Narración Maggie
Atravesé el bosque en auto por un sendero marcado para vehículos. Al llegar a la laguna, vi tres enormes casas rústicas. Sabía que la del centro era la mía; eso me lo había dicho Daniels. Detuve el auto frente a la casa y lo primero que hice antes de entrar fue contemplar el bosque y el lago frente a la casa. Realmente lo amaba. Estaba a punto de nevar; se notaba con el frío que soplaba. Caminé hacia la casa; la chimenea estaba encendida y me abrazaba como si me estuviera recibiendo en casa. Un segundo después, una mujer de aproximadamente sesenta y cinco años llegó a la sala. Su color de piel era hermoso, con unos rasgos indígenas preciosos. Su cabello lacio y negro caía hasta muy debajo de su cintura trenzado.
—Bienvenida a casa, señorita.
—Hola, Maggie, solo Maggie.
—Soy Teodora, pero todos acá en este país me dicen Teo.
—Un placer conocerte, Teo.
Vi más allá de la mirada de Teo y noté muy rápido su tristeza y sus ganas de llorar, sin embargo, no me pareció prudente en ese preciso momento preguntar, así que decidí esperar.
—Señorita Maggie, el señor Daniels me dijo que la llevara a conocer la casa.
Teo me enseñó cada parte de la casa: los cuartos, los baños, la sala, la biblioteca. Cuando llegamos a la parte de atrás, recordé a Jona; había una casa más pequeña justo como la que ocupaban Lucí y su familia en la casa de Jona.
—¿Y esta casa es parte de esta propiedad?
—Sí, señorita Maggie -dijo Teo, y entonces sus lágrimas brotaron.
—¿Qué pasa, Teo?
—No pasa nada, son cosas sin sentido.
—Bueno, uno no llora por cosas sin sentido.
—Me da nostalgia irme, eso es todo.
—¿Teo, tú vivías aquí?
Ella no respondió, guardó silencio, y yo le pedí que me acompañara a la sala nuevamente.
—Señorita Maggie, yo solo debo entregarle las llaves e irme.
—Y lo entiendo, pero quiero saber por qué lloras. Dime, ¿vivías aquí?
—Sí, señora, junto con mi hija.
—¿y que paso?
—He trabajado para el padre de Daniels durante muchos años, y ahora que ha fallecido, debo irme y dejar todo atrás. Duele mucho, he servido en esta casa por más de treinta años. Creo que tendré que regresar a mi país y empezar de nuevo.
—¿Cuáles eran tus labores aquí?
—Hacía de todo, señorita.
—Teo, ¿por qué no te quedas? Necesito a alguien conmigo, no conozco este país, además, este es tu lugar, lo conoces mejor que nadie.
—Pero usted no me conoce.
—Bueno, tú tampoco me conoces. Tendríamos que conocernos.
Teo lloró aún más, y yo la abracé. Ese abrazo creó un vínculo entre nosotras. Ese día, no entendí que mi familia empezaba a formarse y que ya no estaría sola.
— ¿Teo, ¿dónde está tu hija?
— Me está esperando fuera de la ciudad. No quería despedirse de la casa.
— ¿Cómo se llama?
— Mari Cruz. Tiene veinte años y está en la universidad.
— Pues vamos por ella. Muero por conocerla.
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Claris Olsen Mi Verdadero Amor
RomansaJonathan, marcado por los errores de su pasado, ha confrontado sus fantasmas y saldado las deudas que le pesaban. Sin embargo, su mayor desafío surge cuando descubre que la mujer que solía calmar su ansiedad es la propietaria de su corazón, pero lam...