Hacía frío. Un extraño viendo helado se paseaba por las calles apoderándose de la noche y ahuyentando a los peatones.
El farol de la esquina prendía y apagaba de forma intermitente; emitía gruñidos de un chisporroteo gaseoso y clandestino.
Ana llegó a la cafetería holandesa en plantuflas, vestida con ropa de felpa y sin bolso, como si la hubiesen sacado de la cama. Abrió la puerta de cristal que hizo sonar una campanita.
Vio a Zoé. Era la única clienta. Tenía la cabeza agachada.
Su cabello negro le cubría el rostro. Estaba en la mesita más lejana. Llegó hasta ella y la saludo con cariño.
- Así que tuviste un mal día...quiero decir- corrigió- otro mal día.
- El peor- Zoé respondió sin levantar la cara- Gracias por venir, Ana.
La puerta del establecimiento volvió a abrirse y la campanita sono de nuevo.
- Mireya acaba de llegar también .
Zoé echó un vistazo de reojo hacia el pasillo. Su fleco se movió dejando entrever profundas raspaduras .
- ¿Qué te pasó?
Negó en silencio. Ana le puso una mano en la barbilla y le levantó el rostro suavemente. Mireya llegó hasta ellas y se tapó la boca en señal de asombro. Zoé tenía varias cortadas y un parche de gasa que le cubría el ojo derecho.
- Choqué..- dijo sin rodeos.
-¿Cómo?
-¿ Por qué no se sientan?
- Con razón no vimos tu auto en la calle.
- Fue pérdida total. El coche se hizo añicos, sin vidrios; los ejes se poblaron, las llantas reventaron y se salieron de su sitio- comenzó a reírse como si tuviera un ataque de histeria- pero el motor siguió andando.¡ No se apagó! ¿ Lo pueden creer? , acaba humo, pila a quemado y continuaba en marcha. Tuvieron que girar la llave del encendido para que se apagara.
- Tienes suerte de estar viva.
- Exacto, mala suerte - sus amigas cruzaron una mirada culpas- En realidad me quería morir.
Las tres se embotaron en un silencio pincelado de angustia, como el de sobrevivientes exánimes que despiertan pesarosas en la fosa común después de una catástrofe. Fue Mireya quien quiso romper la burbuja pegajosa del pesar que las había presionado y preguntó los detalles; aunque sabía muy bien que los detalles importaban.
-Cuéntanos; desahogate; ¿Cómo ocurrió el accidente?
- Ya les dije; no fue un accidente.
- Sí. Sí, ¿Como decidiste chocar?
- Aceleré a fondo y cerré los ojos...eso es todo...
- Pero pudiste matar a alguien más.
- Sí... lo sé y no me importó. Pasé varios cruceros a toda velocidad. Fue un arranque de locura.
- ¿Por qué?
- Estoy cansada de ser una marioneta, de no tener voz ni voto, de existir atrapada en una rutina hermética y sin sentido.
-¡Pero tienes un marido g dos hijos! -protestó Ana- .La familia que ni Mireya ni yo pudimos tener...
-Sí...- sonrió con tristeza irónica- . Mis hijos se fueron a un campamento de verano; yo iba manejando de regreso; después de dejarlos en el aeropuerto, comprendí que estaba regresando a una casa vacía... Mi esposo salió de viaje también, no me dijo por cuánto tiempo; esta vez se llevó mucho equipaje; demasiado; como si pensara mudarse. Ni siquiera se despidió de mi. Nadie me mira a los ojos ; he pasado por muchas decepciones y supe que no deseaba volver a esa vida. Así que pisé el acelerador y me escondí detrás del volante. Llegué al final de la calle y tomé la decisión de estrellarme en la pared, pero en el último segundo tuve un impulso inconsciente que me hizo girar. Entonces me volteé.
La única meseta del establecimiento se acercó trayendo los menús impresos, pero al percibir el rostro apesadumbrado de las mujeres, optó por pasar se largo sin comentarlas. Sólo se detuvo un breve instante dejado las cartas en la mesa adyacente.
-Zoé- dijo Ana con voz de ultratumba- Míranos... Voy a decirte algo que no vas a poder creer- Zoé se esforzó por abrir el único ojo que tenía sano- . Las tres somos amigas. Desde niñas jugábamos en la misma calle. Hemos llorado juntas muchas veces por tristezas, nos hemos consolado y ayudado. Pero este día ocurrió algo realmente extraño- hablaba con voz neutra, sin emoción , como hablan las personas deprimidas-. Las tres quisimos quitarnos la vida hoy. Cada una por su lado.
- Y no pudimos... -Completó Ana.
Zoé asintió ; la noticia le pareció lógica. Después de todo, eran casi como hermanas; estaban espiritualmente conectadas.
- El que quiere, puede - acotó Zoé- , en realidad no quisimos.
- Es verdad- se habían acercado al borde del abismo tratando de dar el salto, porque no eran felices, porque no veían como podían llegar a serlo en el futuro, y porque lea aterraba seguir viviendo con ese miedo que a veces se convertir en pánico.
¿Por qué llegaron en sus adultez a la orilla de tal acantilado del que parecía no haber retorno?
Mireya tomó aire y su rostro se contrajo como si estuviese a punto de atreverse (de una vez por todas) a lo peor. Sus compañeras sabían que algo muy grave estaba cruzando por su mente. Y lo dijo:
- Suicidémonos juntas...
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