Domingo 11,15 AM
Laura se despertó sobresaltada, confundida y con dolor de cabeza. La luz del cuarto de costura la encandilaba. Dos personas discutían en el patio. Intrigada, se levantó casi a ciegas y tropezó con un cuaderno de tapas rojas que se había deslizado del sillón. Entonces recordó la noche anterior, cuando por fin se había apagado el fuego y su progenitora se había ido a acostar. Laura recogió el pequeño tesoro que había rescatado del infierno y lo llevó con ella. Aun no lo había leído, el cansancio la había agotado tanto que se quedó dormida.
En el patio oyó las voces de su padrastro y cómo el hombre se quejaba de lo que había ocurrido la noche anterior. No es que le molestara la pérdida de las cosas de su cuñada sino el trabajo que tenía que hacer: llevar el baúl quemado y lleno de ceniza a la calle le pesaba no sólo en los músculos sino en la cabeza. Al final terminó por decirle a su mujer que se las arreglara sola y se fue a la habitación.
La joven aprovechó el momento y se sentó a leer...
Martes 6,30 AM
—No debí haberlo leído. Ahora lo sé con certeza —dijo Laura con convicción y firmeza.
Las dos amigas se encontraban en la cocina-comedor, tomando un café con mucha azúcar. El silencio las rodeaba, mientras la ciudad comenzaba a despertar lentamente. El ruido del tránsito entró por algún resquicio de la ventana.
—¿Por qué? —preguntó Sabrina.
—Mamá tenía razón... Había que quemar todo.
—Pero...
—Mi tía tenía un secreto... Bueno, en realidad no era tan secreto, mis abuelos lo sabían por lo que pude leer. ¡Todo el mundo lo sabía! Solo que nunca lo creyeron. ¡Y cómo juzgarlos! ¡Quién iba a creerlo! ¡Era una locura! Probablemente pensaron que estaba empeorando su enfermedad —dijo con ironía, mientras llevaba sus manos a la cabeza en un gesto de cansancio.
—¿Qué secreto? —preguntó Sabrina, mientras un escalofrío le recorría el cuerpo. La historia de la tía de su amiga la había dejado helada.
—¿Recuerdas que tenía una enfermedad psiquiátrica? No estaba enferma... No. Era una víctima.
—¿Una víctima de quién?
—De la bruja —replicó Laura con simplicidad.
Sabrina se la quedó mirando con la boca abierta, totalmente perpleja. ¿Su amiga le estaría tomando el pelo? ¿Había dicho "bruja"? Abrió la boca varias veces para decir lo que pensaba sin ofender a Laura, recién al tercer intento logró comunicarlo.
—Las brujas no existen, Lau. Por lo que entendí, tu tía estaba mentalmente enferma y por eso sufría de alucinaciones de todo tipo. Había sido diagnosticada por profesionales médicos.
—Lo sé, yo tampoco lo creí al principio. ¡Quién iba a creerlo! Pero en el cuaderno... el diario, quiero decir... No sé cómo explicarlo, había algo, contenía algo.
De pronto la joven dejó de hablar, su mirada se posó en la ventana y palideció tanto que su amiga creyó que se iba a desmayar.
—¿Lo ves? —susurró, aterrorizada, sus manos comenzaron a temblar tanto que dejó caer la taza. El café que quedaba en el fondo se esparció por la mesa y unas gotas cayeron al piso.
Sabrina se dio la vuelta y miró la ventana, asustada. Allí no había nada. Se paró y corrió un poco la cortina... Nada.
—No veo nada.
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La bruja y la serpiente
Horror¿Alguna vez imaginaste que el solo hecho de leer un viejo diario de una inocente niña podría despertar tus peores pesadillas? Pues los libros prohibidos existen y Laura lo descubrirá de la peor manera. La maldición de la bruja cobra vida. ¿Te animas...