Pequeños copos de nieve, como plumas blancas, descendían suavemente, cubriendo el instituto en un manto de algodón. Los caminos, antes oscuros y húmedos, ahora brillaban con una luz suave y tenue. Los carros, que entraban y salían del recinto para llevar a cada strega y nosfery a casa, de vuelta con su familia o a alguna de las posadas para los huérfanos dejaban tras de sí delicadas huellas en la nieve virgen.
Observaba a Cherith sumergida en un mar de abrazos y susurros despidiéndose de sus amigos, fingiendo una tristeza que parecía más ensayada que sentida. La escena era como un cuadro pintado con colores demasiado vivos, una farsa perfecta que ocultaba las verdaderas emociones. Los demás estudiantes, como autómatas, repetían las mismas frases hechas, los mismos gestos vacíos. Me pregunté cuántas veces habían repetido este mismo ritual, esta misma danza de la hipocresía.
Mis ojos recorrieron el lugar hasta llegar a Jorah que estaba conversando animadamente con los padres, su sonrisa era amplia y sus ojos brillaban. Era evidente que intentaba causar una buena impresión. En ese momento, sentí una mirada clavada en mí. Mire un poco más a la derecha y ahí estaba, el instructor, el mismo que había llamado 'imbécil' la noche anterior. A pesar de tener unos ojos azules, su mirada se veía oscurecida y penetrante, como si pudiera leer mis pensamientos. Tragué saliva y desvié la mirada
—Que maldita pena —murmuré, ocultando mi rostro entre las manos.
—¿Qué te da pena?
Giré hacia Lena, su sonrisa era contagiosa. Estiré los brazos, y ella me envolvió en un abrazo cálido.
—Él es al que le dije imbécil— señalé al hombre alto, guiñandole un ojo a Lena.
Lena soltó una carcajada, tan fuerte que todos los presentes se volvieron a mirar, y estoy segura que me ruborice cuando mis ojos se cruzaron con los de él y nos reprocho con la mirada.
Un versa negro se deslizó a nuestro lado, la carrocería reluciendo bajo la luz de la calle. La puerta del conductor se abrió y un hombre alto y bien vestido salió de él.
—Adam —sonreí.
—Señorita Cassie Rainheart —me saludó y después desvió su mirada a Lena—. Señorita Elena Wesker
—Adam, gusto verte —contestó ella.
—¿Qué haces aquí? Creí que estarías ocupado en alguna misión —Él alzó una ceja y yo levanté las manos—. No digo que no me agrada tu visita, pero no me la esperaba.
Él sonrió, se giró y abrió la puerta de atrás del auto, Mi corazón dio un pequeño vuelco, pero se calmó al verlo sacar un pequeño ramo de flores, claveles de color rosa y rojo.
—Es un orgullo que sea una de las mejores de su generación, tome este ramo de flores como obsequio —me dió el ramo, esbozando una cálida sonrisa.
Asentí, sintiendo una punzada de decepción. Aunque me llenaba de alegría ver su sonrisa y el ramo, no podía evitar sentir un vacío. Era un reconocimiento importante, sí, pero esperaba otra cosa.
—Deja de tratarme de usted, me haces sentir vieja —Él sonrió—, pero gracias ¿no fue ella, cierto? —pregunté al ver que la pequeña dedicatoria tenía la letra cursiva de Adam y no de mi madre.
—Ella me mandó, le habría encantado venir, pero ha estado bastante ocupada —la excusó, haciendo una pequeña mueca—. Yo las elegí, espero que te gusten.
Las flores eran hermosas, pero no podían llenar el vacío que sentía al no tenerla aquí.
—Gracias —las llevé a mi nariz, oliendo su dulce aroma—. ¿Cómo ha estado la abuela? ¿También ella está ocupada? —mi voz sonó más ronca de lo que pretendía, y traté de recomponerme tosiendo.
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Un Reino de Fuego
FantasyCassie Rainheart se ve obligada a permanecer en el instituto durante las vacaciones de invierno para entrenar sus poderes. Un hecho desastroso, ya que solo esta a medio año de ir a la universidad y la vida adulta no parecer ser nada facil, mucho men...