Duckesa | chestappen

Complices 1

Max no le gustaba lo que estaba viendo. Él había considerado que con los años y el hecho de que era público su matrimonio con Sergio, nadie intentaría coquetearle a su esposo o insinuarse de forma tan descarada como aquel tipejo de la entrevista que no paraba de ver a SU MARIDO con ojos de cordero a punto de degollar.

¿No tiene nada mejor que hacer?

¡Ese era su hombre!

Quería tanto alejarlo, dejarle en claro que Sergio era suyo y de nadie más, pero una escenita como esa no podría hacerse. Ya era un hombre de treinta y siete años, no un maldito adolescente con problemas de celostina.

Todo sería más llevadero si tan solo Sergio no le sonriera de esa forma al tipo ese (quien lo hace casarse con el risueño de Sergio).

—Papito—la voz de su hijo lo saca del homicidio que estaba planeando, Max voltea hacia el respaldo del sillón, en dónde se estaba ocultando para que la cámara no lo vea.

—¿Pasa algo cariño?

—¿Has visto a Duckesa? La deje en la esquina como ordenaste pero fui al baño y no la encuentro—los ojitos de Pato están llenos de preocupación y se ven cristalinos—. No sé dónde está.

El pequeño niño hace un puchero y Max sabe que Pato se estaba aguantando las ganas de llorar. Quiero responder que tampoco sabía, pero decir eso solo provocaría que Pato se echara a llorar y la entrevista se interrumpiera. No era un padre cruel, pero si un esposo celoso, sin embargo, no dijo nada, comenzó a buscar a la pata por toda la sala en dónde se encontraban, intentando hallar un indicio de las plumas de la cola de Duckesa o sus ojos prejuiciosos.

No es cuando escucha al tipejo, enemigo número cincuenta de Max, quejarse abiertamente de Duckesa.

—¡Auch! ¿Qué hace un pato aquí?

Duckesa estaba agazapada debajo del sofá en dónde estaba el tipo, su pico salía del espacio entre el mueble y el piso, dándole ventaja en morder justo en la pantorrilla al hombre.

Por una vez, Max sonrió feliz de tener a la gran Duckesa. Después de todo, no fue mala idea llevarla a la entrevista.