El sótano se parecía más a mi pueblo que a la ciudad de los del Aire: una maraña oscura de pasillos en donde parecía que nadie se preocupaba por la limpieza. El Alas de carbón que me guiaba se mantenía alejado de las paredes, con miedo a ensuciar su impecable uniforme gris. «Se creerá uno de los del Aire», pensé, y la ironía me arrancó una sonrisa amarga: ahora estaba lejos de mi casa, sin tener idea de cómo estaba mi madre, y sin saber qué hacer para volver.
Durante el descenso el hombre me informó sobre mi nueva situación: el chip que tenía en el brazo les advertía a los del Aire cuando a alguno de los seres de la Tierra le brotaban alas, y los Supervisores nos llevaban arriba para utilizarnos como personal de servicio o fuerza de trabajo. No éramos muchos, y curiosamente el fenómeno de nuestra transformación ocurría solo entre los seres de la Jurisdicción de los Mineros. También me dijo que los del Aire no querían seres voladores en la Tierra, y aunque no entendí el motivo, estaba demasiado cansada como para hacerle una pregunta. Aparte él no dejaba de hablar:
—...cuando tus alas terminen de crecer vas a ser más poderosa que antes, pero no tanto como los seres del Aire. Debes hacer todo lo que te digan, y no puedes hablarles ni mirarlos a menos que ellos lo hagan primero. ¿Entendiste todo lo que te dije?
Sin dejarme responder, siguió hablando:
—Luego de que te pongas presentable te llevarán ante el Tribunal Supremo. Allí te asignarán tus tareas. Cuando no estés trabajando tienes que venir y quedarte aquí, a menos que tus nuevos amos decidan otra cosa. —Se detuvo ante una puerta—. Éste es tu cubículo. Encontrarás todo lo que necesitas ahí adentro. Báñate y ponte un uniforme. Yo te espero.
La puerta que me señaló tenía grabado el número 316, que debía memorizar para no perderme en ese mar de pasillos. Cuando entré me encontré con un cuartucho apenas iluminado, con una cama medio destartalada en un rincón, unos estantes en donde había apilados varios uniformes grises, y un baño mal ubicado en una esquina, separado de la habitación por una cortina plástica que había visto mejores días. Un diminuto tragaluz era el único lugar por donde entraba aire, lo que daba al cuarto una atmósfera húmeda y calurosa que alimentaba los hongos que formaban toda clase de figuras en el techo. La luz amarillenta de una lámpara aportaba su cuota fantasmagórica. No pude imaginar lo malo que sería pasar las noches encerrada allí, y menos tratar de dormir en esa cama que parecía recién abandonada por otra persona.
Antes de bañarme tomé agua de un grifo que no parecía muy limpio; pero no me importó: el agua estaba helada, y me quitó la sensación de tener arena en la boca. Me bañé a toda prisa, también con agua fría, lo que me hizo bajar la fiebre y sentirme un poco mejor. Había encontrado un pequeño pedazo de jabón, y pude sacarme con él los restos de carbón que tenía en la piel y en el pelo. La espalda me dolía mucho; apenas había podido aguantar lavarme la sangre seca y pegada. Por suerte el sangrado había vuelto a detenerse, y pude tocar aquellas heridas que ahora parecían más abultadas.
Los uniformes estaban gastados, aunque limpios; parecían haber pertenecido a una persona mucho más grande que yo. Cuando salí del cubículo sintiéndome ridícula con esa ropa que me sobraba por todos lados, el Alas de carbón seguía parado, con aire aburrido, en medio del pasillo:
—Por fin… —suspiró al verme—. Ya me estaba cansando.
—¿Cómo te llamas? —Me había olvidado de ese detalle. Se suponía que no todos íbamos a llamarnos Alas de carbón.
—Yo soy 217 —me dijo con toda seriedad, pero su respuesta me hizo gracia:
—¿Un número? ¿No tienes nombre? Yo soy Nilak…
—¡Silencio! —exclamó mientras miraba hacia todos lados, como si alguien pudiera escucharnos—. Aquí no usamos nombres. Tú eres 316, el mismo número que tiene tu habitación. ¡No lo olvides!
—¿316? —Me pareció indignante que los del Aire llegaran al extremo de quitarnos nuestro nombre y ponernos un número. ¿Ahora era eso? ¿Ni siquiera era una persona?—. Yo ya tengo un nombre. ¿Por qué no puedo usarlo?
—¡Porque no está permitido! ¡Y no vuelvas a hablar del tema! ¡¿Entendiste?!
***
Después de que la secretaria me miró de arriba abajo, como esperando ver algo de suciedad para mandarme de nuevo al sótano, a pesar de que mi pelo aún estaba húmedo y tenía que sujetar mi rebelde uniforme, me permitió entrar por las puertas doradas. Me enfrenté, junto con el Supervisor, al Tribunal Supremo: tres ancianos de cabellos y barbas blancas, sentados tras un escritorio de madera brillante. Los observé por un segundo y luego bajé la vista, cuando recordé las palabras de 217.
—Ella es 316 —le informó el Supervisor a los ancianos—. Casi doce años. Sus alas empezaron a brotar hoy.
—Tiene que entrar en fase de entrenamiento —dijo uno de los ancianos—. Y no parece muy fuerte, así que no va a servir para la fábrica.
«¿Fábrica?», pensé. ¿Qué podían fabricar los seres del Aire en ese lugar, si ellos se llevaban de la Tierra todo lo que necesitaban? Levanté la vista con intención de hacer una pregunta, pero los ojos de uno de los ancianos se clavó en los míos, y volví a mirar las puntas de mis pies, calzados con unos zapatos enormes y gastados, pero limpios.
—Tal vez cuando crezca, señor —respondió el Supervisor, que tampoco se atrevía a mirar al frente—. Si les parece, podría entrar al servicio de una familia…
—Tampoco creo que pueda hacer ese trabajo. Tiene aspecto enfermizo… —dijo otro anciano. Pude diferenciarlos por sus voces: una era áspera y autoritaria, la otra un poco más suave y tranquila, y la tercera apenas se dejaba oír con un sí o un no. Ése fue el que habló último:
—¿Y por qué no la enviamos con el viejo Saruf? A él no le gustan los Alas de carbón, pero necesita alguien que lo ayude. Tal vez se ablande con ella…
Escuchando su discusión acerca de ese tal Saruf, y si yo servía o no para la tarea que querían darme, tragué grueso: mi destino no parecía ser el mejor, pero no podía ni siquiera protestar. Al final decidieron que su plan podía tener éxito, y le ordenaron al Supervisor que me llevara a la casa del viejo Saruf. Hasta me pareció ver un poco de lástima en su mirada cuando volvió a tomarme de la mano para llevarme a mi incierto destino.
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Alas de carbón #ONC2024
FantasyHistoria creada para el #ONC2024 disparador 22, ganadora de la segunda ronda en el rubro Fantasía. Nilak es un ser de la Tierra, aún pequeña para comenzar a trabajar en la mina de carbón junto al resto de su familia; ese es su destino: servir a los...