Prólogo.

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Los Ángeles, 2002.

La pequeña familia Vasil'yev, se conformaba en un comienzo, por sus tres miembros: un matrimonio y su pequeña hija adoptiva, Darya, la cual había llegado a sus vidas cuando aún vivían en San Petersburgo, Rusia.

El matrimonio Vasil'yev, desde que había visto la negra cabellera de la pequeña Darya, junto a esa mirada hipnotizante que los encadenó desde el momento uno, fue cuando supieron que ella sería su hija.

No fue solo su singular belleza infantil y encantadora, la que los decantó a tomar tal decisión. La niña tenía algo fuera de lo físico que habría captado la atención del matrimonio.

Desde hace mucho tiempo que Iván e Irina Vasil'yeva, anhelaban ser padres. Ansiaban compartir con un pequeño ser todo ese amor que tenían para entregar; cuando perdieron su primer bebé, fue que descubrieron que Irina con la pérdida había también perdido el don de procrear vida en su interior.

Les costó mucho tiempo poder recuperarse de tan devastadora noticia, no obstante, no abandonaron sus sueños y lucharon por formar esa familia que desde muy jóvenes soñaban. Así fue como la pequeña Darya, llegó a su hogar.

Actualmente ya no vivían en Rusia, sino que, en un bonito departamento en California, Estados Unidos.

Con el andar del tiempo la familia se veía más y más feliz, que tomaron la decisión de adoptar otra nena, para que su hija mayor pudiera también tener con quién compartir.

Todo era alegría, dicha y amor en el nido Vasil'yev. Darya se acostumbraba cada vez más a los cambios o al menos eso parecía.

Las cosas rondaban relativamente bien en sus vidas; los señores Vasil'yev estaban contentísimos ya que su retoño más grande por fin había logrado tener una amiga, en esta nueva vida que le estaban dando. Se había amistado con la pequeña del piso inferior.

La chiquilla de negra cabellera y ojos coloridos le sonreía al mundo a su manera. Jugaba, se divertía y convivía como cualquier infante, o al menos, eso parecía, ya que Darya manipulaba la realidad de sus padres como quería.

Para Darya, los Vasil'yev no eran más que peones en un tablero de ajedrez. De alguna forma los estimaba, pero no los consideraba sus padres ni su familia. Con solo nueve años, fingía amar y les mostraba el buen marchar que su corta vida llevaba, aun cuando esa realidad no era más que una falacia disfrazada.

Pasaba el tiempo y los juegos y actitudes de la chiquilla eran cada vez más alarmantes. No miraba a su hermana menor y no jugaba como los críos de su edad. Los esposos, cada vez más preocupados trataban de prestarle mayor atención al modo en que se entretenía su hija, ansiaban determinar las actitudes de Darya, pero frente a ellos siempre actuaba distinto, hasta que un día lo notaron:

Sus ojos determinaron algo que nunca habían captado y oyeron palabras que jamás esperaron oír de los labios de su hija mayor. Cargaban a su pequeña hija en brazos, mientras cuidaban a Darya y la chiquilla con la que jugaba.

—¡Salta, Danna! Demuestra que eres mi amiga y lánzate desde lo alto de este tobogán —la pequeña rubia, miraba asustada y con un poco de nervios a su amiga que la había retado a hacer una locura.

—Pero ¿Por qué debo tirarme? —la voz asustadiza de la niña provocó que Darya dibujase una gran sonrisa en sus labios.

—Es que, si lo haces, me demostrarás que realmente eres mi amiga y que no eres como los otros niños que siempre me dejan sola y no entienden mi forma de jugar —miraba atentamente a la niña del piso inferior al suyo—. Yo sé que tú eres mi amiga, Danna, pero necesito estar aún más segura, así que pruébamelo y salta.

NATASHA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora