Sin Descanso para los Malvados

13. Luz

¡Hola! ♡ Una vez más, me disculpo por la hora (y porque hubo una pequeña confusión), pero no podía irme a dormir sin publicar esto.

Por cierto, les cuento que la talentosa SoSo hizo un bellísimo arte inspirado en el último capítulo. Por favor, ¡pasen a su página de Facebook para verlo! La verdad es que le quedó hermoso ♡ Gracias de nuevo ♡

Otra vez, gracias por leer, y espero verlos en la siguiente parte ♡

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Un dolor punzante le impidió desmayarse y, de igual forma, moverse tan rápido como hubiera querido.

El cuerpo de Aziraphale estaba adolorido, golpeado por todas las pequeñas y medianas rocas, por las ramas y espinas que se clavaron en su piel haciéndolo sangrar. Su descenso no fue frenado por un tronco, sino por el terreno mismo, pues aquella zona empinada terminaba abruptamente en un campo lleno de hierba crecida, árboles pequeños y otros arbustos que amortiguaron su caída al tiempo que lo escondieron.

Incluso en eso Crowley había sido cuidadoso.

Estaba seguro de que, de haber sido en otro lugar, se habría dado un mortal golpe en la cabeza o tal vez se habría roto algo. Pero en ese momento, cuando por fin se sentó entre el pastizal, solo pudo sentir una desolación insondable en su pecho. Un sentimiento de miedo, de dolor, de tragedia que crecía cada vez más conforme pasaban los minutos.

Tenía que moverse, lo sabía, porque él estaba allá arriba y lo necesitaba.

Una parte suya le gritaba que debía hacer algo, que debía tomar el revólver que llevaba en el cinturón y disparar, ayudarlo... ¡Hacer algo! Pero la lluvia se desató, empapándolo de inmediato, y Aziraphale ya no pudo resistir el llanto.

Se cubrió los labios con su mano derecha, que temblaba al igual que todo su cuerpo, mientras las lágrimas se derramaban sin control y su cabeza trataba de entender todo lo que había pasado.

Pensó en la actitud infantil de él. En la discusión ridícula que tuvieron. En las manos inesperadamente suaves sobre sus mejillas. En los ojos dorados, como el oro, fijos en los suyos. En las palabras que le dijo.

En el beso que ahora le quemaba la boca.

Escuchó los sonidos de los cascos alejándose, pero sólo cuando el único ruido remanente fue el de la lluvia, el grito por fin pudo salir de su garganta.

—¡Crowley! —clamó desesperado, levantándose con dificultad y prisa, como si acaso todavía fuera capaz de alcanzar a los jinetes que se habían marchado desde hacía mucho—. ¡Crowley! ¡CROWLEY!

Intentó subir la pendiente por donde él lo empujó, pero sus pies resbalaron y su ropa, de por sí maltratada y sucia, terminó llenándose de lodo. No le quedó otra opción más que rodear esa pequeña colina y subir por otra parte menos inclinada, aunque eso no volvió más sencilla su tarea.

Y es que, ciertamente, no estaba listo para llegar al lugar y encontrarse con los rastros de lo que sucedió ahí.

Signos de lucha. Varios pares de huellas interpuestos entre sí. El sombrero y las armas de Crowley en el suelo, además de las sillas abandonadas, por completo empapadas al igual que él.

¿Cómo era posible? Apenas unos minutos antes todo estaba silencioso y tranquilo en el bosque, ¿de dónde fue que salieron esos hombres? Él había creído que aún les quedaban al menos unas horas de ventaja. Imaginaba que los Diablos no tardarían en ir a averiguar por qué sus compañeros no volvieron de la misión, pero... ¿tan pronto?