CAPÍTULO 19

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Me tomé unos cuantos minutos para respirar, para volver a ponerme brillo en los labios, lavarme las manos dejando que el agua fresca me mojara las muñecas. Todavía tenía las mejillas sonrosadas cuando salí del baño de mujeres, pero no quería hacer esperar demasiado a Poché y su amigo. No quería que me hicieran preguntas. Por suerte, estaban enfrascados en una conversación cuando regresé a la mesa.

Poché se puso en pie para dejarme entrar en el banco, sin apenas mirarme, aunque me puso un brazo sobre los hombros cuando ambas estuvimos sentadas. Se inclinó hacia delante para hablar con Dante.

—He encontrado unos cuantos sitios fantásticos para alojarnos una vez estemos allí. Una
auténtica mezcla. Está ese sitio increíble del que me habló un amigo, justo en la playa. Solo
barracas de hierba en la arena, realmente primitivo,pero he pensado que no te importaría.

—No, claro que no. Ya me conoces. Puedo dormir en una cama de clavos, si es necesario.

—Se supone que ahí la comida es increíble y tiene una de las mejores playas. Y de camino
allí, he pensado que nos podríamos detener en San Francisco el primer día y después, quizás en Santa Bárbara.

—Me gusta Santa Bárbara —dijo Dante, sorbiendo su sake—. Hay una pequeña galería que tiene una colección de antiguos grabados eróticos de marfil y hueso japoneses. Espera a verlos. Te volverán loca. ¿Dónde quieres parar en San Francisco?

—¿Ustedes dos van a San Francisco? —pregunté, apartando la comida con los palillos, intentando comportarme con normalidad. Intentando evitar que me diera vueltas la cabeza. Intentando no echarme encima del cuerpo de Poché a mi lado, dejar toda esa lucha y fundirme dentro de ella.

—No. Iremos a Baja dentro de pocas semanas. San Francisco será solo una parada.

—¿Baja? ¿México?

—Sí —respondió Dante—. Un viaje en moto. Hace mucho tiempo que lo estamos planeando. Por fin tengo tiempo libre en el trabajo porque he reprogramado todos los juicios que tenía. ¿Has estado alguna vez?

—Yo… no. —Se me contrajo el estómago en un nudo, cada vez más fuerte.

Poché. En su moto. Cruzando el país. O, al menos, hasta la punta más al sur y hasta México.

¿Cuántos días en carretera sobre la moto? ¿Cuántas oportunidades para que vuelva a
coger la moto? Jugándosela. Esta vez había salido ilesa. Pero la próxima…

Imágenes de Julián con el cuerpo retorcido me vinieron a la cabeza. Mi hermano pequeño. Yo había sido quien había ido al hospital. Mi madre no lo habría podido soportar. Y había tenido que identificar el cuerpo. Su pobre y precioso cuerpo dañado de forma irrecuperable. Nunca me podría quitar esa imagen de la cabeza. Ni del corazón.

Mi corazón también había sufrido daños irreparables.

«Nunca más.»

¿Cómo me podía hacer eso? Ahora no.
No cuando ya la amaba. Joder, era demasiado
peligroso. Podía perderla.

«De todos modos, lo harás. No vas a quedarte con ella, en realidad. Ahora que la amas, no.
Porque no puedes amar a nadie.»

Me puse una mano en la cabeza, me dolía.

—¿Daniela? —Había preocupación en la voz de Poché. Ni siquiera podía mirarla—. ¿Estás
bien? ¿No te gusta la comida?

—Yo… no. Estoy bien. Bien.

—No pareces estar bien. Parece que acabas de ver a un fantasma.

«Eso es porque lo he visto.»

Le aparté la mano cuando ella intentó hacerme beber un poco de agua.

El Límite Del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora