Capítulo 8

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Salmo 103: 8-13

El bullicio del hospital se desvanecía lentamente a medida que el médico Jeon Jungkook se sumergía en su rutina diaria. Entre consultas, diagnósticos y cirugías, apenas tenía tiempo para respirar. Sin embargo, la vida continuaba su curso implacable.

De repente, en medio de su ajetreado día, se encontró cara a cara con el sacerdote Park Jimin. Los ojos de Jimin irradiaban una mezcla de preocupación y reproche cuando se acercó a Jeon.

—Jeon Jungkook— comenzó Jimin con solemnidad, su voz cargada de seriedad —no he visto a tu madre, Jennie, en las quimioterapias últimamente. ¿Acaso has olvidado tus responsabilidades filiales?

Jeon, con una mirada de desdén, respondió con frialdad —Hago lo que puedo para ayudarla, Padre, pero soy humano. Ni tu fe ni la de mi madre la salvarán.

Las palabras de Jeon golpearon como dagas afiladas en el corazón de Jimin. Su rostro mostraba una mezcla de tristeza y frustración ante la indiferencia del médico.

—Te insto a que te arrepientas de tus palabras, Jeon Jungkook— dijo Jimin con voz firme, su tono resonaba con la autoridad de su fe.

Jeon soltó una risa burlona, su desdén palpable en el aire que los rodeaba.

—¿Arrepentirme? ¿De qué, Padre? ¿De no ser un dios que puede salvar a todos? Qué ridículo— Se burló.

El médico tomo de la cintura al padre y lo pego ligeramente a él, poso sus labios en el oido del sacerdote y susurra con voz ligera "Ni siquiera Dios puede salvarte de la muerte" beso ligeramente el lóbulo del oido de Jimin.

Park Jimin se encontraba en estado de shock, incapaz de articular palabra ante la sorpresa que le había brindado Jeon Jungkook. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos mientras intentaba procesar lo ocurrido.

—Jeon Jungkook, ¿qué crees que estás haciendo?— Le preguntó Jimin, su voz temblorosa reflejaba una mezcla de confusión y malestar.

Jeon, con una sonrisa desafiante en sus labios, se apartó de Jimin con un movimiento suave pero decidido. La intensidad de su mirada oscurecida por una chispa de provocación.

—¿No es obvio, Padre?— respondió Jeon con un tono cargado de insolencia—. Estoy demostrando que incluso los santos tienen tentaciones— agregó con una risa burlona.

Jimin, con los sentimientos revueltos en su interior, buscó desesperadamente encontrar las palabras adecuadas para responder. La sensación de conflicto interno lo envolvía mientras luchaba por mantener la compostura.

—Esto no es correcto, Jeon Jungkook— dijo Jimin, su voz resonaba con una mezcla de indignación y anhelo—. Debes respetar los límites y la moralidad.

Jeon arqueó una ceja con incredulidad, su postura desafiante apenas se tambaleaba.

—¿Moralidad? ¿Dónde está la moralidad en una creencia que dicta quién puede amar y quién no?— Cuestionó con un gesto de desdén.

La tensión entre ellos era palpable, como un velo que los envolvía y los separaba del mundo exterior. En ese momento de confrontación y desafío, se enfrentaban a las fuerzas opuestas de la tentación y la rectitud.

Con un movimiento fluido, Jeon se apartó de Jimin, una sonrisa burlona bailando en sus labios.

—Recuerda, Padre, pecar también es permitir que alguien toque tu cuerpo— dijo con un tono desafiante antes de alejarse, dejando a Jimin desconcertado y lleno de conflicto interno.

El pasillo del hospital quedó impregnado con la tensión palpable de su encuentro, mientras Jeon se alejaba, una risa cínica resonando en su estela. En ese momento de confrontación y provocación, los límites entre la moralidad y la tentación se desdibujaban, dejando a ambos hombres atrapados en un torbellino de emociones encontradas y deseos reprimidos.

Jimin, con una mirada cargada de conflicto, luchaba por encontrar una respuesta que pudiera reconciliar sus creencias con la realidad que tenía frente a él. Mientras tanto, Jeon se alejaba con una sonrisa socarrona, dejando a Jimin atrapado en un torbellino de emociones y dilemas morales con la adrenalina de su encuentro, mientras ambos hombres se enfrentaban a las complejidades de sus propias convicciones y deseos, navegando por las aguas turbulentas de la moralidad y la tentación.

El peso de la culpa se cernía sobre los hombros del sacerdote Jimin como una sombra oscura, envolviéndolo en un abrazo implacable mientras caminaba por los pasillos vacíos del hospital. Cada paso resonaba con el eco de sus pensamientos tumultuosos, cada respiración era un recordatorio doloroso de su transgresión.

El recuerdo del gesto seductor de Jeon Jungkook, médico del hospital, quemaba en su mente como un fuego ardiente. La cercanía, el susurro tentador, el roce de los labios contra su oído... Todo ello había desencadenado una tormenta de conflicto interno que amenazaba con consumirlo.

Decidido a enmendar su error y purgar su alma del pecado, Jimin se dirigió hacia su habitación en el templo, buscando la redención a través de la penitencia. Cada paso era una carga pesada, cada respiración era un susurro de súplica hacia lo divino. 

El peso de la culpa se apoderaba del corazón del sacerdote Park Jimin mientras caminaba por los pasillos silenciosos de su templo. Cada paso resonaba en la quietud de la noche, reflejando el eco de sus propios pensamientos tumultuosos.

La imagen de Jeon Jungkook, el médico cuya mirada desafiante y gestos seductores lo habían dejado aturdido, se repetía una y otra vez en su mente. La sensación de su mano en su cintura, el susurro provocativo en su oído, todo ello le recordaba su fragilidad como hombre de fe.

Con pasos decididos, Jimin llegó a su habitación en el templo, un santuario de serenidad y reflexión. La luz de una vela parpadeaba débilmente, iluminando la estancia con una atmósfera tranquila y solemne.

Se dejó caer en una silla junto a la ventana, suspirando profundamente mientras el peso de su conciencia lo abrumaba. ¿Cómo había permitido que la tentación se adentrara en su vida de esa manera? ¿Cómo podría reconciliar sus votos sagrados con los deseos terrenales que lo asaltaban?

Con manos temblorosas, Jimin cerró los ojos y se sumergió en la oración, buscando consuelo y perdón en las palabras que fluían de su corazón. Imploró a la divinidad que le diera fuerzas para resistir las tentaciones del mundo exterior, para encontrar la paz en medio del conflicto interno que lo consumía.

Jimin se arrodilló en silencio frente a su altar, donde una luz tenue iluminaba el espacio sagrado. Con manos temblorosas, tomó un látigo ligero y algunas ramas de sauce, preparándose para el acto de contrición que lo aguardaba.

Los golpes suaves resonaron en la quietud de la habitación, cada uno marcando el ritmo de su penitencia. Con cada golpe, una oración de perdón escapaba de sus labios, cargada de arrepentimiento y anhelo de redención.

—Oh, Señor— murmuró Jimin con voz temblorosa, sus palabras flotando en el aire como una plegaria desesperada, —perdóname por mi debilidad, por ceder ante la tentación y desviarme del camino de rectitud.

Cada golpe era un recordatorio doloroso de su fragilidad humana, cada ramazo era una penitencia impuesta por su propio corazón atormentado. Sin embargo, Jimin continuaba, con determinación y fervor, buscando el perdón divino que tanto ansiaba.

En medio de su penitencia, Jimin recordó un versículo de la Biblia, uno que resonaba con la esperanza de la redención y la promesa de la gracia divina.

—El Señor es misericordioso y compasivo, lento para la ira y grande en amor— murmuró, dejando que las palabras sagradas lo envolvieran como un manto de consuelo.

Con cada golpe, con cada oración, Jimin se acercaba un poco más a la paz interior que tanto anhelaba. A través del dolor y la humildad, buscaba encontrar la luz en la oscuridad de su propio pecado, navegando por el camino estrecho hacia la salvación y la redención.

Y así, en el silencio de su habitación, entre el susurro de las hojas y el eco de sus súplicas, el sacerdote Jimin se entregaba al poder sanador del perdón, dispuesto a caminar por el camino de la penitencia con humildad y fe inquebrantable.

𝐆𝐔𝐈𝐀𝐌𝐄 𝐀 𝐌𝐈 𝐏𝐄𝐑𝐃𝐈𝐂𝐈𝐎𝐍 [ʝӄ+ʝʍ] (ᴇɴ ᴘʀᴏᴄᴇꜱᴏ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora