Capítulo 10

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Mateo 6:33

El sacerdote Park Jimin despertó adolorido, su cuerpo marcado por la penitencia de la noche anterior. El crujido de sus huesos resonaba en la quietud de la habitación mientras se erguía con determinación, dispuesto a enfrentar un nuevo día al servicio de su fe.

Vistió su sotana negra, un símbolo de su compromiso con la vida religiosa. La tela suave se ajustaba a su cuerpo con una solemnidad silenciosa, recordándole la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros como guía espiritual de su comunidad.

Con paso firme, salió de su habitación y se encaminó hacia la cocina de la casa parroquial. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, mezclándose con el murmullo de voces que provenía del interior.

Al entrar en la cocina, encontró a algunos de los miembros de rango menor de la iglesia, compartiendo un momento de camaradería matutina antes de comenzar sus labores del día. Sus rostros reflejaban el cansancio y la determinación, una combinación familiar para aquellos que dedicaban sus vidas al servicio de Dios.

—¡Buenos días, Padre Jimin!— Saludó uno de los jóvenes con entusiasmo, su rostro iluminado por una sonrisa genuina.

—Buenos días, Seonghwa— respondió el sacerdote Jimin con amabilidad, devolviendo la sonrisa con gratitud—. ¿Cómo están todos hoy?

La conversación fluyó con la naturalidad de la comunidad unida por la fe. Hablaron sobre las labores del día, las necesidades de la parroquia y las preocupaciones que pesaban en sus corazones.

Fue entonces cuando la atmósfera se tornó más tensa, uno de los jóvenes mencionó en voz baja la posible excomunión de un miembro de alto rango de otra iglesia por un escándalo que había sacudido la comunidad religiosa.

—Dicen que fue visto en compañía de una mujer de vida galante— Le comentó el joven con una expresión de consternación—. Las noticias se están extendiendo rápidamente y muchos están cuestionando su compromiso con los principios de nuestra fe.

El sacerdote Jimin asintió con seriedad, comprendiendo la gravedad de la situación. Sabía que los líderes religiosos debían ser ejemplos de rectitud y devoción, y cualquier desviación de ese camino podía tener consecuencias devastadoras para la comunidad y la reputación de la iglesia.

—Es importante recordar que todos somos susceptibles a las tentaciones del mundo terrenal— dijo el sacerdote Jimin con voz solemne—.Pero es en nuestros momentos de debilidad donde debemos aferrarnos con más fuerza a los preceptos de nuestra fe y buscar la guía divina que nos conducirá por el camino de la redención.

Los jóvenes asintieron con respeto, comprendiendo la importancia de mantenerse firmes en su compromiso con la fe incluso en los momentos más difíciles. Sabían que el camino de la rectitud no siempre era fácil, pero era el único camino que conducía a la verdadera paz y armonía espiritual.

Con la conversación llegando a su fin, el sacerdote Jimin se despidió de los jóvenes con una bendición, su corazón lleno de esperanza y determinación para enfrentar los desafíos que el nuevo día traía consigo. En medio de la oscuridad y la incertidumbre, encontró consuelo en la luz eterna de la fe que guiaba su camino hacia la redención y la gracia divina. Así todos fueron a sus actividades del templo, mientras que Jimin fue a dar la misa a la parroquia.

El sacerdote Park Jimin se erguía en el púlpito, su rostro reflejaba el dolor físico de su penitencia con látigos y ramasos. Aunque adolorido, su voz resonaba con autoridad y solemnidad mientras se preparaba para dirigir la misa dominical en la iglesia.

Con la Biblia en una mano y el corazón lleno de dolor y arrepentimiento, comenzó su discurso contra los pecados carnales, una lucha interna que había enfrentado con fervor y angustia.

—Queridos hermanos y hermanas en Cristo— comenzó el sacerdote Jimin, su voz resonando en los rincones de la iglesia. —Hoy nos reunimos aquí para reflexionar sobre los pecados que afligen nuestra alma y separan nuestro espíritu del amor divino.

Sus palabras fluían con una mezcla de tristeza y convicción, cada sílaba impregnada de la lucha interna que había enfrentado en su propio corazón. Habló sobre la importancia de resistir las tentaciones de la carne y mantener la pureza de espíritu en un mundo lleno de deseos mundanos.

—El pecado carmesí nubla nuestro juicio y nos aleja del camino de la rectitud— continuó el sacerdote, su voz temblorosa con la carga de sus propios errores y tribulaciones—. Nos sumerge en las profundidades del abismo, alejándonos de la luz divina que guía nuestros pasos.

Cada palabra resonaba en el silencio de la iglesia, como un eco de la verdad divina que trascendía los límites del tiempo y el espacio. El sacerdote Jimin instaba a sus fieles a buscar la redención a través del arrepentimiento y la renuncia a los placeres terrenales que los alejaban del amor de Dios.

Y mientras pronunciaba sus palabras de condena contra los pecados carnales, su corazón anhelaba la paz y la reconciliación que solo el perdón divino podía ofrecer.

Un versículo de la Biblia resonó en su mente, un recordatorio de la verdad eterna que había guiado su camino en medio de la oscuridad y la duda:

—Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

Con estas palabras en su corazón, el sacerdote Jimin concluyó su discurso, esperando que sus fieles encontraran consuelo y fortaleza en la fe que los unía como comunidad de creyentes. Y mientras la congregación se dispersaba, él se quedaba en silencio, enfrentando el peso de su propia penitencia con la esperanza de encontrar la redención que tanto anhelaba.

𝐆𝐔𝐈𝐀𝐌𝐄 𝐀 𝐌𝐈 𝐏𝐄𝐑𝐃𝐈𝐂𝐈𝐎𝐍 [ʝӄ+ʝʍ] (ᴇɴ ᴘʀᴏᴄᴇꜱᴏ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora