11-La cumbre:

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19,35 PM


El viaje fue largo e incómodo. Había una familia que viajaba con sus seis pequeños hijos, que eran incapaces de estar sentados y menos quietos. Los gritos de la madre fueron lo peor y Sabrina recibió un vaso de yogur en la cabeza. Cuando llegaron, casi bajó corriendo, molesta y discutiendo. En el baño pudo enjuagarse un poco el cabello, pero fue tan poco el tiempo que les dieron que casi pierden el autobús que las llevaría al pueblo. Por suerte, la familia no viajó con ellas.

Al llegar a la cumbre dieron con un hotel que no podían pagar, sin embargo la mujer de la recepción les proporcionó el dato de una señora que alquilaba habitaciones a turistas. Hasta allí caminaron, estaba solo a 5 km del hotel, y se detuvieron en la puerta. Era una casa cuadrada de dos pisos que parecía a punto de venirse abajo. Las paredes, pintadas de un descolorido celeste, tenían hoyos en varios sitios.

—¿Nos arriesgamos? —dijo Sabrina en voz baja.

—Sólo estaremos un día o dos como mucho —replicó Laura, mientras se encogía de hombro. Ambas amigas entraron.

Pasaron por la puerta y entraron a un pequeño vestíbulo poco iluminado por las ventanas que eran altas pero estrechas. Estaba limpio y perfumado, detalles que le agregaban un aire de hogar. Se abrió una puerta y una mujer, de cincuenta años y pelo largo canoso, apareció. Fue muy amable. Consiguieron una habitación al final de un pasillo en el piso de abajo.

—Al menos está todo muy limpio —comentó Sabrina y luego de lavarse la cara dijo—: ¿Qué hacemos ahora?

—He estado pensando en preguntar a la policía.

—¿Con qué excusa? Ya fueron muy determinantes por teléfono, si llegan a descubrir que vinimos hasta aquí a buscar a un delincuente convicto vamos a pasar a ser sospechosas de algún crimen desconocido.

—¿Qué propones? —dijo su compañera.

—Dar una vuelta por el pueblo. Si los gitanos hacían una feria la encontraremos —dijo Sabrina, optimista.

Algo oscureció la habitación. Laura miró hacia la ventana y vio una sombra moverse rápidamente. Saltó del susto, al tiempo que la luz volvía a entrar.

—¿Había alguien allí? —preguntó Sabrina, que fue menos rápida en darse la vuelta.

—Sí... creo que es ella —replicó, mientras se ponía de pie e iba hacia la ventana. Esta daba a una corta callejuela. No obstante, no vio a nadie.

De pronto se puso nerviosa... ¿Y si comenzaba a ver cosas? El diario era testigo de todas las atrocidades y los monstruos que veía la niña. Laura lo había quemado pero las palabras seguían en su mente. Expresó sus temores en voz alta.

—No te estreses... Durmamos un rato. Aquí no podrá entrar —le aseguró sin tener la más mínima certeza en que apoyarse.

Las chicas desempacaron e intentaron dormir un rato.


21,30 PM

No pudieron conciliar el sueño más de una hora. Luego se bañaron y salieron a conseguir comida. Encontraron un restaurante a la vuelta de la casa, que no estaba muy concurrido. Allí las atendió una joven embarazada que parecía una niña, hablaba muy mal el castellano, no obstante se empeñaron en hacerse entender y todo salió bien. Se ubicaron frente a una ventana que daba a una callejuela. Estaban en altura, por lo que la vista del pueblo era hermosa. Este se componía de pequeñas casitas, de piedra pintada blanca y otras de color celeste, rodeadas de flores de colores y arbustos de un verde brillante. La mayoría de las calles eran de tierra, solo la principal estaba asfaltada, y se rodeaba de colinas. Era un lugar pequeño y muy iluminado.

La bruja y la serpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora