|Capítulo 4|

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Atravesé la puerta de madera destrozada y entré en lo que antes había sido nuestro refugio. Mis sentidos se agudizaron, concentrándose al máximo. El olor a sangre rancia y humedad era tan intenso que casi me obligó a retroceder. Cada crujido de la madera bajo mis pies resonaba en mis oídos como un trueno y solo bastaron unos cuantos segundos para que mi visión se acostumbrara a la oscuridad que parecía consumir todo a mi alrededor. Las lámparas exteriores del jardín parecían no funcionar, e incluso con mi gen vampírico no podía ver más allá de un par de metros. Pero no lo necesitaba, conocía esta cabaña como la palma de mi mano. Había hecho pijamadas aquí, la mayor parte del día jugábamos en la recamara de al lado, que estaba infestada de juguetes.

La oscuridad era mi enemiga, pero también mi mayor aliada. Estaba en mi territorio, eso debería significar alguna ventaja relevante.

La lluvia golpeaba contra las ventanas, creando un ritmo frenético que se mezclaba con el sonido del viento ululando. Los relámpagos iluminaban esporádicamente la cabaña, proyectando sombras grotescas en las paredes y revelando la figura de un hombre cubierto de pelaje que se movía con una agilidad sorprendente entre los muebles. Mi corazón palpitaba con fuerza en mi pecho, y un escalofrío recorrió mi espalda. Sus ojos eran de un amarillo brillante que iluminaban la oscuridad a su alrededor, y en medio de un relampago sus enormes colmillos aparecieron ante mi. Un pequeño llanto provenía de detrás de él y sentí como los bellos de mí brazo comenzaba a erizarse.

Era un vargar.

Un enfrentamiento uno contra uno era casi una sentencia de muerte, y yo estaba sola, desarmada, sin el entrenamiento adecuado. El miedo era una ola que me inundaba, pero sabía que no tenía otra opción. Apreté el fragmento de vidrio con más fuerza, como si pudiera extraer de él la valentía que me faltaba. El vargar soltó un aullido gutural que resonó en mis huesos, y se abalanzó. Sentí el impacto de su cuerpo contra el mío, un golpe sordo que me sacudió hasta los cimientos y mi cabeza dio de lleno en el suelo.

Un dolor agudo, como si me hubieran perforado con una brasa incandescente, se apoderó de mi hombro. Sus garras se habían abierto paso entre mi ropa y la piel de mi hombro hasta traspasarlo por completo. La sangre caliente brotó a borbotones, empapando mi ropa y tiñendo el suelo de un rojo oscuro. El tiempo pareció detenerse. Vi cómo su garra se acercaba lentamente a mi cuello, cada centímetro era una eternidad. Era como si la vida se escurriera de mi cuerpo, gota a gota igual que la sangre que abandonaba mis venas.

—¡Liam, corre! —Cerré los ojos con fuerza y mi voz se quebró. Él estaba hasta el otro lado de la sala, tal vez si se apresuraba y no estaba herido, podría huir de aquí antes de que esta bestia acabará conmigo.

Mis párpados se negaron a abrirse, pero escuché un gruñido gutural y el sonido de una lucha feroz, cuando los abrí, vi a Liam, luchando con todas sus fuerzas. Un grito ahogado escapó de mis labios. Estaba siendo zarandeado como un muñeco de trapo, mientras él se aferraba lo mejor que podía al cuello del vargar, tirando de su pelaje, sus pequeñas piernas pataleaban en el aire. Un nudo se formó en mi garganta

Me incorporé con un esfuerzo que muchos podrían considerar sobrehumano y el mundo se tambaleaba a mi alrededor, la habitación daba vueltas como un trompo. La sangre caliente me empapaba, el sabor metálico llenaba mi boca. Mi visión se nublaba, pero a través de la niebla, vi a Liam. Con un último esfuerzo, me lancé sobre la criatura. Liam cayó a un lado desorientado, y yo me puse encima del vargar, Sin pensármelo dos veces abrí la boca mostrando los colmillos que siempre mantenía ocultos. Él trató de sujetarme del cuello, así que atravesé su pelaje y hundí mis colmillos en la piel áspera de su mano.

Un aullido desgarrador desbordó de él, y empezó a retorcerse debajo de mí. Una risa siniestra escapó de mis labios, o tal vez era el llanto. Me llevé una mano temblorosa al rostro, tratando de sofocar el sonido que brotaba de mi interior. Pero daba igual. Nuestras mordidas eran suficientes para matarnos entre nuestras especies, así que solo era cuestión de minutos para que su corazón dejase de latir, y en su estado tan dañado... tan débil, solo bastarían solo unos segundos.

Un Reino de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora