Aunque en el mundo humano sólo habían pasado algunas horas de una noche sin fin, en la dimensión paralela creada por Seraphiel habían pasado cinco días, que Richter había pasado encerrado en sí mismo, con la mirada perdida en el horizonte y negándose a hablar con el resto del grupo.
- Richter, sé que estás triste, pero tienes que comer- insiste Maria de nuevo, desesperada. Apenas ha conseguido que Richter pruebe bocado, más allá de lo imprescindible para sobrevivir, bajo la mirada preocupada de sus compañeros y de los ángeles con los que entrenan.
Tampoco ha querido entrenar, a pesar de que Uriel le ha insistido constantemente en la necesidad de sobreponerse al shock y a la pena y de seguir luchando. Pero el joven no ha hecho más que mirarlo inexpresivamente, como si no le importara lo que el ser celestial pudiera decir. Él ya se había rendido.
- Hola, chico.- Uriel se sienta tranquilamente a su lado y juguetea con la punta de sus alas con gesto distraído- Ya veo que sigues impresionado por lo que dijo Miguel.
El joven lo ignora y sigue mirando a la nada, con gesto cansado. En esos días, se había limitado a dormir y observar al horizonte, intentando no atacar con su rabia a esos ángeles idiotas con su maldita diplomacia de seres inmortales. Finalmente, Uriel suspira y dirige su mirada hacia Annette y María, que entrenan amistosamente con los gemelos.
- Yo bajé a la tierra alguna vez, ¿sabes? En una de esas visitas, decidí meterme en el cuerpo de un bebé nonato, para saber lo que era una vida humana. Elegí una mujer que hablaba con tanta dulzura a su bebé que podría haber dormido a cualquier bestia infernal con sus arrullos. Se llamaba Metztli. Fui feliz, al menos hasta que cumplí los trece años. Por desgracia, mi madre murió durante la conquista española de lo que hoy es México, debido a una enfermedad. Durante mucho tiempo, sentí rencor, sentí odio, odio por aquellos que me habían arrebatado a mi madre. Pero una familia mestiza me adoptó, y con ellos aprendí el valor del perdón y de la comprensión.
Uriel suspira, mirando de reojo al muchacho, que le devuelve el gesto.
- También Alucard perdió a su madre ¿lo sabías? La mató la iglesia, quemada como una bruja, cuando sólo quería ayudar a sus semejantes. Y, cuando su padre intentó aniquilar a la humanidad como venganza, tuvo que matarlo también a él. - el joven abre mucho los ojos, sorprendido.
- ¿Por eso lo hizo? Pensaba que simplemente odiaba a su padre.
- No lo odiaba. Al contrario, el joven Tepes amaba muchísimo a su familia. Por eso sufrió tantísimo cuando tuvo que asesinar a su propio padre. Por eso buscó desesperadamente a su propia familia. Y hace diez años, vio morir al último de sus hijos.
- ¡¿Qué!?
- Así es, muchacho. Alucard no llegó a tiempo para protegerte porque estaba demasiado ocupado recogiendo los pedazos de su destrozado corazón por la muerte de su mujer y sus hijos. Y aún así, acudió en tu ayuda. Y no ha dejado de buscarte, aunque hubiera sido más fácil rendirse y dejar que la vida siguiera su curso. A pesar de todo, nunca dejó de cuidar de vosotros. Fue él quien os llevó a América para protegeros, y fue él quien ayudó a escapar a tu madre cuando tu abuelo fue incapaz de sobreponerse a su pena.
- Yo no... no lo sabía.
- Has sido muy duro con él, Richter. Y tremendamente injusto.
- ¿Y el Lucero del Alba?- espeta Richter, alzando la voz, buscando un motivo para continuar enfadado, un motivo para evitar el sentimiento de culpa que empezaba a corroerle.
- Tus antepasados tuvieron que enfrentarse a muchos enemigos. Enemigos poderosos que no habrían dudado en asesinar a quien fuera para hacerse con una pequeña parte del poder de esa reliquia. No es algo que deba tomarse a la ligera, es un objeto forjado por ángeles y, por tanto, contiene vestigios de nuestra magia. ¿Habrías preferido que os atacaran sin descanso para hacerse con el objeto angelical que había derrotado al mismísimo Drácula?
- Yo... yo... No, supongo que no.- el joven se abraza las rodillas con gesto derrotado.
- Lo suponía.
- Debería ir a disculparme con ellos, creo que he sido demasiado duro con ellos.
- Pronto lo harás, en cuanto estéis preparados os enviaremos de nuevo a la Tierra. Pero mientras tanto debéis quedaros aquí, a salvo, hasta que ellos cumplan con su misión. Es demasiado peligroso volver ahora mismo.
- Dime la verdad, ¿hay alguna forma de salvar a Tera y a Edouard? - musita el joven, tras un silencio tenso.
El ángel de alas pardas se rasca la cabeza durante unos segundos, buscando la forma de responder.
- Para devolverlos a este plano, no. Pero sí que podemos evitar que vayan al infierno para el resto de la eternidad.
Los ojos azules del cazador de monstruos se dirigen hacia las chicas, que ríen completamente ajenas a la conversación.
- ¿Vais a decírselo en algún momento?
- ¿Crees que deberíamos hacerlo, muchacho? - el chico niega levemente con la cabeza y se aprieta con más fuerza las rodillas.
- Es mejor que mantengan la esperanza todo el tiempo que puedan, al menos no las hundirá en la miseria.
- ¿Ves, chico? Al final, Seraphiel, Alucard y tú no sois tan diferentes. Nos guste más o menos, el amor a veces nos impulsa a hacer cosas poco ortodoxas.
- El amor a veces duele demasiado.
- Claro que duele, pero es una señal de que seguimos vivos, de que seguimos sintiendo. Cuando eres un ser incorpóreo, es algo que aprendes a valorar. - el ángel suelta una risita y sonríe con amabilidad.
- ¿Algún día deja de doler?- el ser alado deja de sonreír y vuelve a mirar al horizonte.
- Me gustaría decir que sí, pero en unos años me odiarías por mentirte. Pero aprendes a vivir con el dolor.
Finalmente, el muchacho se levanta y tiende la mano al inmortal, que lo mira con curiosidad.
- ¿Piensas quedarte ahí sentado o vas a levantarte a entrenar? Esa bestia del infierno no va a derrotarse sola.
Uriel sonríe y toma la mano del joven para levantarse.
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La Revolución de la noche eterna
VampireHistoria fan-fiction basada en Castlevania: Nocturno. Hartos de las luchas de poder entre los vampiros, otros seres mágicos han decidido tomar parte en la lucha de Richter Belmont y sus amigos contra Erzsebet Báthory, mientras el horror y la muerte...