Capítulo 1

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Un viaje con alas prestadas

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En el corazón de la clandestinidad, donde las sombras se agrupan y las risas se esconden en la penumbra, la taberna del mercado negro abre sus fauces.

Hombres fornidos, con hachas en mano y miradas tan afiladas como sus cuchillas, custodian la entrada como perros guardianes. Las mesas desgastadas y los clientes de ojos astutos completan el escenario. Es un hervidero de actividad ilícita donde el aroma a robo y artimañas impregna el aire con una mezcla de murmullos conspirativos y el tintineo constante de monedas que cambian de mano.

En este mar de turbiedad, busco a mi viejo comprador y lo localizo en una esquina solitaria. Me acerco con sigilo y me siento frente a él. La luz es escasa en este rincón, así que con cuidado retiro la capucha de la capa que cubría mi rostro, revelando mi identidad solo a la tenue luz de la taberna.

—Cada vez que apareces por aquí, pongo en duda tu inteligencia —comenta mientras lleva un trago de licor a sus labios.

En este mercado, las reglas son difusas, pero las oportunidades abundan para aquellos desesperados por conseguir unas monedas. La situación económica de mi familia no es la mejor, y eso me ha obligado a recurrir a negocios un tanto inmorales.

—¿Vas a comprar o no? —inquiero, manteniendo un tono de voz exigente.

—Muéstrame lo que traes esta vez.

Sobre la mesa, deslizo un pequeño saco de tela marrón. Con dedos temblorosos, deshago el lazo que lo sella y libero a la criatura que he capturado. Los ojos de Cali se abren con una mezcla de sorpresa y fascinación al contemplar lo que tengo entre manos.

Un ser diminuto, de apenas treinta centímetros, se alza ante nosotros. Su cuerpo, verde y frágil, recuerda a las ramas de un árbol. Su cabeza, redonda y delicada, posee el rostro de una dama. Viste un traje natural, como si las hojas de su anatomía se hubieran transformado en un elegante vestido de ballet. Sus raíces, en la parte superior de su cabeza, asemejan un moño perfectamente recogido.

La pequeña criatura observa su alrededor con desconcierto. Se yergue sobre sus delicadas raíces, que le sirven de pies, y alisa con cuidado las hojas de su vestido. Ajusta su «moño» con devoción y, una vez impecable, ejecuta un par de piruetas como si bailara ballet. Finalmente, nos saluda con una elegante reverencia, dirigida tanto a Cali como a mí.

—¿De dónde la sacaste? —pregunta mientras sus ojos se abren con fascinación.

—¿Cuánto ofreces?

—Siempre directo al grano, ¿eh?

—No tengo tiempo para responder preguntas obvias.

—¿No quieres saber qué es?

—Aunque no quiera, lo dirás de todos modos. Así que apresúrate.

Cali es un apasionado de la botánica feérica y las criaturas que habitan en los reinos de las cartas. Posee un conocimiento extenso sobre estas materias, que atesora en un diario investigativo del que presume con frecuencia. Si obviamos su faceta como comerciante clandestino, podría considerarse un hombre de buen corazón.

He conocido a muchos ladrones en este mercado, y todos ellos comparten una misma característica: la ausencia de respeto y reglas. Sin embargo, Cali es diferente. Es un hombre de palabra, y aunque se dedica a la estafa, posee un cierto halo de... ¿honradez? No estoy segura de cómo llamar a un ladrón con un poco de código moral, pero en fin, es alguien de fiar. O al menos, es un poco menos ratero que los demás.

El campamento de los reyes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora