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A primera hora de la mañana Gia pasó por la facultad para apuntarse a los talleres de literatura que se impartían durante el mes de agosto. Jamás se había decidido por ese tipo de cursos, así que le sorprendió ver a tanta gente, entre ellos alguno de sus compañeros de clase. Eran tres horas, desde las nueve a las doce, y no estaban nada mal.

Taehyung parecía tener razón con el tema de tener la cabeza fuera de la urbanización durante algún tiempo. Le pasaron las horas volando y, cuando salió, un grupo de alumnos de su clase, la invitaron a tomar algo en el centro de Seúl. Casualidades de la vida o el maldito destino, el café estaba muy cerca del edificio de oficinas de los Kim, aunque si uno se paraba a pensar bien, no había rincón de moda en aquella capital que no estuviera cerca del imperio de aquellos tipos.

—¿Quieres un café o un refresco? –le preguntó una de sus compañeras.

—Me vendría bien un café, muchas gracias.

Gia nunca había sido proclive a las relaciones personales entre compañeros. No era una experta en empatía o simpatía, pero tenía que reconocer que aquellos estudiantes eran tranquilos y no parecían tener la euforia de la edad que ella siempre había rechazado. Se sentaron en uno de los rincones más apartados del local y comenzaron a hablar del taller; Gia revolvía su café sin prestar atención a lo que decían. 

Envió un mensaje de texto a Taehyung contándole lo que había hecho y dónde se encontraba. Quería demostrarle que podía ser una chica normal y que era capaz de relacionarse con los de su edad, incluso con estudiantes más jóvenes que ella. Pero lo cierto es que no podía dejar de pensar en él, en su nueva vida con ellos. Al preguntarle si tenía novio, no supo qué contestar y hasta tartamudeo un “algo hay”; cosa que les hizo mucha gracia a las dos chicas que estaban más cerca.

Su teléfono vibró. No se esperaba que Taehyung respondiera a su mensaje. Lo miró casi ansiosa.

Bien

Gia entrecerró los ojos.

Siempre estaba sola. Da igual lo que hiciera. Con Romano jamás compartió su vida personal o diaria. Ella era un apartado independiente de su vida y nunca había hecho nada que se saliera de su papel de mascota. Por aquel entonces habría dado la vida por presumir de aquel tipo rubio con cara de actor de cine, habría dado algo por que la vieran con él, aunque fuera mucho más mayor que ella, pero Romano no era esa clase de hombres. Jamás habría permitido una relación normal, un simple paseo por la ciudad, o incluso pasar a recogerla por su facultad de vez en cuando.

“Señor, en un rato acabaremos aquí. ¿Puedo ir a buscarle o me vuelvo a casa?”.


No tenía ni la más remota idea de qué hacer. Cuando su teléfono volvió a vibrar tuvo que leer el mensaje dos veces y hasta se le resbaló de la mano al intentar contestar.


¿Atelier? Ese local está en frente. Pasamos nosotros”.



¿Nosotros? ¿Acaso iban a ir ellos hasta allí?  Miró a sus compañeros y trató de seguir el hilo de la conversación, pero cada vez que se abría la puerta y sonaba la campanita colgante se le disparaban los nervios y no sabía ni qué decir.

—Mañana hay una lectura conjunta de Shakespeare que…

—Gia, ¿quieres otro café?

—No, gracias. No tardaré en irme. Me vienen a buscar.

Casi le dio la risa histérica cuando dijo aquello. Y casi se mareó cuando vio entrar a Taehyung y Jimin en el local y se pararon a hablar con un tipo que parecía el propietario. Una de sus compañeras le dio con el codo a otra y se pusieron a cuchichear entre ellas mirando hacia ellos.

OBEDECE [KTH+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora