Capítulo 12 - Imagíname

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Siempre he tenido una imaginación muy vívida.

De pequeño, al no poseer amigos de carne y hueso, cubría la necesidad con criaturas ficticias que me acompañaban en mis días solitarios. Eso solía enloquecer a mis padres y con toda razón, ya que con frecuencia me descubrían hablando solo en mi habitación o dibujando a personas y figuras deformes que, mientras juraba que los conocía y vivían en mi clóset o debajo de mi cama, la triste verdad era que no existían. Me llevaron a incontables psicólogos y psiquiatras, sólo para volver a casa poco después, alentados pues les aseguraban que estaba pasando por una fase temporal y que era perfectamente normal en un niño de cinco años.

Cuando estaba en secundaria, eso provocó que los bravucones de la clase se burlaran y me acosaran. Mi aspecto, por supuesto, tampoco ayudó. Tenía sobrepeso, enormes anteojos de pasta y un grave caso de acné, pero creo que se aprovechaban más cuando me pillaban absorto en mis pensamientos, en las fantasías que desarrollaba en mi mente para escapar de mi deprimente realidad o me sorprendían trazando bocetos mediocres de héroes en épicas poses de combate. Cuando me di cuenta que la mayoría de esos personajes eran masculinos y que los contemplaba con algo más que simple admiración o añoranza, fue cuando empecé a dudar de mi sexualidad.

Al entrar en la universidad, utilicé esa ventaja para explotar al máximo mi creatividad. Fue una de las mejores etapas de mi vida, en especial porque mis hormonas dejaron de estar constipadas y el crecimiento abrupto que experimentó mi cuerpo equivalió a que nadie tuviera las agallas para intimidarme. Mis notas fueron excelentes, me gradué con honores y me gané la confianza y el afecto de alguien tan increíble como Chloe.

En el ámbito laboral, me ha servido para visualizar qué tipo de escenas me gustaría fotografiar, estableciendo de antemano los parámetros requeridos y resolviendo con simpleza los desafíos económicos y climáticos que podrían representar un problema a la hora de ejecutar la tarea. Puedo realizar sin errores o inconvenientes el trabajo de todo un equipo especializado, sin asistentes o contratiempos prescindibles. Lo único negativo es que me demoro el triple, pero al menos así no tengo que depender de nadie y el resultado es sólo mío, lo que aumenta con creces la gratificación derivada. Y que pueda embolsillarme el total de las ganancias es otro punto a favor.

Ahora, lo que odio de tener una imaginación tan vívida es que... se extiende hasta mis sueños.

Las pesadillas son aterradoras. El realismo de los monstruos es terrorífico; la angustia de una situación preocupante, estresante, miserable o desmoralizante me persigue hasta la superficie, donde clava sus feas garras en mis extremidades tiritantes y empapadas en sudor con insistencia inquebrantable; la reminiscencia de un suceso lamentable u oscuro del pasado se siente como si lo volviera a sufrir de nuevo.

Por otro lado, los buenos son maravillosos. Puedo sumergirme en la ilusión con abandono, amaneciendo ligero y de un humor estupendo que se extiende por una semana entera. ¿Y el que estoy teniendo en este preciso momento? Este, por suerte, es uno de esos.

Estoy encima de un hombre, ambos completamente desnudos, frotándome contra su piel ardiente en movimientos perezosos, pero exigentes. Nadamos entre un mar de sábanas de seda púrpura, explorándonos el uno al otro con toques suaves, seductores e insaciables. El desconocido deja caer su cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello esbelto para que pueda adornarlo con los cardenales que mis mordiscos le producen. Gruño cuando su sabor salado y picante inunda mis papilas gustativas, menguando el dolor que mis dientes le generaron con pinceladas húmedas de mi lengua.

Su largo y tortuoso gemido tensa mis bolas, sus voluptuosas piernas aprisionan mi cintura y sus dedos se entierran con lentitud tentadora en mi cabello, tirando de los mechones con tanta fuerza que me hace jadear y rascando mi nuca con sus uñas romas en un patrón circular que me causa cosquillas en el vientre. Envuelvo nuestras erecciones en mi puño calloso, esparciendo el líquido preseminal que ambos estamos chorreando para lubricar la fricción. Un grito escala por mi garganta debido al placer abrumador, pero logro frenarlo antes de que fluya a través de mis labios entreabiertos.

Sogas y Encajes | Romance BL | VISTA PREVIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora