Capítulo 4. ¿Quién diablos eres?

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Esperando que Wattpad no me cambie lo que tengo, les traigo la siguiente parte. Ejem... después de dos meses. ¡Pido una disculpa por desaparecer así! Esta vez actualizo en una semana, y es en serio porque ya tengo listo el cap. 5, mwuajaja. Espero que les guste. Muchas gracias por seguir el fic. xD


***


Una brisa gélida atravesó la estancia desde uno de los ventanales causando que varios papeles sobre la mesa quedaran regados por todos lados. 

—Argento—miré a Ryuzaki llamarme al pie de la escalera—. Puedes cerrar la ventana, yo ordenaré eso.

—Buenos días—esperaba verlo más relajado que la noche anterior, pero simplemente asintió.

Me adelanté a cerrar el ventanal como había pedido y mientras lo hacía lo observé de reojo con detenimiento. A pesar de que el frío de esa mañana calaba hasta los huesos él continuaba descalzo, con esa postura y cara indescifrable una vez más.

—Deberías abrigarte mejor ¿sabes? enfermarás si andas sin zapatos todo el tiempo.

—No es necesario que te preocupes. 

Su comentario me incomodó. No fue como si estuviera alarmándome por él, es decir, era inevitable, te preocupas por las personas cuando crees que algo les afecta aunque sean desconocidos... creo.

—No, yo... no es...—me apresuré a decir, pero se me esfumaron las palabras y no hice más que desviar la mirada para evitar la suya.

Me quedé inmóvil notando lo solitario que se veía todo desde la mansión, era como si otro mundo estuviera afuera, uno completamente distinto al que conocía. Y antes de que me diera cuenta estaba perdida en aquel paisaje.

—Toma—me giré hacia Ryuzaki para recibir el conjunto de hojas que me estaba dando—. Es tu parte de los documentos, como dije. Revisa todo con cuidado para mandar los pagos que se requieran antes de las siete, no queremos dejar a Waste con más deudas.

—De acuerdo, me daré prisa.

—Trabajaré en mi habitación si no te molesta. Con permiso.

No dije nada más esperando a que subiera para poner manos a la obra. Me pareció bien que cada quien hiciera lo que le correspondía por su cuenta, ya que de esa forma me sentía más tranquila. Siempre fui mejor así, trabajando sola. Cuando escuché una puerta cerrarse en la planta alta me senté con los papeles en la mesa y los ordené uno por uno con rapidez. Fui a mi recámara por un bolígrafo y la información que ya tenía, datos de la casa, números de cuenta y demás. Leí, firmé y acomodé en una pila lo terminado consecutivamente.

Apenas dieron las cinco de la tarde cuando ya no tenía ni una hoja incompleta. Sonreí satisfecha del tiempo de sobra y casi enseguida me levanté buscando mi teléfono celular. Quería llamar a casa y notificar a mi jefe que en el segundo día con el cargo todo parecía ir bien, y... ya de paso hacerle su pequeño bien merecido reclamo por no avisarme antes de mi ahora compañero. Aguardé paciente a los tonos de llamada, pero esta se cortó incluso antes de que la secretaria me contestara.

Revisé la pantalla del móvil que al parecer no tenía una buena señal y negué con desaprobación dejándolo sobre la mesa. No importaba, ya saldría más tarde para eso. Subí por la escalera alfombrada con documentos en mano para entregárselos a Ryuzaki, con cada paso que daba tenía la sensación de que todo se hacía más viejo y el sólo pensar en ello me daba escalofríos. ¡No! Qué va, seguro que era el frío.

Al terminar de subir di vuelta a la derecha justo por donde había ido él, esperando visualizar la puerta de su cuarto desde ahí, pero contrario a eso me encontré con un largo pasillo. Seguí caminando y a la siguiente vuelta me topé con uno más largo aún, esta vez lleno de puertas de madera. ¿Cómo se suponía que conociera la correcta? Decidí seguir avanzando sin dudar mucho del asunto.

No quise tocar en las puertas no por desidia, sino porque algo extraño me decía que en ninguna de ese pasillo se encontraba el pelinegro desaliñado. Me sentía casi resignada a perderme por aquel laberinto cuando me detuve de golpe frente a una de las tantas habitaciones. Aquella estaba entreabierta y para mi era obvio que si entraba encontraría a Ryuzaki dentro. Le di unos cuantos golpes a la madera con los nudillos, esperando a que el hombre saliera... no fue así. Repetí la acción creyendo que tal vez no me había escuchado, que estaría muy entrado trabajando, pero como todo seguía en silencio decidí pasar.

—¿Ryuzaki?—era el cuarto correcto, pero él no estaba ahí. Todo adentro estaba muy ordenado e impecable, a excepción de un escritorio en el cual se hallaba una computadora encendida y un montón de hojas sueltas. Saqué la cabeza al pasillo para echar un vistazo, y como no venía tuve el atrevimiento de pasar a ver como le estaba yendo con todo. Me acerqué a la computadora con curiosidad pero mi rostro de travesura cambió por completo con lo que vi en la pantalla.

Era yo.

A un lado de mi fotografía estaba mi información, datos sobre mi padre, mi trabajo e incluso mi vida personal. Entonces dejé de creer que aquellos papeles revueltos a un lado eran simples recibos de pago, los tomé entre mis manos y los leí lo más rápido que pude. Todos, absolutamente todos eran actas de nacimiento. Todas con una foto de la persona engrapada en la parte superior. Miré a la cama, pero nada, busqué debajo y hallé tirado un extraño llavero con la leyenda "L". Volví a revisar las hojas con detenimiento y noté lo mismo en cada una, L, L, L... ¿Qué significaba L?

Traté de buscar más cosas en los cajones del escritorio pero todos estaban cerrados. Me temblaron las piernas, me sentí mareada, dejé caer las hojas y me llevé la mano al bolsillo buscando mi teléfono.

—Mierda...—maldije recordando que lo había dejado en la estancia. No pude oír pasos a través del corredor, así que me asomé nuevamente esta vez con más cuidado. No estaba. Con la poca fuerza que sentía corrí por donde había venido con la esperanza de llegar a la salida antes de que me encontrara, qué equivocación.

Al llegar abajo lo vi apoyado contra la puerta de la entrada y me mordí el labio con temor, a punto de desvanecerme.

—¿Ya terminaste? Eres rápida, más de lo que imaginaba—dijo paciente como si nada ocurriera.

—¿Quién demonios eres tú?


No hay necesidad de encariñarse. (Death Note: L x lectora).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora