El Límite Del Placer

CAPÍTULO 16

Pov Daniela

—¿Qué ocurrirá cuando vuelvas a pensar?

—Yo… No lo sé.

—Entonces, no lo hagas.

—Lo intentaré — contesté, queriendo que fuera cierto, pero todavía dudando de que era capaz de hacerlo.

—No, lo digo de verdad —insistió—. ¿Por qué las dos simplemente…. no pensamos? Hagámoslo. Estar juntas. Sin analizarlo.

—¿Qué significa eso, Poché?

—No lo sé. ¿Tiene que significar algo?

—Quizá no…

—Estás volviendo a pensar, Daniela.

—Sí.

—No lo hagas. ¿De acuerdo? Simplemente, no lo hagas. A ver qué ocurre.

Sonrió suavemente.

—Realmente, no somos el tipo de personas «que se dejan llevar», Poché

—¿Qué quieres decir? Yo estoy totalmente relajada.

Sonreí contra su hombro.

—Exacto. Esa es la palabra exacta que utilizaría para definirte.

Escuché su risa floja como un profundo estruendo en mi pecho, quitando parte de la
intensidad del momento, simplificándolo, suavizándolo.

Quizá Poché tenía razón. Quizá, por el momento, podíamos dejar las cosas como estaban, independientemente de lo que estaba ocurriendo entre nosotras. Quizá no necesitabamos definir nada, diseccionarlo ni analizarlo.

Jamás había vivido así y sabía perfectamente que ella tampoco. De algún modo, me resultaba más sencillo, saber que para ella aquello también era un reto. Que yo no estaba sola en eso.

Ella me soltó, el tiempo suficiente para poder echar la cabeza atrás y observarme. Estirando el
brazo, me apartó el pelo de la cara. Me volvía a derretir. Pero, simplemente, dejé que ocurriera.

—¿Tenemos un trato? —me preguntó ella con el rostro absolutamente serio.

—Sí. Tenemos un trato.

—Bien. Porque necesito volver a follarte. Y eso sería imposible si te levantaras y te marcharas.

—Eres insaciable.

—Sí. Contigo lo soy.

Ella se estaba volviendo a poner dura dentro de mí y su polla empezaba a agitarse. Yo estaba ya preparada. Mi cuerpo siempre estaba listo para ella. Mi cabeza y mi corazón era otra historia.
Una cuyo final ignoraba.

Ojalá pudiera crear mi propio final. Elegirlo, tal y como hacía cuando escribía. Pero ni siquiera sabía dónde quería que terminara.

No estaba segura de que quisiera que todo aquello acabara. Sí, tenía que dejar de pensar en todo eso si no quería volverme loca. Estaba bastante segura de que había perdido la cabeza desde que había conocido a Poché.

Sencillamente, tenía que asegurarme de no perder el corazón.

(...)

Di un puntapié a la puerta principal de mi piso para cerrarla y dejé caer el bolso en el suelo, cogiendo el móvil justo a tiempo.

—¿Hola?

—Eh. Llevo todo el fin de semana llamándote.

—Todavía es fin de semana, Lucía.

—Son las nueve de la noche del domingo. —El tono de voz de mi amiga denotaba malhumor.