El campamento de los reyes

Capítulo 2

Corazón, Pica, Trébol y Diamante
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Sus atuendos son una obra maestra de cuero negro, intrincadamente entrelazados con detalles dorados que resaltan la esbeltez de sus cuerpos. Cada una porta una capa de seda dorada que fluye con cada movimiento, como olas de un río celestial. Sus tocados, una mezcla armoniosa de hojas y plumas, parecen recién arrancados de la naturaleza.

Los corsés, adornados con gemas que brillan con un fulgor propio, añaden un toque de elegancia a la fiereza que emanan. Faldas cortas del mismo material y botas altas de aspecto resistente completan el conjunto, aportando un toque audaz que desafía cualquier mirada.

—Sígannos —nos indican con sus voces misteriosas.

El bosque nos envuelve en su oscuridad mientras avanzamos por un sendero flanqueado por antorchas inertes. De pronto, un susurro de alas anuncia la llegada de una bandada de diminutos pájaros de fuego. Trazando una formación perfecta, se aproximan a las antorchas y, con un despliegue de llamas incandescentes, las prenden una a una, iluminando nuestro camino con una luz tenue y danzante.

El horizonte se libera de la oscuridad, revelando nuestro destino: una majestuosa casa enclavada en la naturaleza. Sus techos puntiagudos de un verde musgo se alzan sobre una estructura de madera de estilo antiguo. La casa se encuentra en un risco, accesible únicamente por un puente de madera que la abraza como un protector.

Al llegar a la entrada, las puertas se abren de par en par, revelando un interior que desafía toda lógica. El espacio interior es cien veces más grande de lo que aparentaba desde el exterior. Ascendemos en silencio por una escalera en espiral y al llegar a la sala principal, la magnificencia del lugar nos deja sin aliento.

Los pájaros de fuego entran por las ventanas y, con un toque de sus picos, encienden las velas de candelabros y mesas. La sala se ilumina con una luz tenue y parpadeante, creando una atmósfera de ensueño. Embelesados, con la boca abierta y el corazón palpitante, observamos la danza de fuego hasta que los últimos pájaros se despiden, dejando la sala en un ambiente cálido y acogedor.

Un golpe seco de bastón sobre el suelo resuena en la sala, atrayendo nuestra atención hacia un hombre imponente. Fornido y alto, viste un elegante abrigo con piel de oso en el cuello. Su cabello negro, surcado por algunas hebras blancas, se peina en un estilo moderno con los lados afeitados. Su rostro sereno y relajado contrasta con la intensidad de su mirada, que nos observa fijamente desde el estrado.

—Bienvenidos al Campamento de los Reyes —proclama con voz firme y vibrante, resonando en el salón como un trueno—. Soy el director Drims, y durante las próximas semanas seré su guía en este viaje.

Un murmullo de expectación recorre la sala mientras las miradas se dirigen hacia él. Drims irradia una mezcla de autoridad y calidez que inspira confianza.

—Cada año, seleccionamos a un grupo de jóvenes excepcionales para formar parte de nuestro campamento —continúa—. Aquellos que demuestren su valía y superen las pruebas que les esperan serán recompensados con un premio invaluable. Pero antes de embarcarnos en eso, debemos cumplir con algo esencial.

El suelo tiembla bajo sus pies y comienza a abrirse. Una luz suave brota del abismo, revelando cuatro figuras idénticas a las de las cartas de póker: corazón, pica, trébol y diamante. Cada una brilla con una luz propia, emanando una energía vibrante y juguetona. Las figuras danzan por la sala, dibujando sus  formas en el aire con movimientos rápidos y precisos, antes de salir por la ventana, dejando un rastro de luz a su paso.

El orificio en el suelo se cierra con un sonido sordo, y Drims, con una sonrisa enigmática en los labios, retoma la palabra:

—Esas cuatro figuras, ocultas en algún lugar del bosque, son las guardianas del proceso de selección. Su misión, es encontrar una de ellas.