Zoé observó dos veces por la mirilla.
Abrió despacio.
La periodista y su esposo entraron con gestos afiables, pero de inmediato percibieron una exagerada tirantez.
- Los esperábamos hasta las ocho .
- Llegamos quince minutos antes. Disculpen.
Ana y Mireya se hallaban de pie en la sala, sin ocultar el gesto absorto de quien parece estar viendo fantasmas. Zoé, por su parte, bien vestida, con el cabello mojado a causa de la reciente ducha, parecía precavido en exceso; disimuló sus temores.
- Pasen por favor.
- ¿Qué sucede? - preguntó Roberto -. ¿Tuvieron un problema? ¿Todo está bien?
Zoé ensayó un acercamiento al tema. - Sobrevivimos... Es decir, resucitamos.
- ¿Cómo?
- Estuvimos casi muertas. Y sí. Todo está bien. Ahora.
Pilar se aproximó a ella con legítima preocupación y la miró de cerca. Habló en un murmullo.
- ¿Intentaron hacer lo que... me dijiste?
- No exactamente. Pero alguien quiso matarnos.
Como la voz de Zoé fue todo, menos discreta. Pilar comprendió que el tema debía hablarse abiertamente. Aún así, corroboró.
- ¿Podemos discutir el... asunto?
- Tenemos qué.
Pilar caminó hasta la sala con pasos lentos; Roberto la siguió.
- Me alegra verlas vivas...y sanas...
- A nosotras también nos alegré estarlo - respondió Mireya tajante.
- ¿Llevaron a cabo sus planes? - Pilar erigió muy bien las palabras para no sonar agresiva -. Es decir, trataron de... - su tono pretendía ser amigable -. ¿Trataron de hacerse daño?
Mierta la encaró.
- ¿Ya te lo dijo Zoé. Alguien se nos adelantó para perjudicarnos de forma directa.
- ¡Explíquenos eso!
- ¿De veras no saben?
- ¿Por qué deberíamos saberlo? - cuestionó Roberto -. ¿Qué sucedió?
- No les creo.
Zoé brindó a los recién llegados el beneficio de la duda, pero al hablar los miró a la cara.
- En cuanto ustedes salieron ayer de esta casa, llegaron tres individuos con medias de lycra en la cabeza. Nos amarraron y nos llevaron a la cochera. Estuvimos inconsciente durante tres horas. Luego despertamos. Aprisionadas en el closet del garaje. Sin ventilación. Sin luz. Encerradas por fuera.
- Casi nos asfixiamos - completó Mireya - . Estuvimos ahí catorce horas. Si no fuera porque Ana a volvió histérica y comenzó a gritar y a golpear las paredes con lo que tenía a la mano, y el marco de cemento en la puerta se despotilló haciendo un agujero por el que entró la luz y el aire, y un niño nos descubrió...
Los periodistas tenían la boca abierta. No daban crédito al resumen.
- Lo que dicen es imposible...- balbuceó -, quiero decir, increíble...
- ¿Te parece que pudiéramos estar mintiendo?
- No, no. Claro, pero ¿cómo? ¿por qué?
- Pensamos que tú y tu marido podrían tener alguna explicación para nosotras.