-Que calor hace aquí. Además huele a gasolina -dijo Mireya-. Y está muy oscuro.
-En este lugar no hay ventanas- se hallaban en una concavidad de roca-. Es el garaje secundario, separado de la construcción.
-¿En tu casa hay dos cocheras?
-Sí.
Zoé no quiso dar más explicaciones. Lo cierto era que Yuan había reservado el garaje principal para su uso exclusivo (el que era amplio, con ventanas, puerta peatonal y acceso a la cocina de la casa) , donde guardaba su Mercedes Benz de diez cilindros; y construyó un garaje aislado sobre la roca del lindero para el auto compacto de Zoé; la cochera de ella era literalmente una cueva en el monte, de cinco por tres metros.
Ana conocía el sitio. Había vivido en esa casa como huésped.
-Zoé deja aquí su coche. O lo que queda de él. A veces está lloviendo y tiene que atravesar todo el patio central de la casa cargando las bolsas de compras. Eso a Yuan no le importa. Amiga ¿dónde estás? No veo nada.
-Trato de encontrar el switch- Zoé llegó al aparador y lo accionó; las luces no encendieron- . Carajo. Bajaron las pastillas. El centro de carga está afuera.
-Por eso nos metieron al closet- dijo Ana- Para que les diera tiempo de desconectar la luz.
- Bueno- dijo Mireya- . Sin ser gays, ya salimos del closet- nadie se rió del chiste- , ahora salgamos de esta maldita cueva.
- Vamos a la puerta. Es levadiza.
Zoé siguió avanzando a tientas hasta llegar a la cortina metálica. Ana y Mireya se prendieron a su ropa y la siguieron.
-Es aquí. Hay que cargarla. Pesa un poco. Aunqu hubiera energía eléctrica, no tiene motor. Es manual.
- Parece atorada.
- La cerraron. Los pasadores exteriores están puestos.
- ¡Pero debe poder abrirse! - exigió Mireya- . Algún truco habrá. Siempre hay. Es tu cochera. La conoces.
- Sí. La conozco. Por desgracia. No hay manera de salir a menos que alguien nos abra desde afuera.
- Por lo pronto necesitamos luz- dijo Ana- , si mal no recuerdo, Zoé, tu tienes anaqueles con muchas cosas. Todo lo que no usas.
- Soy muy desordenada.
- ¿Ninguna trae teléfono?
- Los dejamos en el librero
- Yo tengo mi cámara portátil.
Zoé la encendió. Una tenue luz azul iluminó el lugar.
Usaron la pantalla de la camarita como linterna. En efecto, los anaqueles de la cochera estaban llenos de cajas con fotos viejas, libretas usadas, trabajos escolares antiguos, bisutería...
- Esto es un caos, Zoé. -dijo Mireya- Dicen que el orden de nuestras pertenencias refleja el orden de nuestras ideas.
- No lo creo. Si pudieras entrar a mi mente verías que está muchísimo peor.
-¿Ya se dieron cuenta? Hay un charco de combustible. Tu auto chocado ha estado derramando todo lp que tenía dentro.
En una orilla seca vaciaron al suelo los contenedores en busca de algo que pudiera servirles para salir, o por lo menos para iluminar el lugar. No había nada. Sólo papeles, telas y objetos inútiles. Ana volteó un bote con llaveros oxidados.
-Aquí hay un encendedor. Funciona.
Tomó hojas sueltas y acercó la flamita. El cuarto se iluminó por la fogata improvisada. Zoé apagó su cámara de vídeo. Se aseguraron de poner los papeles ardientes lejos del líquido que el auto había derramado. Alimentaron la pequeña fogata con más hojas. Permanecieron de pie sin hablar; escuchando el crepitar del fuego acompasado por los resueltos perentorios de sus propias inhalaciones.
- ¿Por qué estamos aquí? - preguntó Zoé.
- De seguro los asaltantes de la casa estaban buscando a Pilar- adivinó Mireya- . Ella nos advirtió que su presencia nos ponía en peligro porque había gente que quería hacerle daño.
La teoría sonaba razonable. Sin embargo, algo desencajaba. ¿Por qué si los atracadores buscaban a Pilar, se tomaron la molestia de amagarlas y arrastrarlas hasta el agrado secundario? ¡Cualquier vecino pudo verlos! ¿Por qué las metieron al closet quitaron la luz y las encerraron por fuera?
La hipótesis más lógica seguía apuntando hacia el secuestro o extorsión.
Ana comenzó a toser. El humo de la fogata no tenía salida.
Había llenado el cuartito de escasos quince metros cuadrados y uno ochenta de altura. Mireya empezó a toser también. Luego Zoé. Vieron la nube de humo negro rondándolas.
- Apaga esto- gritó Mireya- O vamos a acabar muertas por intoxicación.
Zoé y Ana tuvieron una idea lóbrega al mismo tiempo. Fue Ana la que se atrevió a expresar:
- Mejor no lo apaguemos...
-¿Cómo?
- Mireya tú tienes la droga. ¿Verdad?
-Sí.
- Tomémoslo ahora y acostémonos en el suelo... Alguien nos facilitó las cosas.
- Es la "tesis del arrojo" . Ana- comenzó Zoé-. El empujoncito que querías.
- No. Esperen. - refutó Mireya- . Esto está mal. Muy mal. Si una persona se quita la vida, lo hace ejerciendo su propia libertad. ¡Aquí hay coacción! Se parece más a un asesinato colectivo.
Mireya apagó los papeles usando una tabla.
El cuarto quedó en total oscuridad de nuevo, pero ahora ya no olía sólo a humedad y combustible disperso. Olía a humareda. A monóxido de carbono. A escasez de oxígeno y espacio enrarecido.
-Metamos todos estos papeles y telas debajo del auto y prendámosle fuego de una vez- dijo Zoé- , y este sitio se incendiará en unos minutos con nosotras dentro.
- Eso sí sería horrible. -dijo Mireya-. Imagínense, morir chamuscadas.
- Que más da.
El encierro, el calor, la falta de aire y la oscuridad inerte, despertaron en las tres amigas una conciencia de cuán absurda era su posición. Viendo la muerte de cerca no podían rendirse a ella. Al borde del precipicio no querían tomarse de la mano para arrojarse al vacío.
- Anoche -dijo Ana-, cuando hablábamos de nuestro pasado, sucedió algo... no sé... como que me sentí más ligera.
-Sí... - confirmó Zoé- , yo también.
Se quedaron pensando.
¿Todavía querían morir? Tal vez... aunque algo había cambiado. Elementos indefinibles las estaban haciendo dudar. Mireya tuvo un nuevo acceso de tos. Se quitó la blusa y la usó como mascarilla. Luego preguntó Zoé.
-¿ Tú firmante en tu camarita portátil nuestros testimonios?
- La puse ahí. No sé si se grabó algo.
- Enciéndela.
La pantallita azul se iluminó atenuando de nuevo la negrura del lugar.