Capítulo 8

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Espadas y desastres

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—¡¿Quiénes somos?! —ruge J mientras devoramos kilómetros trotando.

—¡Corazones! —gritamos en respuesta.

—¡¿Qué queremos?!

—¡Ganar! —estallamos al unísono.

Los primeros rayos de sol apenas se asoman cuando J nos conduce a nuestro particular infierno matutino: una carrera sin fin por el campo de entrenamiento.

Nuestros pies golpean la tierra con un ritmo frenético, dejando nuestros jadeos audibles en el aire. La tortura se prolonga durante una hora, un tormento que solo se ve mitigado por la ausencia de los pesados uniformes. De lo contrario, ya estaría besando la tierra, víctima del agobiante calor.

Después de la vigésima vuelta, nos desplomamos en el círculo de pelea, exhaustos. Cada uno busca su propio espacio para recuperar el aliento, tragando aire a bocanadas mientras la adrenalina se disipa lentamente.

—Tomen una espada —ordena J luego de diez minutos.

Espadas de madera descansan en un barril del mismo material, esperando ser empuñadas. Nos acercamos a tomar una y nos ordenamos del número mayor al menor. Una vez más, me toca el segundo lugar.

J no espera a que me prepare; se lanza sobre mí, obligándome a reaccionar de inmediato. El choque de la madera resuena en el aire, cada movimiento de ella es preciso. Intento anticipar su siguiente ataque, pero es imposible de parar.

Sus correcciones son tan veloces como sus ataques. En medio del combate, me instruye sobre lo que debo mejorar mientras esquivamos y bloqueamos. Aunque el sonido de la madera podría parecer inofensivo, la práctica es brutal. Ella no solo usa el arma contra mí, todo su cuerpo se convierte en una sola pieza unida a la espada.

Lucho por seguir sus instrucciones, pero siempre encuentra una abertura en mi defensa. Mi espada se desliza, y antes de que pueda reaccionar, siento un impacto en la espalda. La madera se rompe y caigo al suelo, derrotada.

—La espada y tú no son diferentes, es una extensión de tu brazo —dice con su intensa mirada sobre mí—. Aprende a sentirla como una pieza de ti misma.

Ella llama al siguiente en la fila y da inicio a un nuevo combate. Este proceso se repite hasta que todos hemos sido derrotados. Al concluir la lección, el suelo queda cubierto de astillas de madera, resultado de la fuerza de J durante el entrenamiento.

Aunque ninguno ha logrado mantener su espada intacta y hemos caído, es evidente que logramos avanzar significativamente.
Al mediodía, nos dirigimos a la taberna para comer y disfrutar de cerveza de trigo.

Me siento junto a Haru y Jerrold, disfrutando de nuestra compañía hasta que la tranquilidad se ve interrumpida por la llegada del Koen.

—Ayer tenía planes de darte una lección por lo de la manzana, pero Dalot se me adelantó —me espeta con la furia a punto de desbordarse de sus ojos—. Lástima que él haya llegado primero, porque no solo te habría tirado al lodo, te habría hecho comértelo.

—Aquí estoy —le digo, desafiante.

—No tienes ni idea de con quién te estás metiendo.

—¿Y tú sí?

Toma la jarra de cerveza de Jerrold y me la vacía sobre la cabeza. Un murmullo recorre a los demás campistas al presenciar la escena.

—Esto es un regalo para que aprendas que no puedes ir por ahí retando a la gente sin consecuencias.

El campamento de los reyes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora