Javier y Eva son recién presentados entre sí, la familia Villalobos acaba de mudarse a la ciudad y los Murieta les han recibido con gusto. Es ahí cuando se conocen nuestros pequeños protagonistas.
Javier Villalobos; un niño de siete años que ha tenido una vida difícil a su corta edad. Su padre biológico era un cretino incluso antes de que su hijo naciera y su esposa, madre de Javier, recibía las consecuencias de los actos de su ex pareja. Fue hasta la temprana edad de cuatro años que, tras ver cómo su madre era golpeada, Javi se dió cuenta de lo mierda que podrían ser las personas. Fue la cantidad suficiente de trauma para volverlo frío, calculador y un perfecto actor; él podría saber tus más oscuras intenciones, pero tú no sabrías ni su pensamiento más ligero.
Eva Murieta; Una pequeña de cabello castaño de solo seis años, muy normal para su edad. Energética, distraída y sonriente son palabras que la describen a la perfección, no hay día que sus locuras no llenen de color su hogar y su imaginación nunca se apagará, pues siempre vendrá con una nueva ocurrencia.
Y haber juntado a estos dos niños fue el peor error cometido por la humanidad.
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-¡Ahhh!¡Deja de molestarme, Javier!- Gritaba una hartada Eva de dieciséis años, siendo perseguida por un insistente Javier de diecisiete.
-¿Porqué debería? Es muy divertido ver tus intentos por atacarme, culo gordo.- Ese apodo por parte del pelinegro la hizo gruñir y se volteó para pegarle con su lonchera rosa, movimiento que el chico esquivó con facilidad. -Tan lenta y babosa como siempre.- Soltó una fuerte carcajada y salió corriendo, siendo él ahora perseguido por la más bajita.
Corrieron unos metros más hasta que pararon en el semáforo peatonal de la esquina, encontrándose con una dulce y bella chica de cabellos castaños claros tan largos hasta su cintura, su uniforme pulcro y bien cuidado a pesar de haber terminado la jornada escolar, y de estatura promedio en una adolescente de dieciséis años. Esa increíble chica perfecta era Silvia Estrada, una santa al lado de Eva y Javier que son unos salvajes.
-¿Otra vez peleando?- Preguntó Silvia al notar a un sonriente Javier y una sofocada Eva, mostrando que sí habían vuelto a pelear.
-No es pelea, solo que Evi chiquita no sabe tomar las cosas con gracia.- Se justificó el pelinegro, encogiéndose de hombros ante la mirada confundida de la castaña clara. Solo el grito de la más pequeña de estatura fue lo que asustó a Silvia.
-¡¿Disculpa?!¡La gracia es que eres un tarado, antena satelital!- A ojos de Estrada, Eva siempre parecía un perro chihuahua al lado de un juguetón Javi que le recordaba a un perro alaskan malamute.
-Bueno, bueno. Ya no discutan.- Se puso en medio de ambos, calmándolos y sonríendoles con amabilidad. -Vayamos por unas botanas a la tiendita, yo invito.- Esa frase hizo sonreír a sus amigos, incluso escuchándose una celebración por parte de Murieta.
El semáforo prendió la luz verde para el cruce peatonal y comenzaron a andar, dejando casualmente detrás a Silvia. Tosió sobre su mano un poco fuerte y, al separar su mano de su boca, vió una pequeña mancha de sangre que había escupido. Silvia Estrada estaba enferma.
Era algo que le ocultaba a sus amigos, pues no quería preocuparlos ni que estuvieran pendientes de ella como si fuera una muñeca con necesidades especiales. Prefería mantener la ignorancia de sus compañeros, así ella podría vivir en paz.
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Sueños sin razón
RandomEsta historia es solo para publicar sueños raros que he tenido desde que entré a preparatoria, también publicaré algunas ideas que se me vengan a la cabeza y/o borradores de cualquier cosa. No esperen lógica... Porque no la hay.