Capítulo 9 - Entretenme

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—Santa mierda, mi lengua está teniendo un orgasmo ahora mismo.

Me ahogo con el sorbo de jugo de naranja que estaba bebiendo en ese preciso momento, alcanzando con movimientos frenéticos una servilleta cuando siento que el líquido pegajoso se ha colado también por mis fosas nasales. Y entonces, como era de esperarse, surge la ronda de tos desenfrenada, mi garganta haciendo su mejor esfuerzo por manejar las dolorosas contracciones y el ardor propagándose lentamente por mi laringe. Por supuesto que Elliot diría algo tan obsceno para elogiar la sencilla cena que le preparé. Por supuesto. Y eso sin mencionar su gemido pornográfico subsiguiente. Porque un halago ordinario, tal como "está delicioso" o cualquier derivado, sería muy insípido o monótono para él.

El enojo hace su acto de aparición, porque el cretino sabía muy bien lo que estaba haciendo al arrojar una bomba como esa justo en el instante en que levanté el vaso y lo posicioné sobre mis labios. Aunque la genuina preocupación en sus ojos verdes como el pasto fresco, que puedo detectar incluso a través de mi visión empañada por lágrimas, me ablanda; más aún cuando él se precipita a acariciar mi espalda en pequeños círculos relajantes y no se detiene hasta que mi ataque cesa, pudiendo respirar con normalidad de nuevo. Me excuso para ir al baño, limpiando el desastre de mis mejillas, barba y un poco derramado en mi camisa con una toalla húmeda y regreso a la cocina con la pizca de dignidad que me queda después de este día tan... extraño.

Retomo mi asiento a su lado en uno de los incómodos taburetes (porque, al parecer, el lujo no equivale a confort) y coloco mis codos en la pulcra isla de cerámica, observándolo con mis párpados entrecerrados y un ceño entre mis cejas. Elliot me devuelve la mirada sin vacilación; sin temor por mi reacción o remordimiento por su anterior travesura, masticando otro bocado de los rollitos de pollo, queso mozzarella y jamón restantes en su plato con adrede dilación. Segundos transcurren así, en un silencio sepulcral, porque a esta altura los sonidos típicos de la ciudad no se cuelan a través de los colosales ventanales. Ninguno está dispuesto a intervenir primero, una ridícula batalla que se expande tanto que mis nervios se erizan como un gato asustado y mi estómago se tensa con anticipación ansiosa.

Elliot traga.

Yo entrecierro más mis ojos.

Elliot parpadea con inocencia.

Una vena en mi frente amenaza con explotar.

No es hasta que él orienta el tenedor atrapado entre sus delgados y pálidos dedos con intencional demora encima de otro trozo de comida que mi paciencia llega a su límite. Gruño, frustrado e irritado. Es ahí que me doy cuenta que eso es exactamente lo que él deseaba, porque sonríe con satisfacción maliciosa y gira su cuerpo felino hacia mí, sus rodillas presionándose contra mi muslo, dándome su inalterable atención con un entusiasmo que no debería hallar hilarante. Pero ahí estoy, intentando con todas mis fuerzas reprimir la risa que escala por mi cuello y hace temblar mi pecho como las bocinas de un parlante que está reproduciendo una canción heavy metal.

Y tan sumido estoy en esta absurda situación que ni siquiera cuestiono hasta el punto de enloquecer con mi usual incertidumbre originada por inseguridades inducidas y dudas arraigadas que, para alguien que estaba tan reacio a tocarme hace apenas media hora, ahora lo haga con una libertad traviesa que me desconcierta. Pero esa es una buena señal, ¿cierto?

¿Cierto?

—Lo hiciste a propósito —acuso entre dientes, en un murmullo forzado, cuidadoso de no romper mi fachada seria y ofendida.

—¿Lo hice? —replica en un latido, inclinando su cabeza como si estuviera confundido y en el mismo tono que usé, creando una atmósfera privada, cerrada entre nosotros.

Sogas y Encajes | Romance BL | VISTA PREVIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora