|Capítulo 9|

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Ethan Frater: Lo siento, no podré ir.

Un suspiro de resignación escapó de mis labios. La conversación con Allen había tomado más tiempo de lo previsto, y había escalado a niveles que jamás imaginé.

No podía evitar que se dibujara una sonrisa en mi rostro cada vez que lo recordaba. Allen parecía un tipo bastante serio, un hueso duro de roer, pero dominaba cada frase, diálogo y detalles de Orgullo y Prejuicio. En la biblioteca, sin ojos que lo observarán o juzgarán, era una persona completamente diferente al chico arrogante y estoico que se mostró en su primer día aquí. Solo una máscara que ocultaba su verdadera esencia.

Dejé el celular en mi casillero y lo cerré de golpe. Un nudo de culpa se formó en mi garganta. La charla con Allen había sido tan divertida y absorbente que incluso olvidé la razón principal por la que había ido a la biblioteca. Me había reído con otro hombre, mientras que Ethan se enfrentaba a un castigo que le habían dado por mi culpa.

Flexioné mi espalda hacia atrás, y un pequeño gemido escapó de mis labios al escuchar un crujido de mis huesos. Esta vez, Uriel fue el responsable de mi entrenamiento, y se le ocurrió la magnífica idea de hacerme practicar lounge mientras cargaba una mochila llena de pesas. Para cuando inicio el entrenamiento grupal, con cada paso que daba mis piernas temblaban como las de un cervatillo recién nacido.

Damian nos indicó que nos pusiéramos frente a las dianas. Tiro con daga. La sesión de ayer con Aiden había sido un desastre. Diez tiros dentro de la diana, solo diez tiros seguidos, y lo máximo que logré fueron siete. Se había desesperado tanto que terminó sacándome de la sala mientras me lanzaba las dagas y yo huí de él para salvar mi vida.

Un gemido ahogado escapó de mis labios al recordar la escena. Los ojos de Aiden brillaron por un instante, y luego se posaron en mí. Una ligera y fugaz sonrisa se dibujó en su rostro, yendose tan rápido como apareció, y me pregunté si acaso aquel pequeño destello de diversión sólo había sido producto de mi imaginación.

Posé mi mirada en Ethan, quien se encontraba a una diana de distancia. Tomó una daga con gesto seguro y lo lanzó en un movimiento rápido, casi imperceptible. La daga se clavó en el blanco, justo en el abdomen. Los dos chicos que lo acompañaban aullaron de emoción y le palmearon la espalda. Ethan se sonrojó ligeramente y nuestros ojos se encontraron.

Sentí un cosquilleo en el estómago cuando una sonrisa tímida iluminó su rostro. Un instante después, volvió a concentrarse en su objetivo, con una determinación que me cautivó.

—Estúpidas dagas —chilló Greth, una de las chicas delante de mí. Su rostro se contorsionó de frustración.

—No le eches la culpa de tu mala puntería a las dagas —Se burló otra chica a su lado, Jessica.

—Es que están más pesados de lo normal —se quejó Greth, cruzándose de brazos.

Me tendió la daga y la tomé entre mis dedos, saboreando su extraño peso. Era exactamente como las dagas que había usado ayer con Aiden, con el mismo diseño e incluso la misma hoja negra. Sin embargo, esta pesaba más que las otras, y parecía estar desequilibrada, con la mayor parte del peso concentrada en la hoja y no en el mango. La gire en mi mano, y lo lance, tal y como Aiden me había enseñado, y aún así, la hoja cayó al suelo antes de siquiera llegar a la diana.

—Les dije que no era yo, es culpa de esas dagas —insistió Greth.

Observé a los demás, que parecían no tener ninguna dificultad con sus dagas. Muchos lanzaban con precisión, acertando en los puntos marcados. Tomé otra daga, sintiendo de nuevo su peso inusual. Era igual que la anterior, más pesada y desequilibrada.

Un Reino de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora