13-Última oportunidad:

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14,08 PM


Acababan de terminar de almorzar unos fideos todos pegoteados con algo que parecía salsa, cuando por fin dieron con la dueña de la casa donde alquilaban, que habían estado rastreando toda la mañana sin éxito. La mujer fue amable, sin embargo no tenía idea de quién podría ser el dueño del nombre que les pasó la médium; de todos modos conocía muy bien la dirección. Esta se encontraba del otro lado de la plaza, exactamente a cinco cuadras de esta. Ambas amigas decidieron ponerse en camino de inmediato.

—No nos conviene perder el tiempo, ya me estoy desesperando —manifestó Laura, ansiosa.

Su amiga asintió con la cabeza.

—Queda cerca, si tenemos suerte acabaremos hoy con todo esto, sí que no te preocupes —dijo Sabrina, mientras salían de la pensión y caminaban por las calles del pueblo. Se había levantado una brisa y estaba nublado.

Laura no se encontraba tan optimista como ella. Estaba triste y confundida por lo que parecía que acababa de descubrir sobre su origen. Además, la solución que le había dado la mujer (entregar a un familiar) no le gustaba nada. Se repetía a sí misma una y otra vez que no sería capaz. ¿Y qué sería de ella entonces? Tampoco podía vivir atormentada por el miedo toda la vida.

Cuando iban cruzando la plaza, vieron al enorme perro. Por un segundo el miedo paralizó a ambas. El animal les mostró los dientes y pudieron ver como la saliva caía de su mandíbula. Un gruñido las sobresaltó.

—¡No puede ser!

—No lo mires... sigue adelante. No es real —susurró Sabrina, mientras cerraba los ojos y luego los volvía a abrir.

Laura apuró el paso y lo ignoró, temblaba entera y esperó el golpe del perro al abalanzarse sobre ellas. Además tenía náuseas y pronto necesitaría ir a un baño. No obstante, no sintió ningún golpe y cuando volvió atrás la mirada el perro ya no estaba allí. Sabrina había tenido razón, se convenció, y pudo recuperar un poco la calma.

Al llegar a la dirección que les habían indicado desde el hotel, se quedaron perplejas. Allí no había nada. Era un terreno vacío y sucio, que ocupaba casi toda la cuadra. Tenía un árbol inclinado y seco en medio, arbustos espinosos por todos lados y unos escombros se acumulaban en el fondo. Cerca de ellas había una montaña de bolsas de basura y caca de perro esparcida por todos lados. El olor era insoportable y las moscas pululaban por todas partes.

Le preguntaron a una anciana que pasaba por allí, por si se habían equivocado de dirección, pero no fue así. La mujer les aseguró que nunca nadie había habitado ese terreno, que se encontraba abandonado desde hacía años. Lo sabía bien porque había vivido toda su vida en aquella cuadra.

—¡Sounya nos engañó! —exclamó, furiosa, Sabrina, cuando se quedaron solas.

—¿Pero por qué? —dijo Laura, perpleja y sin entender nada—. No entiendo qué gana con esto. ¿Burlarse de nosotras?

—Quizás... ¡Oh! ¡Claro! ¡Es tan obvio!

—¿Qué es lo obvio? —replicó la joven, desconcertada.

—Sólo había una solución, Lau: que entregaras la vida de un familiar. Quedan dos hermanas de sangre. Ella seguro pensó que jamás lastimarías a tu madre, pero ¿por qué no a ella? No la conocías y no fue muy amable.

—Bueno... pero qué gana con mandarnos a aquí. Ya sé dónde vive. Puedo volver en cualquier momento —replicó Laura con el ceño fruncido.

—Y te aseguro que cuando vuelvas, ella ya no estará allí.

La bruja y la serpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora