Capítulo 12.

18 3 10
                                    

Alessandro.

Esa hija de puta iba a hacer que me quisiera pegar un tiro en el cerebro. Mi padre la adoraba, Luciano parecía idiotizado, alabando, observando y adorando a esa mujer en silencio casi desde las penumbras. 

Soy el único que parece tener los pies puestos en la tierra, viendo con claridad la perfidia de esa mujer. Ella no es la imagen que muestra, es peor. Nos llevará a la ruina misma si es que decide por fin trabajar con la industria.  

Su nombre ha remecido tanto mi cerebro que ya no sé ni qué pensar. He oído tantas cosas, visto otras que me da un coraje inexplicable el tener que ver como toda mi familia quiere echar por la borda un trabajo de generaciones por poner a esta niñita a trabajar. 

Y no, no la detesto por ayudar criminales, esa estupidez es la de menos. Lo hago porque sé quién es, porque sé que esa fachada de niñita buena no es más que una máscara para los que la rodean y no tienen ni la más mínima idea de quién se trata. 

Por años he oído demasiados comentarios referentes a su persona y nada de eso fue bueno; desde hace dos años atrás que todo empeoró. Cuando se graduó en derecho penal, todas las barbaridades que se comentaban entre el vulgo parecían acrecentar su mala reputación entre el mundo criminal. 

Por lo que murmuraban mis hombres, la aclamada "Víbora" del mundo judicial, no era más que una cuchilla de doble filo, que, así como podía trabajar contigo codo a codo lo haría con tu peor enemigo y de la misma forma, enterrándote el maldito puñal en la espalda. No era leal con nadie más que con ella misma; esa hija de puta es capaz de vender a sus padres con tal de salirse con la suya. 

Es hermosa y lo sabe, lo sabe tan bien que lo usa siempre a su favor. Es inteligente, despiadada, fría, un ser que, si no es porque el corazón le bombea sangre, nadie creería que es un ser humano. Es manipuladora como nadie antes visto, astuta, manejando a todos a su antojo, sobre todo a sus padres quienes mueve como marionetas cada vez que se le antoja. 

Las historias dicen tantas cosas que ya no sé qué es verdad o qué es mentira. Se habla de su hermana, de su abuela, de personas vinculadas a ella que hoy curiosamente ya no están. Los truhanes dicen que creó un "albergue" de delincuentes, donde esconde a los facinerosos más temibles y de peor calaña que quisieran trabajar con y para ella. No se sabe que es mito y que es verdad, pero una cosa es clarísima: ella no es buena. 

Lo peor, es que, ante el gentío común y corriente, ella no es más que una joven exitosa, un prodigio deslumbrante con un coeficiente intelectual tan alto que la llevó a escalar la cima a muy corta edad no solo en su país, sino que en el extranjero también; nadie sabe que su fama y éxito se debe a la vida oculta que tiene y que disfraza con una faceta de abogada impecable que está forjando una carrera de prestigio. 

Ayer, me sentí un imbécil cuando no la pude apartar. Soy hombre y resistirse a alguien como ella, con su físico, era algo casi imposible para cualquiera. Y por mucho que me desagrade, mientras más cerca la tenía, más ganas me daban de... 

¡Hija de perra! 

Ahorcarla sería lo más propio, pero no andaba matando mujeres por allí como un genocida, además de que tampoco me mancho las manos con cualquier basura y eso era ella: un ser cualquiera. 

Un ser cualquiera qué feliz llevaría a la cama para luego arrancarle esa lengua insípida y desdeñosa que se carga. 

—Amor —escucho la irritante voz de mi esposa. 

Cierro mis ojos con fuerza cuando la siento rodear mis pectorales con sus brazos, buscando acariciar y encender algo en mí que hace mucho murió. Reparte besos húmedos por mi piel, besando mi cuello y hombros, paseando sus manos por mis músculos tatuados y ante cada tacto el rostro de la abogada se plasma en mi mente, desaforando mi ira con aún más ímpetu al traer a memoria todo lo hecho ayer. 

NATASHA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora