Lo que éramos - Capítulo 18

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Las próximas dos semanas se pasaron en un idílico pestañeo. Aurora nunca había sido tan feliz, en tan poco tiempo.

Y eso para ella era algo raro.

Había pasado casi toda su vida pensando que las manecillas del reloj no giraban, pensando que las hojas del calendario no se caían, mientras agonizaba por cada nuevo segundo que era forzada a vivir en la tierra.

El placer de una existencia fugaz y sentimental no era uno que había conocido antes.

Ella jamás había visto el vuelo magnífico de las horas al pasarlas divirtiéndose, contenta, y sin preocuparse por nada. Pero ahora, sentía que el tiempo se le escapaba entre los dedos como granos de arena cuando estaba junto a Alexandra, besándola, sosteniéndola entre sus brazos, o sacándole una risa de dentro del pecho. Lo mismo ocurría cuando estaba con Giovanni, acompañándolo en una de sus locas aventuras por lugares abandonados. O cuando charlaba con sus nuevas amigas sobre sus hazañas pasadas y sus planes para el futuro.

No supo en qué momento su vida se puso tan vibrante, divertida, ni rápida, pero sí podía afirmar que quería seguir pisando en el acelerador, aumentando su velocidad, en la esperanza de no perder la euforia que la había cautivado y enamorado.

Temía que el vehículo de su razón se volcara. Temía que esta felicidad intensa fuera producto de alguna ilusión. No lo negaría. Pero a la vez, también quería tener fe en que no lo era —lo que volvía a este cambio de actitud y de vivencias en uno aún más extraño—.

¿Aurora? ¿Esperanzada y plenamente contenta? Algo no encajaba en esa narrativa...

Para volver a su desorientación aún peor, este no fue el único milagro que vivenció. Sus padres al fin reaparecieron por su casa, aunque apenas por algunos días. Fueron allá a buscar ropa limpia, poner la sucia a lavar, y pasar un poco de tiempo con ella.

Como siempre, por el delicado estado de sus abuelos, ambos tuvieron que irse de nuevo así que ese período se acabó. Pero al menos ella logró ver sus caras de nuevo, y eso era mejor que nada.

Mientras los dos seguían por ahí, Aurora hasta intentó crear coraje y hacer algo que a meras semanas atrás jamás hubiera contemplado hacer: Salir del armario.

Trató de decirles la verdad durante la última cena que tuvieron juntos, pero lamentablemente no pudo. La cuidadora a cargo de los ancianos los llamó en el preciso momento que su confesión estaba a punto de saltar de su boca y tocar el aire libre.

La noticia que la enfermera les entregó fue triste y preocupante, y la hizo callar su impulso de sincerarse de inmediato. Su abuelo se había caído al insistir en intentar caminar desde su habitación al baño solo, y se había roto el brazo.

Pero ella, frustrada por haber tenido su gran momento arruinado por ese repentino golpe de mala suerte, no pudo evitar ser un poco cruel y desubicada así que la llamada terminó:

Al menos él ya está caminando, eso es bueno.

La broma obviamente enojó a sus exhaustos y nerviosos padres, quienes terminaron discutiendo con ella hasta el final de la cena.

Aurora no dejó que dicha discusión le arruinara los ánimos, eso sí. Horas después de la partida de los adultos ella ya había invitado a Alexandra a su casa, a besarse y manosearse en su cama, mientras su perro dormía en el piso.

No es que a ella no le importara el destino de sus abuelos, pero... sí tenía una relación muy complicada con ellos.

Ambos nunca habían sido muy unidos a sus nietos, y siempre habían tratado mal a su hija. La artista había visto a su madre ser humillada por los dos ancianos una y otra vez, y aunque hace un par de años los dos se habían disculpado con la señora Reyes por su viejo comportamiento, Aurora en sí no los perdonaba.

【Blondie】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora