Capítulo 3.

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Ana era rabia, de ojos claros y piel canela. Cuando caminaba hacía girar la cabeza de los transeúntes al pasar. Pudo ser modelo o actriz. Pero la vida la llevó por litorales muy distintos. A causa de su belleza, se le endosaron fantasmas despiadados que la acompañaron desde niña y estuvieron a punto de destrozados varias veces.

Alguna vez escucho a especialistas asegurar que cuando un individuo se quita la vida, el demonio del suicidio permanece rondando en su familia hasta que logra poseer el alma de otro inocente (un hijo, un hermano, un padre) y después otro y otro más... Eso le parecía un cuento de terror. Pero su abuela se suicidó. Y ahí estaba ella. Cuestionando la autenticidad del cuento y observando el cuchillo en sus manos; una hora de acero inoxidable afilada como navaja de afeitar.

Imaginó haciéndose una decisión precisa, profunda, que no dejará duda de she cálculo. Se pudo el cuchillo en el cuello. No, iba a ser difícil de llegar a la yugular; está muy profunda; detrás de la tráquea. Cambio de sitio. Puso la punta afilada en la boca del estómago y se preparó a empujar como hacían los japoneses ancestrales practicantes del harakiri.

Temió no tener las fuerzas suficientes. Revisó el filo de la navaja. Era suficiente. Volvió a modificar su posición, abrió la palma de la mano izquierda y buscó sus venas.

¿Por qué si había pensado mucho en esto, le resultaba tan difícil? ¿Por qué, si ya estaba muerta en un cincuenta por ciento, no podía completar el asunto?

El cuchillo reflejo la luz de la lámpara en su rostro. Entonces lo supo. Tuvo una revelación. No podía quitarse la vida por ella misma. Si no tenía valor para existir, menos para arrancarse de tajo la existencia. Alguien tendría que empujarla.

A eso podría nombrársele "tesis arrojo". Aunque del individuo crea tener el valor para ciertas prácticas extremas por primera vez (como arrojarse de un paracaídas, cometer actos vandálicos, o infectarse una droga devastadora), en realidad no puede hacerlo sólo. Necesita el apoyo destructivo de otras personas. O dicho más simple. Para aventarse al abismo siempre ayuda un empujón.

En ese momento sonó el celular. Ana movió la cabeza expeliendo un reclamo.

-¿De veras?

Era típico. En las telenovelas, el teléfono sonaba siempre que alguien se iba a suicidar, y del otro lado se escuchaba una canción religiosa o especie de murmullo divino que iluminaba el alma del suicida y lo disuadía de sus intenciones.

Ana levantó las manos en un gesto de sátira. El celular seguirá vibrando. Seguro mi era Dios. Y si lo era, quizá pretendía decirle que dejara de jugar y se cortara las venas de una buena vez.

Miró la pantalla. Su amiga Mireya.

Puso el cuchillo sobre el lavado y contestó con tono de ultratumba.

-¿Si?

Pero la voz que le respondió era peor todavía.

- Ana estoy muy mal...

- Aja... ¿Qué tan mal?

- Desesperada. Sin ganas de nada- la voz de Mireya se ayudaba, pasmosa, con dicción ininteligible y ronca- me tomé una botella entera de pastillas para dormir. Pero vomité.

Ana se sentó sobre la tala del retrete y emitió una especie de llanto combinado con risas. ¿Mireya le había llamado para pedirle ayuda? ¿Para contarle si zozobra, y recibir frases de aliento?

-Te equivocaste se número

-¿Qué?

-¿Me llamaste para que te motivara? ¿Para oír que todo mal es para bien? Ay, amiga... A mi me encontraste en el baño, frente a un cuchillo.

Mireya no respondió. Pasaron un par de minutos en silencio. Ambas sabían que seguían ahí, del otro lado de la línea, porque podían escuchar sus respiraciones entrecortadas.

El celular se Ana vibró de nuevo. Había un mensaje de texto. Lo leyó. Era el colmo. Luego preguntó:

-¿Mireya? ¿Sigues ahi?

-Aja

-Escucha. Es increíble. Acaba de llegarme un mensaje de Zoé... dice que hoy sufrió un accidente en el que casi se mata; esta desmoralizada- hizo una pausa enfatizando la ironía- esto es una epidemia.

- Me estalla la cabeza.

- A mi también.

Pero no era la cabeza. Era el alma... era la montaña de recuerdos ingratos y aplastante. Era la falta de razones para seguir luchando, traducida en falta de aire... en asfixia lenta.

- ¿Qué más dice Zoé?

- Que está en el café holandés, frente al

Mientras Respire-  Carlos C. SánchezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora