VII

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Parecía que en cualquier momento la cabeza se le iba a partir del dolor que sentía, su cuerpo se sentía pesado y dolorido, podía pensar que incluso el cabello le dolía. Por primera vez se sentía consciente de cada parte de su cuerpo y como esta gritaba por el ardor que lo recorría. En su inconsciente escuchó muchas cosas, la voz de su mente que lo obligaba a resistir ¿Que era lo que estaba haciendo antes?, ¿Por qué había terminado en esta situación?, ¿Quien era? No podía pensar, todo era dolor, se sentía sumergido en el mismísimo núcleo de un volcán, podía sentir como cada célula de su cuerpo se destruía para volver a nacer, lo podría sentir una y otra vez, sin parar.

Un grito ahogado abandonó su boca al despertar, su respiración agitada y sus sus ojos enrojecidos. Se calmó un poco al reconocer el techo de su habitación. Volvió a cerrar los ojos, su cabeza realmente lo estaba matando.

—El señor despertó — las voces del servicio nunca habían estado tan agitadas en sus aposentos.

—¿Bajó su temperatura?

—No lo creo, sigue sudando mucho...

Hacían tanto ruido, él solo quería descansar ¿Cuando se habían molestado en cuidarlo cuando se encontraba mal?, ¿Por que no lo dejaban solo como antes? Necesitaba silencio.

Sintió trapos fríos sobre su frente y por un momento se sintió aliviado, hasta que la sensación fue demasiado extraña y sus ojos volvieron a abrirse de golpe, volteándose a observar los intrusos de sus aposentos.

No bastó mas que una mirada para que todos esos demonios, subordinados de su madre, pegaran su cabeza a suelo en señal de respeto, temblando de miedo al ver como Jett finalmente se incorporaba.

—Ha despertado — El demonio mas distinguido entre los subordinados de su madre se levantó elegantemente — ¿Necesita algo mi señor?

—Yo... — su garganta dolía su voz se escuchaba extraña, le costaba hablar. — Yo...

Llevó su mano a su cabeza que le estaba matando, sin embargo al tocar su frente, no solo se encontró con la ardiente temperatura de su piel, si no con un par de protuberancias. Su corazón se aceleró y con ambas manos comenzó a tocar los grandes cuernos negros que ahora adornaban su cabeza, se sentían grandes, pesados. En cuestión de segundos su cuello dolía por el peso al que no estaba acostumbrado.

Los demonios aún postrados lo miraban con una sonrisa repleta de admiración.

Ahora miró sus manos, sus manos definitivamente no eran tan grandes, sus uñas ahora largas y afiladas parecían mas las garras de una bestia que las pequeñas manos infantiles que solía tener. Muchas emociones recorrían su cuerpo al mismo tiempo, comenzó a palpar un gran y fornido cuerpo que no reconocía, mirando los músculos y el tamaño de sus extremidades.

No... ese no era él, esto debía ser un sueño.

Tenía que ser un sueño.

Se levantó como pudo, no podía caminar con un cuerpo tan grande, parecía un venado recién nacido dando sus primeros pasos, los demonios postrados no se atrevieron a moverse para ayudarlo. Llegó hasta el espejo de cuerpo completo, sujetándose de la pared como si sus piernas no resistieran el peso de su cuerpo.

Su cabello azabache había crecido tanto que ya casi le llegaba las rodillas, los dos cuernos de alrededor treinta centímetros que adornaban su frente parecían incluso más grandes que los de su madre. Su cuerpo bronceado se veía como las esculturas del jardín, con hermosos abdominales marcados y unos pectorales amplios y definidos, su espalda era tan ancha que sentía que no cabría por la puerta, sus brazos estaban firmes y trabajados al igual que sus piernas, tan largas que sentía lejos del suelo. Cualquiera que lo mirara pensaría en una obra de arte, en una persona bendecida por el mismísimo creador, pero no era él, aquel hombre cercano a los dos metros no podía ser él.

La Jaula del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora