Una melodía siniestra
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.Tres se ha ofrecido a peinar mi cabello, argumentando que estoy desaprovechando su longitud al llevarlo de manera desordenada. Experimento el suave recorrido de sus dedos por mi cuero cabelludo, deshaciendo cada enredo. Con calma, divide mi melena en dos mitades, y da inicio a la creación de dos trenzas.
—¿Hace cuánto no lo cortas? —pregunta mientras me peina.
—Creo que... un año, quizás. Perdí la cuenta.
—Para mí que tienes un poco más. Te llega casi hasta las rodillas.
—Debería cortarlo. Me duele el cráneo.
—¡Estás loca! —me pellizca—. Mira el mío, hace mucho que no lo corto y no me pasa de los hombros. Es muy frustrante.
—El secreto está en no pensar en que quieres que crezca y crecerá —bromeo, y ella sonríe.
—¡Listo! —dice con entusiasmo al terminar.
Me observo en el pequeño espejo que tengo entre las manos, y vaya que le puso mucho esmero a su tarea.
La crisis económica que azotó a mi familia me llevó a desatender el cuidado de mi cabello. Mi único anhelo era conseguir un empleo. La falta de tiempo y recursos me impedían preocuparme por mi apariencia, y el estrés me hizo perder una cantidad considerable de cabello.
Ahora en este campamento dispongo de un poco más de tiempo y… ¿tranquilidad? No estoy segura de si esa es la palabra correcta, pero sin duda es bueno dedicarse a uno mismo y al propio cuidado, aunque sea en pequeñas dosis.
—¡Es hora! —avisa J.
El paisaje se revela sereno mientras nos adentramos entre la hierba fresca y el suave murmullo de un arroyo cercano nos acaricia los oídos. Al llegar a nuestro destino, contemplamos que el campo se engalana con dianas estratégicamente ubicadas entre la hierba.
Formados en una línea recta frente a las dianas, J nos instruye sobre la postura correcta, el agarre del arco y la técnica de tiro. Su voz firme y segura transmite confianza, y sus gestos precisos nos ayudan a comprender cada detalle. Observamos con atención cómo coloca la flecha en la cuerda mientras su brazo se extiende con una fluidez que refleja años de práctica.
La tensión se palpa en el aire mientras la primera flecha surca la distancia con un zumbido casi imperceptible y se clava en el centro de la diana con un golpe seco. Un suspiro de admiración escapa de nuestros labios mientras contemplamos la precisión de J.
Después de asimilar la teoría y presenciar la demostración, llega nuestro turno para intentarlo. El chasquido de nuestras cuerdas y el sonido de flechas en vuelo llenan el entorno. El campo se transforma en un escenario de concentración, donde no descansamos hasta al menos acertar en el blanco tres veces. Similar al círculo de pelea, J corrige nuestras posturas y aviva nuestros espíritus.
Al final de la mañana, nos encontramos exhaustos, tumbados sobre el mullido pasto.
—Necesito una cerveza —dice Cinco mientras estamos tirados en la hierba.
—¡Arriba! —ordena J y obedecemos, formando un círculo en el suelo— Ayer nadie fue capaz de encontrar la madriguera, y es esencial que lo hagan. La madriguera tiene vida y gran poder. Si le piden algo, se los dará; lo que significa que si le piden que aparezca…
—Lo hará —murmuro.
J alcanza a oír y me da la razón con un asentimiento de cabeza.
—Hay cosas que nunca se deben pedir, como algo para dañar o atentar contra la seguridad de sus compañeros. Tampoco puede darles algo que no existe, y dado que tiene conciencia, puede castigarlos. Así que sean buenos con la madriguera y ella será buena con ustedes. Dicho esto, tienen prohibido ir a la taberna; el almuerzo será servido en nuestra casa, y para poder comer, deben encontrar primero la madriguera.
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El campamento de los reyes
FantasyGenevieve se encuentra desempleada, y la situación la está llevando al borde de la locura, ya que el escaso sueldo de su padre apenas alcanza para costear la comida. Aunque su madre se esfuerza en conseguir dinero extra limpiando casas de gente adin...