Capítulo ocho.

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—Así que te gusta Harry Potter

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—Así que te gusta Harry Potter.—dedució Alejandro luego de que le hiciera un extenso resumen de las primeras cinco películas de la saga.

—¿Cómo lo supiste?.—bromeé, fingiendo asombro.

—Intuición.—se encojió de hombros, sonriendo.

—¿Y se puede saber por qué alguien como tú, trabaja en un sitio como ese?.—preguntó, curioso.

—¿Qué quieres decir con alguien como yo?.

—No me malinterpretes, Alegre. Me expresé mal.—hizo una pausa antes de volver a formular la pregunta—Lo que quiero decir es que: ¿Por qué alguien con una personalidad tan libre como tú, está trabajando detrás de una barra?.

Elevé las cejas con sorpresa, debía admitir que me había tomado desprevenida. Dudé largos segundos en si responder con la verdad o simplemente evadir la pregunta. Al final, opté por ser sincera con él.

—A veces me concentro tanto en lo que debería ser, que olvido lo que realmente quiero.—las palabras dejaron mis labios con más fluidez de la que me había imaginado.

Se sintió liberador, aunque también era como si la realidad me lanzara un balde de agua fría en la cara. Dos sentimientos atacaron mi mente, luchando entre sí por dominar en mi interior: El miedo a ser juzgada, y la tranquilidad de quitarme un peso de encima.

—¿Qué te gustaría hacer a ti, chica del suéter?.—preguntó segundos después.

Mis pies frenaron en seco, todos mis músculos se congelaron. Incluso temí que pudiera perder el equilibrio y caer al suelo. No sabía que me asombraba más, si la pregunta, o la genuina curiosidad en sus palabras.  Quería responder, espetarle que no era su puto problema, pero las palabras se quedaron atoradas en mi garganta.

Dicelo.

Pero no podía permitir que pensara que soy una egoísta, o que solo pienso en mí. Estaba harta de ser la mala en ese sentido.

—¿Estás bien?.—volvió a formular una pregunta, sin acercarse demasiado a mí.

—Me quiero ir a casa.—contesté.

No esperé respuesta. Me obligué a reaccionar y comencé a caminar, Alejandro no tardó en seguirme y ponerse a mi lado. Se mantuvo en silencio el resto del camino, dejándome mi espacio para pensar. Realmente lo necesitaba.

Lo ví cruzar la calle y entrar en su casa, mientras yo seguía ahí, sentada en los escalones de mi portal. Mi hermano estaba trabajando y no me apetecía estar sola en casa.

Estuve un buen rato deliberando en si ir y tocarle la puerta a Alejandro. Pedirle que pasara un rato más conmigo. ¿Qué me estaba pasando?. Con una leve sonrisa, me levanté del escalón.....

Y entré en casa.

Talvéz no soy tan fuerte como pensaba.

                                      *******
Luego de mi turno en la pizzería,-que acabó más temprano de lo normal, ya que el jefe tenía una cita y estaba de buen humor-fui al trabajo de mi hermano: La prestigiosa veterinaria "Los Potter".

Sí, el nombre lo habíamos elegido entre papá, Brandon y yo. Podía recordar a la perfección la cara de horror que puso mamá cuando se lo dijimos. A diferencia de su esposo y sus hijos, la señora Liliana odia todo lo relacionado con la-fabulosa-saga de Harry Potter; y en cierto modo puedo llegar a entenderla, ya que papá estuvo largos años hablando sin parar sobre eso. Fue tanta su obsesión, que terminó por pasarla a mi hermano y a mí.

Impulsé la puerta de cristal y me adentré en aquel sitio tan familiar. A diferencia de mí, mi hermano si había logrado cumplir su sueño, fundando a sus veinte años la veterinaria que llamó tanto la atención en los barrios cercanos que se hizo envidiablemente famosa.

Sonreí mientras observaba las paredes con nostalgia, últimamente estaba demasiado sensible y todo me ponía triste.

—Hermanita, que honor contar con su presencia.—saludó Brandon desde el mostrador, donde le ponía el collar a una pequeña gatita.

—Hola, ¿Mucho trabajo hoy?.—pregunté, dejando un beso en su mejilla.

—Como siempre.—suspiró—A que es guapa.—señaló al animal en sus manos.

—La verdad es que sí.

Era una gata negra con ojos amarillos, y aunque había oído decir que daban mala suerte, esta era un encanto. De hecho, me hizo dudar en si adoptarla yo misma. Talvéz Bobby necesitaba una hermana.

—¿Cuándo la encontraste?.

—Oh, no. Mía no fue un rescate, solo estoy haciendo el favor de cuidarla mientras llega el dueño.—explicó él, aunque su tono de voz fue decallendo a medida que hablaba.

—¿Y qué tiene Mía?.-quise saber.

Brandon tardó unos segundos en responder. Lo conocía demasiado bien, y estaba segura de que aunque ya llevaba dos años trabajando aquí, aún le dolía tener que dar las malas noticias.

—Un pequeño quiste en los ovarios, suelen ser muy frecuentes en estos animales, sobretodo a su edad.—suspiró, pasándose la mano por el pelo-Siendo sincero, no sé si Mía aguante la operación.

Al escuchar su nombre, Mía giró su cabecita hacia nosotros. Le acaricié el lomo con cuidado, y ella ronroneo bajo mi tacto. Realmente parecía una buena mascota, no era justo lo que le estaba pasando.

—Eres un buen veterinario, sé que podrás salvarla.—le aseguré, besando su hombro.

Para cualquier otra persona, mis palabras solo habrían aumentado la presión que ya tenían, pero no para mí hermano. Él lo tomó como un apoyo, incluso su expresión se volvió un poco más alegre.

—Gracias, hermanita.

—No hay de que, Wesley.

Su sonrisa se agrandó mientras tomaba a Mía para llevarla a la sona de juegos.

En ese período de tiempo, la puerta se abrió por segunda vez, dejando ver a un preocupado y agitado Alejandro.

Al principio supuse que era para ver a mi hermano, a fin de cuentas, eran amigos; pero por su expresión me di cuenta de que estaba equivocada. Entonces comencé a atar cabos en mi mente:

La conversación que tuvieron en mi casa el día de la fiesta de Jennifer.

Que mi hermano no acostumbraba a atender fuera del horario establecido, y ya llevaba media hora de retraso.

La cara con la que había entrado  Alejandro a la veterinaria, y que parecía tan aturdido que ni siquiera se había dado cuenta de mi presencia.

Mía era la mascota de Alejandro.

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