Capítulo 10.

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Luciano.

Su belleza me deslumbra cuando la veo caminar hacia mí con tal seguridad como si no le temiera a absolutamente nada. Parece una divinidad andante cuando mece sus caderas al son de sus pasos. Sus ojos celestes me miran como si fueran a devorar mi alma en cualquier momento y la sonrisa en sus labios es simplemente cautivante. 

—¿Nos vamos? —inquiero sin dejar de recorrer su cuerpo con la mirada. Es adictiva.

Dios, no creo que pueda hacer mi trabajo como corresponde si se ve así.

—Como guste, oficial —me guiña un ojo y no sé si es consciente de que se está mordiendo el labio. 

Tengo que hacer acopio de todos los métodos de respiración que sé, para no atracar esa boca que pareciera suplicar porque la sometan. Le tiendo mi brazo y con cuidado sus delicadas manos logran erizar cada centímetro de mi piel, cuando su tacto se posa en mi antebrazo descubierto.

No duré mucho con el saco puesto, por lo que tengo las mangas de la camisa arremangadas hasta los codos. No la pierdo de vista y sigo sus ojos cuando estos se explayan hacia la recepcionista atrás de mí.

—Hasta luego, Macarena —pronuncia con una sonrisa ladina antes de tirar de mi brazo para empezar a caminar a la salida.

Le abro la puerta de copiloto para que suba y suelto el aire contenido en mis pulmones cuando por fin estoy solo. «No sé si pueda con esto». La palpitación latente de mi corazón me grita que no lo haga, pero el asomo de mi miembro entre mis pantalones me alientan a hacerlo aun sin importar las consecuencias.

Una cosa es sacarle información sobre su cliente, otra es planear secuestrarla junto con mi equipo y una muy distinta es ya tenerla en mi coche mirándose preciosa sin saber nada de lo que ocurre y con mi sangre hirviendo en deseo. Camino hacia mi puesto mientras miro sobre mi hombro al sujeto que cruza la calle, me hace una leve señal, ante la que asiento. «El operativo se ha puesto en marcha».

Subo junto a Natasha quien guarda su móvil antes de sonreírme y mirándola de reojo es que me obligo a no dejarme llevar por su apariencia. Algo oculta y yo voy a descubrir qué es.

—¿Y bien? —emite. Me volteo a mirarla y su boca es la que no me permite concentrar en mi oficio.

—No soy muy apegado a la política del trabajo —le explico— así que te haré unas cuantas preguntas mientras te llevo a cenar. No me gusta hablar de trabajo mientras como.

Enarca una ceja y luego se ríe. Sus gestos son delicados, abre la boca para decir algo y me tenso cuando pienso que se va a negar, pero me relajo un poco, cuando hace todo lo contrario.

—Está bien, oficial —el corazón se me dispara cada que de sus labios arranca de manera tan sensual la palabra "oficial".

Es provocativa, lo sabe y lo usa. Por el retrovisor veo el auto de mi colega que nos viene escoltando. Fuller se mantiene a su debida distancia y la abogada solo se prepara para las preguntas que le haré.

—¿Cómo conociste a Héctor García? —inquiero mirándola por el rabillo del ojo.

No se tensa, no se coloca nerviosa, solo medio gira su cuerpo hacia mí para responder:

—Él me buscó, me encontró y de inmediato me ofreció trabajar como su abogada —responde queriendo buscar mi mirada, pero por estar mirando a la calle no puedo observarla más que por leves segundos—. Estaba por iniciar mi práctica laboral y que un empresario cómo él me hiciera tal propuesta, fue como un vaso de agua en medio del desierto.

—¿Empresario?

—¿Acaso no lo es? —rebate— Sus empresas son enormes y aun cuando no me buscó para trabajar precisamente en ello, sino que, para ayudar a su colega a no entrar a prisión, no pude negarme. Era mi momento de brillar.

NATASHA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora