Historia: Más de uno

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Tras la muerte de Silvia y algunas compañeras más de clase, la salud mental de Javier se vió desestabilizada, mandando al pelinegro a un pozo depresivo del que no puede y no quiere salir.

Sobre aquel puente, mirando el río, pensaba profundamente sobre su vida; la de sus fallecidas compañeras y las personas egoístas. ¿Porqué los inocentes y bondadosos morían mientras los mentirosos y corruptos seguían vivos?¿Porqué las cosas tenían que ser así?

Las voces en su cabeza sonaban; gritando, rogando, gruñendo, maldiciéndolo.

Subió al borde del puente, estaba decidido a seguir a sus amigas, a Silvia. No iba a seguir viviendo con el dolor de no poder salvarla, de haberla visto pasar por tanto dolor y él no hizo nada. ¡Tenía que morir para perdonarse y que Silvia lo perdone mirándole una última vez! Una última vez con su mirada comprensiva.

–¿Qué crees que haces, niño?– Un hombre de la mediana edad estaba a menos de cinco metros de él, tenía una bolsa con víveres y bebía tranquilamente de una lata de refresco.

Javier volteó a mirarlo por un momento, le gruñó como si fuera un animal y lo miraba con desprecio. –¿Qué le importa, viejo?.

El hombre se encogió de hombros y dió un sorbo a su bebida, para después decir; –Esta zona ya huele a mierda lo suficiente, solo empeorarás las cosas.– Su forma de reaccionar y de hablar daban a entender que poco o nada le importaba si Javier se mataba. Entonces, ¿Porqué lo detenía con esa plática tan tonta?

–No me importa lo que pasa con esta zona, pueden irse todos la carajo.– El pelinegro dijo con un desinterés muy obvio, tanto que su gesto molesto de hace unos minutos se borró de su rostro y el hombre se dió cuenta de inmediato de eso.

El hombre estaba por decir algo más hasta que se escuchó un grito agudo, proveniente de una chaparrita muchacha de cabello castaño oscuro.

¡JAVIER!¿Qué haces ahí?¡Bájate ya!– Eva se acercó rápido, buscando bajar a su vecino de la orilla. Tras el fallecimiento de su mejor amiga, ha estado pendiente del más alto, pues detrás de Silvia la siguieron dos chicas más que no pudieron con el dolor de su partida y Javier cargaba con el dolor de ser el único que sabía sobre las verdaderas razones de las chicas. –Ya es la quinta vez en el mes que lo intentas, por favor detente.– Le suplicó, intentando no impacientarse o llorar por la impotencia.

–¿Porqué me seguiste, Murieta?– En su voz se notaba que la reprendía, en su mirada se notaba el desinterés de tenerla ahí, sus manos se movían nerviosas por la presencia de la chica y por la escena tan comprometedora. Y, aunque su voz no lo notaba, sus labios temblaban un poco, como si tuviera miedo o quisiese llorar.

–Porque me preocupas, tarado.– Le miró con ojos filosos, una postura firme y voz fuerte.

–Vete. No tienes nada que hacer aquí.– Dijo, más como advertencia, volviendo su mirada al río y cómo estaba a un paso de caer hacia el agua.

La chica se impacientó un poco y, en su desesperación, se subió también a la orilla. Javier observó a la chica con miedo, pero sus acciones demostraron fuerza bruta y su voz demostró furia.

–¡¿Qué crees que haces, culo gordo?!– La chica se soltó como pudo del agarre y miró hacia el río.

–¡También estoy triste por lo que le pasó a esas chicas y también extraño a Silvia!¡En casa las cosas no son mejores y si tú te vas pues yo también!– La castaña comenzó a lagrimear un poco y su voz se cortaba de a ratos, pero su postura y actitud firmes nunca se perdieron.

Sueños sin razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora