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Muchos decían que vivir en la tierra era vivir en el mismo infierno, sin embargo el infierno existía y vivía una de las mayores crisis, día tras día los demonios debían absorber poder de métodos poco ortodoxos, si bien en su época dorada era tan simple como masacrar a los humanos por si solos o simplemente sentarse junto a los tronos de reyes y ver como se destruían entre ellos, cada vez era mas difícil. El mundo humano actual tenia muchas reglas y aunque seguían existiendo causas de sufrimiento, guerras, masacres y otras catástrofes, no era suficiente, por lo que debían buscar energía directamente desde los humanos con mentes mas débiles.

Por otro lado, demonios batallaban entre ellos mismo por subsistir, cada día eran menos, mientras los ángeles se multiplicaban y complicaban a los demonios conseguir fuentes de energía, como si no fuera suficiente con conseguir energía eterna de su dios, se confabulaban para dejar a demonios sin su fuente básica de alimentación, exorcizándolos y quitándoles su energía, devolviéndola al curso común de las almas.

Sin embargo, eso poco les importaba a quienes gobernaban en el infierno, al fin y al cabo, seguían siendo fuertes, podían simplemente matar a otros demonios para quitarles la energía o recibir ofrendas de demonios mas débiles por el simple hecho de dejarlos vivir, aun así, los demonios eran codiciosos y siempre querían mas, querían mas poder, mas energía, quienes gobernaban en el infierno no se conformaban con las simples almas de los humanos, ellos lo querían todo.

Desde el momento en que Jett abrió los ojos supo que su vida estaba destinada a ser de aquellos que se sentaban en el trono y no de los que se arrodillaban. Sin apenas conocimientos comprendió que en aquel mundo donde había nacido era mata o morir, pareciese como si la sed se de sangre fuese el único idioma que comprendía.

El día que Jett nació, también lo hicieron otros cinco demonios, todos de una dulce apariencia infantil, cualquiera hubiese pensado que eran niños humanos o ángeles de no ser por aquellos ojos sedientos de sangre que los seis niños compartían.

Una mujer de piel pálida, ojos carmesí y grandes cuernos los observaba sonriendo desde lo alto de un trono, sin palabras supieron que ella era su creadora, que eran parte de ella y con un par de aplausos les sonrió de una manera casi maternal, sin embargo repleta de violencia.

—Comiencen... — susurró.

Sus estómagos rugiendo y almas resonando ante la sed de sangre, ante el deseo de volverse mas fuertes era superior, un extraño deseo de querer impresionar a la mujer que como una diosa los observaba desde las alturas los consumía, y de pronto ya no eran seis demonios, cada uno de los hermanos intentaba a eliminar al otro mientras la mujer parecía deleitarse ante aquel macabro espectáculo, aplaudiendo y riendo cada vez que uno de sus hijos era consumido por el otro.

No pasó mucho tiempo hasta que sólo Jett, con su cuerpo repleto de sangre, miraba al trono, con ansias de mas, pero el terror de observar aquellos ojos carmesí lo detenía.

—Hijo de Belial arrodíllate ante tu creadora — dijo un demonio de ojos negros y aire solemne mientras el niño con un sentimiento extraño en su pecho se arrodillaba, algo en su interior lo hacia sentir extremadamente orgulloso y aterrado al mismo tiempo.

La mujer lentamente bajó de su trono, el niño no se atrevió a mirarla hasta que sus delgadas manos pálidas con largas uñas negras sujetaron su mentón para que sus ojos encontraran los de aquella mujer que sonreía desquiciada.

Pero aquella sonrisa no duró al igual que el leve sentimiento de orgullo en el pecho del niño.

—Este no tiene ojos color sangre... — dijo la mujer aburrida, mirando los ojos resplandecientes como el citrino — no creo que sirva...

La Jaula del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora