Capítulo 22 - Prepárame

48 4 0
                                    

—No tenías que haber tirado el vino.

Es la tercera ocasión en que lo recalco y no me sorprende que Elliot ruede los ojos con exasperación ante mi insistencia. Cuando mencionó que lo haría durante mi prolongado y lamentable discurso en el cual enumeré la extensa lista de características que algunos, por no decir la mayoría, podrían considerar como defectos, pensé que estaba bromeando, tratando de restarle gravedad al asunto o hacerme sentir mejor. Pero no... estaba hablando en serio. Tan pronto despegué con cuidado a Spaghetti de su tobillo y tuvo libertad para moverse, se escabulló hacia el angosto baño de huéspedes de la sala por varios minutos.

Aproveché la oportunidad para ordenar la mesa; dispuse la vajilla más bonita que poseo (y que tuve la suerte de conseguir en oferta en una pintoresca tienda de antigüedades antes de perder mi anterior empleo), un lujoso juego de cubiertos que me regalaron mis padres la última navidad, y un par de copas que, si las examinas con detenimiento, notarás que son ligeramente diferentes. Serví la comida, lavé las ollas y sartenes, y me senté a esperarlo con un nudo expectante en el estómago. Sus tenues pisadas, casi insonoras, fueron las que me avisaron de su reaparición y no pude reprimir mi jadeo de asombro al ver la botella, ahora vacía, en una de sus elegantes manos.

Elliot se dirigió con confianza y en total silencio al cubo de basura en la esquina de mi cocina para desecharla, alardeando de su excelente memoria y atención meticulosa a los detalles, porque no me pidió orientación y marchó sin vacilación hacia su objetivo, a pesar de ser la primera vez que ha puesto un pie en mi casa. Luego se dejó caer con gracia en la silla a mi lado, me dio un breve beso en la mejilla y procedió a comer como si nada en absoluto hubiera ocurrido.

Estaba tan anonadado que ni siquiera pude reaccionar con éxito a los gemidos perversos y exagerados en erotismo que hizo adrede mientras degustaba bocado tras bocado, justo como lo hizo hace días con la simple cena que le preparé, su mirada fija en la mía con tintes de diversión y malicia irradiando en el precioso verde de sus iris.

Y así fue como transcurrió parte del almuerzo; cuando mi cerebro salió de su estupor y entró de nuevo en la ecuación, claro está. Una calma acogedora nos arropó como una cálida y esponjosa frazada, perturbándose sólo en los fugaces momentos en los que coqueteamos, charlamos sobre intereses compartidos, cosas triviales o, como en este preciso instante, en el que no pude evitar quejarme por el desperdicio de un buen licor que él fue tan amable de comprar... y que yo accedí a que lo hiciera desde el principio.

—Ya olvídalo, Ashton —Elliot suspira con fastidio, apartando su plato sin una migaja a la vista con un delicado giro de su muñeca. No voy a mentir, la imagen me inunda de orgullo.

—Pero tuvo que haber costado una fortuna —presiono, mi ceño fruncido. Sé que Elliot no escatima en lo que a gastar su dinero se refiere, si su suntuoso departamento en un pomposo edificio llamado "Cielo de los Ángeles" y su vasta colección de esas perturbadoras figurillas exclusivas son un indicio. Tampoco soy un patán; no voy a exigirle cómo, cuándo y en qué debería hacerlo, pero como alguien que se preocupa bastante por ahorrar y no despilfarrar ni un centavo, me es difícil concebir que no titubeara o replanteara tal determinación.

—Meh, no hay que armar un escándalo por unos míseros dos mil dólares —se encoge de hombros y finge quitarle partículas de suciedad a su camisa.

—¡¿Qué?! ¿¡Dos mil!? —grito, incrédulo y horrorizado. Por supuesto, asumí que sería una cantidad elevada, pero nada drásticamente similar a eso. Sudor frío empaña mis sienes y echo una tiritante ojeada en dirección al inodoro, preguntándome si será demasiado tarde para rescatar aunque sea un vaso del valioso líquido.

Pero entonces Elliot estalla en carcajadas y, para mi gigantesco alivio, me doy cuenta de que el imbécil me estaba tomando el pelo. Mi reflejo inicial es el de enfadarme, imaginándome un centenar de diversas formas en las que podría estrangularle. Sin embargo, a medida que continúa burlándose y que su respiración se complica, que hay lágrimas sin derramar en sus largas pestañas y hasta sus orejas están ruborizadas por el sofoco, la ira y la lucha se drenan de mi organismo y sin demora estoy riéndome también, aceptando la derrota y realizando una observación mental para evocar que debo ser más suspicaz y no tan inocente siempre que él esté involucrado.

Sogas y Encajes | Romance BL | VISTA PREVIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora