Capítulo 8- El origen

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Basham me quitó la idea de ver otra vez a nuestra familia: yo tenía la esperanza secreta de que, una vez que me crecieran las alas, podría buscar la forma de lanzarme a través de las nubes y llegar a la Tierra y a nuestro pueblo. Tendría que sufrir las consecuencias por desobedecer a los del Aire, lo sabía, pero no me importaba. Mi hermano me aseguró que nunca iba a lograrlo:

—¿Por qué piensas que los del Aire no nos vigilan? Es porque nuestros chips les dicen dónde estamos en todo momento. Si se te ocurre salirte de tu ruta y acercarte a las nubes, te van a atrapar enseguida. 

Me contó que años atrás un Alas de carbón había hecho el intento, y recibió un castigo ejemplar: le cortaron las alas como escarmiento para el resto. Cuando se recuperó después de meses de sufrimiento por la horrible mutilación, el desgraciado pasó los últimos años de su vida limpiando jardines.

Me corrió un escalofrío por la espalda al recordar a mi padre y su hierro al rojo vivo:

—¿Pero no es que los del Aire no pueden hacernos daño?

—Siempre y cuando respetemos sus leyes, hermanita. Cualquier acto de rebeldía recibe castigos muy duros…

                        ***

El día que cumplí quince años me esperaba una sorpresa: luego de la jornada de trabajo íbamos a reunirnos en el cuarto 421, como siempre. Pertus y Maika conversaron conmigo en el comedor pero no me felicitaron porque yo no quise decirles que cumplía años: a esa altura hubiera preferido dormir todo el día y despertar a la mañana siguiente, para no pensar. Pero Basham no se había olvidado: él y nuestros amigos planearon un festejo sin avisarme: a escondidas, llevaron tanta comida al cuarto 421 que parecía que aquello iba a ser un banquete para treinta, y no para seis. Sus abrazos y felicitaciones me hicieron olvidar por un rato a mi madre y a Ekhab. 

Ese día recibí un regalo precioso: solía escribir mis vivencias en pequeñas hojas de un papel oscuro, que se usaba para envolver la comida, esperando algún día construir algo parecido a los libros que tenía escondidos. Mis amigos me habían allanado el camino: con hojas de papel blanco y liso, que seguramente les había llevado meses de pequeños y arriesgados robos en la fábrica, me armaron un diario para que escribiera lo que quisiera. 

Recordé los libros que había robado de la biblioteca del viejo Saruf, y entre las risas y el festejo decidí que era hora de compartir con ellos ese pequeño tesoro y los secretos que escondía:

—Antes de trabajar en la fábrica estuve cuidando a un anciano que tenía una biblioteca. Leí mucho de sus libros en secreto… —musité. Las risas y la charla se transformaron en un silencio tenso: yo estaba confesando un delito que podía condenarme a un destino peor que el de aquel hombre que había perdido las alas— y me robé algunos.

Mi hermano y los demás me miraron, espantados, pero al único al que se le iluminaron los ojos fue a Shown, el que siempre me había tenido desconfianza:

—¿Libros…? —Se enderezó de a poco, como movido por una motivación más grande que su poca afinidad hacia mi persona—. ¿Tienes libros, Nilak? 

—Sí, algunos —le respondí, con todo el coraje del que era capaz. Shown estaba pendiente de mis palabras, y parecía que no respiraba con tal de no perderse ninguna—. Un libro sobre las leyes de este mundo, un diccionario, dos biografías de seres del Aire que parecían importantes, y dos libros de historia en donde se explica el origen del planeta y nuestras razas. Al menos en parte…

—¿Cómo que al menos en parte? —Shown me miró con más intensidad—. ¿Por qué dices eso? 

—Porque solo hablan de la existencia de dos razas en nuestro planeta: los de la Tierra y los del Aire. A nosotros, los Alas de carbón, no se nos nombra en ninguna parte.

Mis amigos se miraron entre ellos y después fijaron su atención en Shown, que lanzó un largo suspiro y se sentó de golpe, como si las fuerzas lo hubieran abandonado:

—Se los dije… ¡Lo sabía! —Él me explicó que también había leído libros en la primera casa donde le tocó servir como niñero de un pequeño ser del Aire, con trece años recién cumplidos y la misma confusión que todos habíamos experimentado luego de la abrupta salida de la Jurisdicción de los mineros. Pasaba mucho tiempo a solas con el niño en la casa de sus padres, trabajadores del gobierno. Mientras el chiquillo jugaba solo, o dormía la siesta, Shawn se arriesgó a leer la enorme cantidad de libros que tenía la pareja en su biblioteca—. Lo que dice Nilak confirma lo que yo les dije: ¡ningún libro de historia en la tierra de Orkham hace referencia a nuestra raza! ¡Es como si no existiéramos!

—Pero… —musitó Pertus—. ¿Por qué…? —Nadie respondió a su pregunta.

Yo le había dado mil vueltas al tema, sin encontrar una respuesta. Tampoco entendía por qué los seres del Aire nos habían esclavizado, pero al mismo tiempo negaban nuestra existencia.

—En esta ciudad todos saben que existimos. ¿De quién nos están escondiendo al hacer que no figuremos en los libros de historia? —le pregunté a Shawn. Él apretó los labios, como si en el fondo no quisiera responderme:

—¿Por qué crees que los del Aire nos pusieron los chips, y nos suben tan rápido cuando nos salen las alas, Nilak? 

Recordé que en casa nadie nombraba a Basham:

—También les prohíben a nuestras familias hablar de nosotros…

—¡Eso! —exclamó Shawn—. ¡Es como si hubiésemos muerto! 

Basham me observó con los ojos húmedos e incrédulos:

—¿En casa no me recuerdan…?

Me dolió decirle la verdad:

—Nuestros padres dijeron que habías muerto en un accidente en la mina…, y nunca más te nombraron…

Galia lo abrazó porque mi hermano comenzó a temblar. Los demás apenas podían contener las lágrimas ante la certeza de que habían sido borrados de la memoria de su gente.

                         ***

Salí de esa reunión, que de cumpleaños se había transformado en un debate acalorado acerca de nuestro origen y el misterio que nos rodeaba, más confundida que nunca. Uno de nosotros, no recuerdo cuál, puso sobre la mesa el tema de que a la Tierra no llegaban los libros de los seres del Aire, por lo que no había necesidad de ocultarnos en sus textos históricos. Entonces, ¿de quién nos escondían? Éramos una tercera raza, con una fuerza física igual a la de ellos, aunque nos dominaban por su superioridad numérica. ¿Qué clase de peligro representábamos para ellos?

Las preguntas se agolparon en mi cabeza agotada por la discusión, y no me vino ninguna respuesta. La verdad solo la sabían los del Aire, pero jamás iban a decirnos nada.

De pronto se me vino a la cabeza otra de mis locas ideas, casi imposible y autodestructiva como todas las que se me ocurrían. Aunque esta era peor, porque para llevarla a cabo iba a necesitar cómplices. 

Alas de carbón #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora