Capítulo tres.

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Había pasado una hora con cuarenta y dos minutos desde que Hanni comenzó la tortura

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Había pasado una hora con cuarenta y dos minutos desde que Hanni comenzó la tortura.

¿La película del payaso que mata niños? Ni se asemeja al sufrimiento al que me estaba sometiendo.

—Este favorece tus ojos.—comentó, ignorando mis súplicas dramáticas.

Y sí, odio probarme ropa. Con todo mi ser.

Suspiré, frustrada, mientras subía la música del móvil y Brianstorm de Arctic Monkeys vibró con más intensidad en la habitación de mi amiga, sacándome una sonrisa.

Top marks for not trying
So kind of you to bless us
With your effortlessness
We're grateful and so strangely comforted
And I wonder
Are you putting us under
'Cause we can't take our eyes
Off the t-shirt and ties combination?
Well, see you later, innovator.

—¡¿Me estas escuchando?!—la voz de Hanni sobrepasó la música, haciéndome pegar un brinco.

—Eh...no, la mayor parte del tiempo te ignoro, Hanni.—la molesté.

Una carcajada salió de mis labios cuando un vestido color cereza se estrelló contra mi cara.

—Póntelo, malagradecida.—salió de la habitación, sacándome la lengua de forma infantil.

—¡Vamos a llegar tarde!—grité, pero la puerta ya se había cerrado.

Ojeé la prenda en mis manos, era un vestido precioso, aunque tal vez con demasiado escote.

Ni que tuvieras algo que enseñar.

Pues eso, conciencia, que tenemos que trabajar en nuestra autoestima.

Pensé que ya habías aceptado que eres más fea que Voldemort.

—Jo-der.—oí decir a Hanni, que ahora me miraba boquiabierta.

Al parecer, había ido a buscar a Bobby, que corrió hacía mí sacudiendo la colita.

Nunca fui una chica desarreglada, o que se descuidara a sí misma, pero no estaba acostumbrada a este tipo de ropa. Y me quedaba muy bien.

—Si fuera hombre ya te abría dado como a cajón que no cierra.—asintió fuerte, confirmando que lo decía en serio.

—Eres más rara que Luna Lovegood.

Aunque desde mi punto de vista, Luna no era tan rara como parecía, sino un poco.... incomprendida. Alguien que era feliz haciendo las cosas que le gustaban, sin importar el qué dirán.

De todas formas...¿Qué sería del mundo sin las personas raras?.

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Llegamos treinta minutos tarde.—según mi hermano—Pero, ¿Acaso las fiestas tenían un horario fijo de llegada?.

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