Capítulo veintiocho.

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Alejandro

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Alejandro.

—¿Puedo pasar?—di unos pequeños toques en la puerta.

Al no obtener respuesta, me senté en el suelo, buscando alguna excusa para hablarle.

—Esto me recuerda a la escena de Frouzen donde Ana viene a pedirle a Elsa que juegue con ella; ¿Sabías que te llamas así por esa película?

—Era una de las favoritas de mamá.—la escuché decir.

—¿Quieres que la veamos juntos?—propuse, cruzando los dedos por que aceptara.

—Es una pregunta estúpida, ni siquiera me siento orgullosa de mi nombre, no es más que un recordatorio de que ellos no están. Deja de querer arreglar las cosas, solo acepta que están demasiado rotas como para poder hacer algo.

—Eso no es cierto, y me molesta que tengas la mente tan cerrada, Elsa.

—¿A qué viniste?—preguntó, harta.

—Necesitamos conversar con calma.

—¡¿De qué?! ¿No ves que me está haciendo mal hablar sobre mamá y papá?—sollozó.

—¡Ese es el jodido problema, no todo gira en torno a la muerte de nuestros padres! Tenemos que hablar de nosotros, que seguimos vivos y nos espera un futuro por delante.—suspiré, apretando la mandíbula—Lamento haberte gritado, pero por mucho que te explico, no entiendes.

Un inquietante silencio se hizo presente, en el que supuse que ella procesó lo que bruscamente le había gritado. La culpabilidad invadió mi cuerpo al instante, pero no tuve tiempo de retractarme, porque la puerta detrás de mí se abrió de golpe. Elsa calló sobre mi, abrazándome mientras lágrimas descontroladas dejaban sus ojos.

—Lo siento, ni siquiera sé porque me enojé contigo, quería descargar mi tristeza, pero terminé haciéndolo todo mal.—se sorbió la nariz—De verdad, aprecio mucho que sufrieras tanto por mi, eres el mejor hermano del mundo y te mereces ser feliz, aunque para eso tengas que alejarte de nosotros.

—Todo estará bien, hermanita. Y tal vez físicamente me valla a otro sitio, pero emocionalmente nunca me alejaré de ustedes.

—Te quiero, te quiero mucho.

—Lo sé, pequeña, yo también te quiero.

—Habrá que organizarles una despedida a Alegre y a ti, ¿no?—habló Charlie, que acababa de entrar a la habitación.

—Me parece una idea espléndida, pero Alegre está en casa de sus padres, y no regresa hasta el día del viaje.

—¿Quién dijo que tendría que venir?—mi primo sonrió de lado, elevando las cejas con cierto toque de travesura que apenas pude divisar.

Al día siguiente.

Alegre.

Sostuve mi billete de avión, fijando la mirada en la fecha que anunciaba la partida del vuelo: 21 de junio del 2024, ese sería el día que cambiaría mi vida por completo, y deseaba con ansias que fuera para bien.

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