Piel rozando contra piel. Alientos chocando entre dos cuerpos, sudorosos y calientes. Gemidos bajos, casi imperceptibles. Rostros ungidos en placer. Dedos moviéndose sin cesar. Sábanas arrugadas. Duvet caído en el piso. Una oscuridad perforada apenas por la luz de una persiana. Y unos ojos verdes, con pupilas del tamaño de la luna.
Al despertarse —por primera vez en semanas sin sentirse torturada por una resaca, o deprimida por una pesadilla— estos fueron los primeros recuerdos que emergieron en la cabeza de Aurora.
Asombrada, miró alrededor, juntando las piezas de lo que había ocurrido y comparándolas con lo que veía en su memoria.
Sí, ella realmente había hecho lo que se imaginaba.
Su primera noche de amor con Alexandra había dejado de ser un sueño del pasado para convertirse en una realidad de su presente.
La muchacha en sí estaba acostada a su lado, dándole la espalda mientras dormía. Soltaba unos ronquidos débiles y de vez en cuando se movía en su sueño, pero parecía estar apagada. Envuelta en un descanso sublime y profundo.
Excelente. Ella lo necesitaba más que nadie.
Al mirarla con más atención bajo la claridad del día, la artista se encontró de nuevo con las cicatrices que tenía en su brazo y en su torso. Algunas hechas en su viejo hogar de acogida. Otras, en la residencia de sus padres adoptivos...
Aurora suspiró, ya irritada.
Natasha merecía irse al infierno por todo el dolor que le causó a su hija.
Al pensar en la desgraciada mujer, frunció el ceño y se acomodó en la cama, para abrazar a Alexandra por detrás.
Lo último en lo que pensó antes de quedarse dormida de nuevo, fue en lo agradable que era el shampoo de la rubia. Quería más que nada hundir su nariz entre sus mechones y besar su cuero cabelludo. Y por eso, antes de caer inconsciente, lo hizo.
La próxima en despertarse fue la atleta en cuestión. Su mente repasó los eventos de la noche anterior de la misma manera en la que lo hizo la de Aurora y, una vez el rompecabezas se armó, ella logró entender quién la estaba sosteniendo.
Al recordarlo todo, Alexandra sonrió y se enrojeció. Quiso más caricias. Más besos. Más sexo. Anheló repetir la experiencia, una y otra vez. Y deseó, sobre todo, nunca perder a aquella mujer de nuevo. Porque ahora que había probado su droga, se había vuelto adicta. Podía pasar días, meses y años alabando su cuerpo de rodillas, si es que Aurora se lo permitía. Lo único que necesitaba a cambio era su presencia. Nada más.
La realidad había superado a la fantasía. ¿Cuántas veces ella había invocado su rostro mientras se forzaba a satisfacer a Álvaro? ¿Cuántas veces ella había imaginado su silueta, mientras intentaba saciar sus propias necesidades en madrugadas solitarias y frías?... Era imposible contabilizar todas las ocasiones.
Pero ayer... Ayer Alexandra supo que su ficción desesperada no llegó nunca a los pies de lo que era verídico y tangible. Aurora la había devorado, sin dejar migajas. La había amado hasta hacerla olvidarse que era humana. La hizo derretirse en su lengua como un cubo de hielo. Y por su parte, la rubia logró lo mismo.
La imagen de aquella morena hermosa, desnuda sobre su colchón, con el cabello sacudido, la respiración entrecortada y las piernas abiertas sería una que la perseguiría hasta el fin de su vida. No tan solo por su provocativa indecencia —que despertaba en su ser su lado más animalesco—, ni por su inherente erotismo —que de admirar era tan fascinante como intimidante—, sino por las consecuencias de su existencia en sí.
La llama que la artista prendió en su corazón y que lo trajo de vuelta a la vida era una que nadie más sabría cómo crear. Solo ella.
Y hasta ahora, su fuego no había dejado de arder.
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【Blondie】
VampireAurora Reyes no le tiene fe, esperanza, o cariño alguno al mundo en el que vive. Hasta que en su camino entra Alexandra de la Cuadra, su previa nemesis, matona, y enemiga acérrima... convertida en novia.