Zoé se ofuscó a tal grado que no pudo pensar, ¿Mireya, su amiga del alma había intentado asesinarlas? Repasó la noche anterior: Mientras Ana Sofía y ellas grababan, Mireya había permanecido en la sala, recostada por los supuestos cólicos ahí donde estaban las cartas de suicidio y la bolsa con anestésicos. ¿Mireya había aprovechado la distracción de sus amigas para cambiar el contenido de uno de los frascos y prevenir así que, llegado el momento, ella sobreviviera?
No podía ser verdad. Tenía que haber otra explicación. – Jamás lo hubiera imaginado de ti – Ana se levantó de un salto y se fue de frente como dispuesta a escupirle a Mireya—. ¿Inventaste todo para matarnos? ¿Por qué? ¿Cómo pudiste?
- Fue una idea tonta—su tono defensivo sonó casi a súplica.
La última antorcha se estaba extinguiendo.
- Desde el restaurante—Ana gritaba—,la historia de Gandhi, Mandela y la madre Teresa... ¿eran parte de tu embuste? ¡Mireya yo te creí! Pensé que te habías vuelto una idealista capaz de dar su propia vida para hacer una diferencia en el mundo. Tu propuesta sonaba ridícula, ¡Pero te creí! ¡Carajo, te creí! – se limpió una lágrima de rabia—. Maldita. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Piensas matarnos de todas formas? ¿Has estado fingiendo que sufres y te asfixias aquí dentro con nosotras? ¿Sabes cómo salir y no nos lo has dicho?
Mireya tenía ambos brazos levantados como un soldado que se rinde ante su captor o un torturado rogando piedad.
- No. Ana. – balbuceó—. Necesito que me escuches... Lo que planeé fue una tontería. Jamás iba a poder llevarlo a cabo. Me di cuenta desde anoche, cuando las escuché hablar frente a la cámara... Sí. Tenía pensado cambiar los frascos de droga, pero no lo hice... De hecho aquí están. Los traigo conmigo. Pueden analizarlos. Los tres son idénticos... Fue solo una idea estúpida...
Ana apretó los dientes. Caminó en círculos. Comenzó a toser. El aire en los estratos superiores del garaje era irrespirable. Siguió tosiendo. Pateó el auto. Luego fue a la cortina de metal y comenzó a golpearla con el puño hasta lastimarse.
- ¡Auxilio! ¡Ayúdenos! ¡Sáquenos de aquí! – su tos se había vuelto un acceso de asma.
Zoé estaba petrificada, en el suelo, recargada en la pared. — ¿Por qué, Mireya?
- No van a entenderme.
- ¿Dices que todo está explicado en las hojas que escribiste? – Zoé subió el volumen de su reclamo pero no se puso de pie – ¡Danos el maldito resumen! ¿Por qué planeaste matarnos?
Ana seguía tosiendo en arcadas fatales. Luego se tapó la boca con ambas manos unidas en forma de jaculatoria para tratar de recuperar la calma. Era inútil. El calor la mataba. Se estaba asfixiando.
- Ana Sofía, contrólate. Siéntate, respira despacio— Mireya quiso congraciarse. – Déjenme explicarles.
- ¡No! – Ana regresó como un felino enfurecido, y esta vez soltó un golpe a la cabeza de Mireya con el puño cerrado. Le pegó en seco. Mireya volvió a encogerse. Ana repitió el ataque. Esta vez falló.
- ¡Detente! – Zoé se interpuso.
Ana siguió de largo; fue detrás del auto y dejándose caer de bruces trató de expulsar todos los vapores contaminados que había inhalado. Tosió hasta vomitar. Zoé y Mireya se acercaron a ella, gateando.
- ¿Estás bien? Ana, relájate. No ganas nada con esto.
- Ella nos matará— logró expresarse entre arcadas de tos y vómito—Zoé. Date cuenta.