Sábado 18,30 PM
Laura se encontraba con su madre en la cocina, tomando un té con limón. Esta última había dejado de llorar y ya se encontraba mucho mejor. Su rostro aún tenía la estampa del llanto, sin embargo la expresión de dolor lo había abandonado. La joven había intentado ayudarle a recoger las cosas de su hermana esparcidas por toda la habitación y a meterlas en el baúl, pero aquella siempre que agarraba algo invariablemente estallaba en llano y perdía por completo el dominio de sí misma. Sentía mucha culpa y no dejaba de hablar de anécdotas de tiempos lejanos, cuando aún era niña. No obstante, ninguna explicación o intento de excusa había dado a su hija de sus mentiras. Así siguieron hasta que Laura decidió que debía sacarla de la habitación.
La vieja casa se encontraba silenciosa. El dueño de casa había caído inconsciente en la cama, pasado de alcohol, hacía una hora y no esperaban que se levantara hasta el día siguiente. Su esposa no parecía preocupada en absoluto por su estado, era normal en él.
—Mamá, ¿por qué me dijiste que tía Brisa estaba muerta?
La pregunta había sido hecha y la joven miró a su progenitora a los ojos, para ver cómo aguantaba el golpe. Nada en su huesudo rostro cambió, sólo un suspiro se escapó de sus finos labios.
—Era lo mejor.
—¿Por qué? No comprendo.
Hubo una corta pausa.
—¿Qué recuerdas de ella? —le preguntó, mientras apuraba el té, ya medio frío.
La pregunta tomó a la joven por sorpresa.
—Muy poco, la verdad. Era pequeña cuando —se detuvo y siguió con una leve nota de rencor que no pudo ocultar— me dijiste que había muerto.
—Tienes que entender, cariño, que fue por tu propio bien... Mi hermana Brisa era... "diferente".
—¿Diferente? —repitió sin comprender.
—Sí, los doctores le dijeron a nuestros padres que tenía una enfermedad mental. Pero para mí simplemente ella era "diferente", nunca pude comprender lo que significaba su condición o lo peligrosa que era, hasta el incidente...
—¿Qué incidente? —preguntó Laura con curiosidad y algo de temor.
—¿No lo recuerdas?
—No, para nada.
La mujer se levantó y se acercó a su hija. Era pequeña y menuda, parecía muy frágil. Luego le descubrió el rostro con sus suaves manos y pasó un dedo por la cicatriz. Laura se estremeció ante el contacto.
—¿Recuerdas cómo pasó? —preguntó.
—Claro, fue... Jorge.
—No, no fue tu padrastro —la corrigió sin inmutarse.
—¡¿Cómo?! ¡Claro que fue él! —replicó molesta. No podía creer que su madre fuera capaz de torcer la realidad para salvar a su esposo.
La mujer no reaccionó.
—¿Él te dijo?
—Sí... No... No lo sé. No lo recuerdo —balbuceó, desconcertada, tratando de recordar, pero su memoria se había bloqueado. Toda la vida había sabido de alguna forma que el hombre la había atacado... Sin embargo, no lo recordaba tomando un cuchillo y agrediéndola. No recordaba nada del incidente, ni siquiera haber estado en el hospital. ¡Había sido muy pequeña!
—No fue tu padrastro —repitió su madre y añadió, en un tono de profundo enojo—. Aunque a veces le guste insinuarlo. Le gusta tener el control y tú eras muy rebelde... Ahora comprendo el error. Siempre pensé que lo recordabas y no querías hablar de ello.
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La bruja y la serpiente
Horror¿Alguna vez imaginaste que el solo hecho de leer un viejo diario de una inocente niña podría despertar tus peores pesadillas? Pues los libros prohibidos existen y Laura lo descubrirá de la peor manera. La maldición de la bruja cobra vida. ¿Te animas...