y él sonrió como diciendo "¿Ves? Te lo dije". Aziraphale apretó los dientes. Hubiera dicho algo, sin embargo, no podía enojarse con él. Incluso si esa sonrisita triunfal era bastante irritante, resultaba complicado -por no decir imposible- enojarse cuando lo veía hacer gala de sus habilidades.

Sin Descanso para los MalvadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora