2-El velorio:

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Sábado anterior 11,20 AM


Laura viajaba incómoda y de mal humor, iba en un colectivo destartalado que saltaba en cada pozo en el que caía... y había varios hoyos por el camino de tierra. Se sentía un poco ofendida y molesta con su familia. Su madre le había llamado hacía tan solo tres horas para decirle que su tía había muerto y que esperaba que fuera al velorio. Una tía que creía muerta hacía más de quince años. Sin darle explicaciones por su obvia mentira, cortó el teléfono. El paisaje tampoco ayudaba a distraerla, el polvo se pegaba a la ventanilla y las conocidas montañas casi no se veían.

El pequeño bolso que llevaba con ella le estaba torturando las piernas, pero no quiso dejarlo atrás. Además, la mujerona que se sentaba en el asiento de al lado la obligaba a pegarse a la ventanilla. No era de las personas que usan perfume y el calor ya estaba molestando más de lo corriente. De pronto, saltó y se golpeó la cabeza contra el vidrio, cuando el vehículo cayó en un bache grande y profundo. Por un momento pensó que se quedaría atorado allí, sin embargo las maniobras del conductor lograron sacarlo adelante. Un aplauso de la gente le dio el ánimo para continuar, mientras se secaba el copioso mar que le caía de la frente. La mujer del asiento de al lado le comentó algo, sin embargo no escuchó ya que intentaba calmar el dolor de cabeza. Tenía un pañuelo sucio de colores cubriendo su cabello oscuro, que le recordó a su progenitora. Asintió con la cabeza, sin tener idea a qué y la señora puso su atención en otra parte.

La ira volvió a aguijonearle la paciencia, estaba muy enojada con su madre. Recordaba a su tía levemente como una mujer que estaba enferma en cama siempre, con la cara demacrada, flaca hasta los huesos y con unos ojos marrón claro tan extraños que recordaba más que cualquier otro aspecto físico. Parecía estar siempre alerta y asustada, sin embargo cuando la veía sonreía como una criatura. Le gustaba que la pequeña Laura se sentara junto a ella y le contara historias. ¿Cuántos años tendría entonces? No lo recordaba, pero no más de siete. La tía Brisa, hermana de su madre, vivía con ellos, ya que no tenía a nadie más. No obstante, un día su progenitora le dijo que se la habían llevado, que había muerto, y nunca más quiso hablar de ella. No pudo darle un beso de despedida y en su imaginación infantil creía que había volado al cielo con los pájaros, como el ángel que era... ¡Y ahora se enteraba de que estaba viva! Pensó, furiosa.

No obstante, había algo que Laura no llegaba a comprender. Si su tía estaba viva... ¿dónde había estado todos esos años? Que ella supiera las dos hermanas no tenían parientes vivos. Los de su padre vivían muy lejos y tampoco los conocía. La sangre se había convertido en poco más que nada, el tiempo y el olvido los había esparcido por tierras lejanas.

Una voz ajena desvió su atención, el conductor anunciaba que llegarían en quince minutos. Su acompañante comenzó la difícil tarea de juntar sus bártulos que tenía esparcidos por todos lados en el diminuto bolso que llevaba. Pañuelo, peine, un lápiz de labios, una taza, un mate y una bombilla fueron a hacerse compañía en la oscuridad. Laura la miró sorprendida, ¿cómo era posible que tuviera tantas cosas allí metidas a presión sin que explotaran las costuras? Antes de meter el lápiz de labios, sacó un espejito y comenzó a pintarse. La joven se miró en el vidrio y el aspecto que tenía la espantó, las ojeras eran profundas y su piel estaba tan pálida como una sábana.

—Hemos llegado —anunció el conductor, mientras entraban en una estación vieja. Un aplauso acompañó esta frase, todos los pasajeros estaban adoloridos, cansados y acalambrados.


13,05 PM

El edificio de la terminal de autobuses parecería abandonado si no estuvieran unas cuantas personas esperando a sus familiares y amigos. Laura bajó con su bolso y una pequeña brisa le azotó la cara. Miró por encima de la gente y, decepcionada, no pudo encontrar a su madre ni a su padrastro. Nadie había ido a esperarla. Suspirando, caminó entre las personas. Se sorprendió de no reconocer a nadie, el pueblo se había renovado esos años o su memoria fallaba estrepitosamente.

La bruja y la serpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora