The king's concubine

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Recomendación: Reproducir la música.

A cada paso que daba, avanzaba por la fría montaña cubierta de nieve junto a los pinos nevados. Su pálida piel estaba tornada de un tono rosáceo que evitaba la pérdida de calor por su cuerpo, debido a la baja temperatura de aquel invierno, pues aún vistiendo su hanbok azulado, el frío era abrazador.

—Ya casi llegó... solo un poco más. —se alentó a si mismo, apretando su agarre al tirante de la cesta llena de carbón en su espalda y seguidamente retomar su paso.

Antes de la llegada de la noche, pudo divisar entre los grandes arbustos el pequeño hanok con luces. Sonrío a su paso y avanzó a ello con tal rapidez hasta llegar a la entrada.

—¡Eun-Ji! ¡Estoy en c-...

Se vio interrumpido cuando observó el jardín rodeado de sujetos. Enseguida su cuerpo se tensó al oír los gritos de una mujer al otro lado de la pared. Sin pensarlo dos veces, se dirigió rápidamente hacia a la habitación dejando caer la cesta llena de carbón.

—¡Alto! —un hombre barbudo se interpuso a su paso sujetando su cuerpo con fuerza.

—¡¡Suéltame!! ¡¡Eun-Ji!!
—Jimin forcejeó tratando de liberarse.

—¡Estúpido mocoso! ¡¡Quédate quieto!!

El miedo cruzó por su rostro al ver la cabeza de su hermana caer sobre el frío suelo y seguidamente convulsionar.

—¡¡Eun-Ji!! —gritó con vigor sin importar lastimar su garganta.

—Suéltalo. —un hombre de telas onerosas y joyas de oro salió de aquella habitación, indicando una seña al tipo que lo amordazaba.

En cuanto fue liberado, Jimin corrió hacia Eun para envolverla en brazos.

—¡Eun -Ji! ¡Está bien! Tranquila, estoy aquí... —decía desesperado, sosteniendo en una mano el rostro de la joven convulsionando en el pavimento, pegándola hacia su pecho mientras que con otra agarraba sus pies para evitar que se movieran.

Aquel hombre presenciaba la escena con burla. Dos hermanos dependiendo entre sí era lo más patético para él, más aún si se trataba de huérfanos abandonados, sin ningún motivo de vivir.

Al cabo de un rato, Eun pareció calmarse ante la presencia de Jimin, desmayándose entre brazos. Jimin dejo salir un suspiro de alivio aferrando su cuerpo al de ella.

Con el paso del tiempo, su enfermedad empeoraba cada vez más.

—Así que tú eres Park. —comentó aquel hombre de tez morena.

Enseguida Jimin retrocedió sobre el suelo sujetando el cuerpo de Eun.

—¿Quién demonios eres tú? ¡¿Qué carajos haces aquí en mi casa?! —vociferó exaltado.

—Tranquilo, solo vengo por mi parte.

—¿Qué? —Jimin voceo desconcertado.

El sujeto soltó una risa, al darse cuenta que aquel joven había sido demasiado ingenuo al ser engañado.

—Ya veo. ¡Bien! Te lo explicaré. —soltó.
—Tú madre es Hye ¿cierto?

Jimin palideció.
Cómo podía olvidar el nombre de la persona que lo botó al vacío como una simple basura, aquel nombre que recordaba cada noche torturándolo sin remordimiento. Después de ese día, su madre los abandonó a él y su hermana como a un perro callejero, sin preocuparse por ellos.
Sabía que su vida no era fácil, cada mañana madrugaba para vender carbón con el viejo SeoJun, un anciano que lo ayudó a conseguir un poco de estabilidad como parte de su gratitud sincera.
Pero aún así, vivía humildemente en aquella casa deteriorada, que lo único que lo mantenía en vida, era su hermana.

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